Los Kristianiabohemen
Los Kristianiabohemen
Ya en fecha tan temprana como 1887, cuando el pintor contaba tan sólo con 24 años de edad, un cuadro suyo fue objeto de considerable escándalo. La pintura en cuestión, titulada Jurisprudencia, y expuesta en el Salón de Otoño de Kristiania (hoy día Oslo) retrataba a tres estudiantes de Derecho sentados alrededor de una mesa iluminada por un quinqué. En el centro de la mesa, unos libros de leyes. Hasta ahí nada del otro mundo. El problema es que los tres individuos eran tres jóvenes revolucionarios de sobra conocidos por los ciudadanos de orden de Kristiania: Bernt Anker Hambro y Johan Michelsen eran declarados revolucionarios que tomaron parte en una manifestación socialista celebrada el día de la fiesta nacional noruega y el tercero era un tal Knudson, que era uno de los bohemios de Kristiania, o sea, un anarquista. Estaba claro que el joven Munch conocía los círculos revolucionarios de su ciudad muy de cerca.
El óleo Jurisprudencia.
En efecto, en la capital de Noruega por esas fechas estaba en pleno apogeo un movimiento contestatario de orientación ácrata al que se apodó Kristianiabohemen (o, lo que es lo mismo, los “Bohemios de Kristiania”). Sus miembros se reunían en el Gran Café de la capital Noruega (que aún existe hoy día) alrededor de destacados anarquistas como Hans Jaeger. Jaeger, como Munch, había crecido en un ambiente familiar asfixiante; era hijo de un inspector de la policía de marcada religiosidad pietista (una variedad muy rigurosa de cristianismo protestante), había estudiado filosofía y escrito libros de crítica social contra el provincianismo y la estrechez de miras de la sociedad del país nórdico. Uno de sus libros más conocidos (por polémico), De los Bohemios de Cristiania, acabó siendo censurado por las autoridades noruegas por sus ataques a la hipocresía de la sociedad bienpensante, el conservadurismo y la religión. Igualmente provocadora resultó la novela autobiográfica Amor enfermo en la que el autor se ve envuelto en un triángulo amoroso constituido por él, el pintor Christian Krohg (que había sido maestro de Munch) y Oda Krohg (también pintora y esposa de este último), novela que ponía de manifiesto las revolucionarias ideas de Jaeger en materia de moral sexual, a saber, la defensa del amor libre, el ataque a la institución matrimonial y la liberación de la sexualidad femenina. Incluso veía con afecto a las prostitutas por considerarlas víctimas de lo inauténtico del amor bajo la sociedad burguesa. Más radical aún, su Biblia de la anarquía, publicada tras su exilio en París, donde se familiariza con la literatura anarquista de la época, además de fustigar la mojigatería también cuestiona la propiedad privada, el Estado y la religión. A pesar de todo ello y de que su amigo el anarquista danés Jacques Ipsen le introdujera a la obra de Kropotkin, Jean Grave o Reclus, el anarquismo de Jaeger se mantuvo más bien en una línea individualista basada en la difusión del libre pensamiento.
Gran Café de Oslo en la actualidad. Pintados en la pared los bohemios que lo frecuentaban.
Hans Jaeger pintado por Munch
Sea como fuere, Jaeger, que casi le sacaba diez años a Munch, sirvió a éste de guía ideológica. Sólo hay que mirar el lienzo de Munch titulado Atardecer en el paseo Karl Johan donde podemos apreciar cómo los transeúntes, miembros de la alta sociedad noruega, no son más que un cortejo de almas en pena de rostros cadavéricos atrapadas en sus trajes de etiqueta. Por ora parte, sabemos que Munch practicaba el nudismo (hay una foto de él pintando desnudo en una playa en 1907), siendo esta práctica naturista muy popular entre los círculos anarquistas de la época. Lo que Munch no seguía a rajatabla, empero, era el ideal de amor libre de Jaeger, ya que el pintor noruego era muy celoso. De sobra es conocida su tortuosa relación con Tulla Larsen, que inspiró conocidos cuadros como Celos II (1907) o La amante de Marat I (1907), relación que influyó en su visión pesimista sobre las relaciones amorosas, consideradas por Munch como de destrucción mutua de los amantes (véase el tenebroso lienzo titulado El beso de 1897, antítesis de la extática obra homónima de Klimt).
Atardecer en el paseo Karl Johan
Munch, pintor nudista. Como se puede ver, el rotulador negro de la censura fue implacable.
El apoyo de Ibsen
A parte de su relación con Jaeger y su círculo ácrata Munch recibió mucha influencia de otra ilustre figura de la Noruega más progresista, el gran dramaturgo Henrik Ibsen. Ibsen, quien inauguró en el país nórdico el teatro de denuncia social, era ampliamente leído por la izquierda europea de la época, y en especial por los anarquistas [1]. Su figura es análoga a la de Bernard Shaw en las letras inglesas o Bertolt Brecht en las alemanas. Parece probado que buena parte de la pintura de Munch está inspirada en temas recurrentes en la obra literaria de Ibsen [2]. Pero además ambos artistas coincidieron en Kristiania en otoño de 1895, Ibsen, con 65 años y siendo un dramaturgo de renombre internacional y Munch, con 30 años, cuando aún era un pintor que luchaba por el reconocimiento de su obra. Ese mismo año la exposición de las pinturas que formaban la serie que Munch llamó El friso de la vida, y que incluía su perturbadora obra El grito, causó un gran rechazo por parte de la crítica y la prensa que atacaron sin piedad el arte “enfermo” de Munch (otros adjetivos que se aplicaban despectivamente a su pintura eran los de “obscena” y “anárquica”). Incluso hubo un psiquiatra noruego, famoso en aquel tiempo, que se permitió el lujo de “psicoanalizar” públicamente la “locura” del autor. Fue en este momento crítico en la carrera de Munch cuando el gran dramaturgo fue a visitar su exposición y a hacerse ver con el joven artista, demostrándole así su apoyo. Al parecer Ibsen le recordó que a él también se le echó encima la sociedad conservadora cuando empezaba y que la publicidad negativa era, al fin y el cabo, publicidad. Y qué razón tenía Ibsen: poco tiempo después en Alemania (donde al principio también escandalizó su arte) empezó a crecer el interés por la pintura del noruego, no en vano, Munch ya anunciaba el expresionismo, un movimiento fundamentalmente alemán y austriaco. Y a partir de ahí su fama se extendió por el resto de Europa.
Ibsen pintado por Munch
París, capital de la anarquía
Buena parte de El friso de la vida y en concreto El grito fue pintado por Munch en París en los años 90 del siglo XIX. Por aquel entonces la capital de Francia era un hervidero de ideas revolucionarias tanto en lo social como en lo artístico. La supresión por la fuerza bruta del experimento revolucionario de la Comuna había dejado un gran poso de frustración en los círculos más progresistas. Por una parte, los largos años de represión y miseria que siguieron a la caída de la Comuna había llevado a los elementos libertarios más desesperados a llevar a cabo atentados (aquí es obligado citar a Ravachol, prototipo del “anarquista de bomba y pistola”) mientras que la mayor parte del movimiento buscó una salida más constructiva y se organizó en sindicatos obreros, que habían sido declarado legales en 1883. Un año más tarde nace la CGT francesa, la primera organización anarcosindicalista. Y con ello comienza una época de boicots, sabotajes y huelgas del movimiento obrero organizado contra las clases poseedoras.
En este clima de agitación Munch conoce a un grupo de artistas y bohemios que cuestionaban el sometimiento del arte a los valores establecidos y, en último término, al capitalismo. En efecto, Munch encuentra en París en terreno especialmente propicio para difundir sus innovaciones pictóricas, participando como ilustrador en revistas progresistas donde se codea con la flor y nata de la pre-vanguardia europea, como el “francotirador” del arte Alfred Jarry, precursor de la iconoclastia de Dadá, con el que coincidió ilustrando el periódico La critique. Además el pintor noruego participó en muestras de arte moderno organizada por los círculos artísticos más avanzados de la época, como por ejemplo La libre Esthetique de Bruselas, que organizaba exposiciones en el Salón de los Independientes. Ante todo Munch en Francia pudo absorber nuevas técnicas pictóricas que rompían con el simbolismo en el que se inició el autor de El grito, en especial el vibrante uso del color de los Fauves al que Munch añadió un vertiginoso movimiento de las formas. Munch había iniciado sin saberlo el expresionismo, una vanguardia muy ligada al radicalismo político (ahí está el caso del mordaz George Grosz) aunque también el futurismo (Boccioni) reconoció en él a un precursor precisamente por el colorido y el dinamismo de la obra del noruego. Pero el cambio revolucionario que sufrió la pintura de Munch no era un mero cambio en las formas, también se operó un cambio de mentalidad en él, que contagiado del fervor anticapitalista del radicalismo parisino finisecular, se declaró enemigo de la comercialización del arte. En sus propias palabras,
“Lo que esta arruinando el arte moderno es el comercio, al exigir que los cuadros se vendan bien una vez que se los cuelga en la pared. No se pinta por el deseo de pintar… o con la intención de pintar una historia. Yo que fui a Paris hace siete años [Munch había residido con anterioridad en París tres meses en 1885] lleno de curiosidad por ver el salón y que estaba dispuesto a dejarme llevar por el entusiasmo –lo que sentí fue sólo repugnancia” [3]
De la rebeldía al pesimismo y el aislamiento
La primera década del siglo XX fue decisiva para entender la manera de pensar de Munch. El noruego que venía de pasar años muy duros en un entorno familiar golpeado por la enfermedad, la locura y la muerte, acabó por creerse víctima de una maldición. A ello había que sumar su alcoholismo y sus colapsos nerviosos, que le llevaron a pasar más de una temporada en sanatorios. Para colmo su maestro y amigo Hans Jaeger muere en 1910 tras ser operado de un cáncer. Y por si fuera esto poco se enamora de Tulla Larsen con quien mantiene una tormentosa relación sentimental; ella quería casarse pero él, espíritu independiente donde los hubiera, se negó en rotundo, con lo que la pareja se rompió. Con todas estas amargas vivencias no es extraño que Munch se fuera aislando más del mundo y se dedicara única y exclusivamente a lo único que le satisfacía: la pintura. De hecho, el propio pintor manifestó que para él el arte había ocupado el hueco que había dejado en él la religión.
El caso de Munch recuerda al de Kafka: ambos pasaron por las filas del anarquismo en su juventud pero al final acabaron por alejarse. Tanto uno como otro eran espíritus torturados que no habían superado sus propios tabúes, su herencia cristiana (o judía en el caso de Kafka) y su complejo de culpa. El anarquismo con su fe en el progreso y la felicidad humanos era un ideal demasiado difícil de alcanzar para dos personajes a los que les había tocado contemplar la vertiente más sombría de la vida. Por eso Munch eligió el camino del aislamiento, el apearse del mundo para contemplar sus horrores con distanciamiento e ironía. Y por eso los nazis, que habían catalogado su pintura como “arte degenerado”, al invadir su país en los años 40 del pasado siglo encontraron a un Munch anciano y solitario, a quien tan sólo le quedaba esperar la muerte.
Obreros volviendo a casa, uno de los lienzos más representativos de la última etapa de la pintura de Munch
Notas:
- [1]
En España la obra de Ibsen fue difundida por anarquistas como Felip
Cortiella, quien fundó un grupo de teatro que representó con gran éxito
entre los obreros de Barcelona Casa de muñecas. - [2]
Se ha estimado que alrededor de 500 obras (desde bocetos y litografías a
grandes lienzos) hoy conservadas en el Munch Museet de Oslo están
inspiradas por la literatura ibseniana. Para leer acerca de la
influencia obra de Ibsen sobre la de Munch véase http://www.ibsen.net/index.gan?id=556 - [3] Munch / Ulrich Bischoff.-Alemania:Taschen,1994.
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Publicado por Sorrow en http://grupostirner.blogspot.com/2011/07/munch-y-el-anarquismo.html
Fuente: Sorrow