Artículo de opinión de Rafael Cid
“El pasado se pudre bajo tierra
y el presente no fluye.
Es un río muerto”
(Lois Pereiro)
“El pasado se pudre bajo tierra
y el presente no fluye.
Es un río muerto”
(Lois Pereiro)
La gracieta se puso de moda años atrás porque vino avalada por dos ilustres de la política-chollo. Coincidieron en un congreso mundial de directivos de Repsol el ex presidente Felipe González y el último director del Fondo Monetario Internacional (FMI) Rodrigo Rato, entonces a partir un piñón como consejeros que eran de empresas del Grupo La Caixa. “Los gallegos pueden soplar y sorber al mismo tiempo”, apostó Rato, y añadió González con malicia: “Rajoy lo hace”. Para que decir más, la coña corrió como la pólvora y sirvió de arma arrojadiza contra el registrador de la propiedad en excedencia (casi perpetua) de Santa Pola, a la sazón con serios problemas en su partido debido a las acometidas del bloque aznarista pugnante.
Hoy la situación, sin haber cambiado en lo sustancial, tiene otros perfiles que exigen lecturas más perspicaces. El Partito Popular (PP), qué duda cabe, está sumido en un tobogán de corrupción que amenaza seriamente su futuro y compromete ferozmente su presente. Pero el duelo ya va por otros barrios. Porque a quienes más (no solo) acorrala la justicia hoy son precisamente a las gentes de Aznar, como el mismo Rodrigo Rato, Esperanza Aguirre y otros activos de menor cuantía, ahora en caída libre. En cuanto a Felipe González, otrora el oráculo de Delfos de Ferraz, a duras penas consigue algún reconocimiento como telonero en los bolos del Grupo Prisa, donde incluso el anfibio Cebrián vive momentos críticos.
Esto no quiere decir que el zafarrancho haya cambiado totalmente de bando. Pero sí que aquella chufla en comandita de Rato y González que todo el mundo sintió como una jocosa metáfora del “pasmao de Rajoy”, en estos momentos tiene tarifa plana y alcanza también a otros pagos. Aunque de nuevo haya hecho fortuna otro de esos trampantojos con que a menudo nos acunan, “hay que echar al PP de las instituciones”, la ruda realidad no se cambia con simples admoniciones. Ni siquiera con frases de rancio abolengo intelectual, como aquella que tanto gusta a la izquierda de “frente al pesimismo de la razón, el optimismo de la voluntad”. Eso sería ya soplar y sorber al mismo tiempo.
Por tanto, vayamos a los hechos. Lo de “España va bien”, que otra vez rezuma desde la pimpante sede de Génova 13, no se lo creen más que las capas clientelares y los resignados. Por mucho dato macroeconómico que se esgrima. Descenso del paro, record de turistas, bajada de la prima de riesgo, excelencia de la balanza comercial, bla, bla, bla. Lo contante y sonante son las cifras acumulativas de la precariedad laboral, la pobreza energética, los hogares que se abisman en el umbral de la pobreza, el éxodo de jóvenes cerebros, etc., etc., etc. Aspectos todos ellos que radiografían una comunidad fracturada por la desigualdad económica y la incertidumbre social bajo el enunciado retórico de la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley. Y con el agravante de que esa regresión de la justicia distributiva se ha consumado en el marco de una crisis que están pagado sus inocentes damnificados. Todo lo demás son medias verdades y estadísticas. Aunque sería injusto y tendencioso no reconocer que esa involución se produce al mismo tiempo en que se dan discretos avances innegables en terrenos como la igualdad de género, la no discriminación e incluso en el afloramiento de derechos de tercera generación (relacionados con el medio ambiente, la paz, la ingeniería genética, etc.).
Lo incomprensible políticamente es cómo, con este confuso balance, el PP sigue ganando elecciones. Es decir, contando con el favor de la mayoría social, que se supone es la parte de la sociedad más perjudicada por sus políticas. Porque incluso el CIS más adverso de julio le sigue dando primero en el ranking. Y esa es la cuestión del fondo a la que hay que dar una respuesta objetiva, sin prejuicios y perjuicios. Salvo que prefiramos acogernos a esas teorías de la conspiración que refuerzan nuestra autoestima y no explican nada. Soplar y sorber, en realidad, no es una marca registrada que haya que imputar en exclusiva a la derecha. Es la forma indecente de hacer política de los partidos que anteponen la bulimia de poder a mejorar la sociedad. Todos sin distinción, y en esa charca está también la sedicente izquierda, emergente y emergida.
Lo que sucede es que el estereotipo dominante presupone que, en lo que respecta a la izquierda, sus vicios privados producen virtudes públicas. Que tiene bula. Y esa es la razón por la que, gane quien gane, a diestra y siniestra, siempre pierden los mismos. Lo estamos viendo en tiempo real en algunos de los escenarios donde formulan la nueva política los procesionarios del “somos la izquierda” ¿Se imagina alguien la que organizaría si cacos tipo Bárcenas o Ignacio González aparecieran sentados en primera fila en un congreso del PP, mientras Rajoy desde la tribuna presidencial les saludara con efusión y los asistentes en pie los aclamaran entre aplausos? Fue aquello de “sé fuerte, Luis”, y con toda razón se armó la marimorena. ¿Entonces cómo calificar lo sucedido en el reciente cónclave del Partido Socialista Andaluz (PSA-PSO) con Manuel Chaves y Juan Antonio Griñán en olor de multitud, cuando solo en unos meses se sentarán en el banquillo para responder de un desfalco de más de 800 millones de euros? ¿Porque son unos de los nuestros? ¿Porque robaban para los pobres, que decía un amigo mío de IU sector PCE? ¿Chungo, no?
Es aquello de Groucho Marx, “esto son mis principios, pero si no le gustan tengo otros”. Porque ni siquiera se puede excusar tamaño dislate bajo el manto del error o la falta. ¿Una y no más? Al contrario, es un déjà vu. ¿Recuerdan a Carlos Mulas? Era el máximo responsable de la Fundación Ideas, el laboratorio ideológico de Rodríguez Zapatero para marcar la hoja de ruta del socialismo del siglo XXI. Ya no existe. Se cerró por cohecho. Resulta que Mulas, al tiempo que desde esa atalaya socialista proponía medidas contra los ajustes y recortes dictados por la Troika a España, trabajaba en secreto para el Fondo Monetario Internacional (FMI) diseñando políticas austericidas para Portugal, entonces rescatada por sus camaradas. También está el caso de Fernández Villa, el ex líder del SOMA-UGT acusado de desvalijar las arcas de los mineros jubilados, sentado en un sitio preferente durante el acto de homenaje a la ex ministra Carme Chacón al día siguiente de hacerse público los cargos por, además, defraudar más de un millón de euros a Hacienda.
De ahí que lo del socialismo rociero que lidera Susana Díaz (tras Melilla, la comunidad con más paro de toda la UE, según Eurostat 2015, siempre gobernada por el PSOE) no parezca un simple percance. Grandísima estadista que rompió el molde al lograr más avales que votos en las primarias del PSOE. Pues bien, con esa casta y esa trama acaba de emparentar Unidos-Podemos. Nada menos que con la facción que gobierna en Castilla-La Mancha, el feudo del barón más nacional-socialista (nada de plurinacional). Tan singular conjunción astral obliga a revisar esquemas y da para sospechar que “soplar y sorber al mismo tiempo, si se puede”. Es decir, clamar por echar al PP del gobierno y no pulsar el botón de “eyección” cuando el último barómetro del Centro Investigaciones Sociológicas (CIS) constata que, caso de celebrarse ahora las elecciones, el bloque de izquierda PSOE + Unidos-Podemos ganaría al de derecha formado por PP + Ciudadanos. ¿Allons, enfants?
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid