La globalización capitalista neoliberal, convirtiendo al planeta en un mercado único, está trayendo consigo también la reformulación de una nueva internacional de trabajadores. Pero de signo opuesto a las clásicas internacionales obreras que en la historia han sido, con mayor o menor fortuna.

Porque la internacional de trabajadores que la globalización promueve es reaccionaria, ni reformista ni revolucionaria, porque agrupa a contingentes de la población laboral que tienen pánico a perder sus empleos y pasar a engrosar las listas del paro a la exclusión social.

Porque la internacional de trabajadores que la globalización promueve es reaccionaria, ni reformista ni revolucionaria, porque agrupa a contingentes de la población laboral que tienen pánico a perder sus empleos y pasar a engrosar las listas del paro a la exclusión social. Lejos de verse impelidas por el deseo de cambio por no tener que perder más que sus cadenas, que era la retórica que acuñó al proletariado tradicional, los nuevos clientes de la Internacional Global se aferran a su explotación como una bendición., y no quieren saber nada de sus semejantes desplazados del mercado productivo, su solidaridad última es con los patronos, a los que ven como sus protectores.

Hace ya tiempo que Viviane Forrester dio la voz de alarma sobre el ejercito de trabajadores dispuestos a defender con uñas y dientes su perfil de asalariados y llegado el caso a situarse del lado del capital para mantener el statu quo. “Hay algo peor que la explotación del hombre por el hombres; la ausencia de explotación”, decía provocadoramente en su obra El horror económico, publicada en 1997. Y más recientemente, con la crisis del déficit y la deuda en todo su esp0lendor, ha sido el polémico filósofo esloveno Slavoj Zizeke el que ha pesto el dedo en la llaga al afirmar que hoy, en términos generales, los explotados se consideran unos privilegiados. Estamos, pues, ante una auténtica involución en el ámbito de la cuestión social. Representa pasar de la revolución a la guerra civil, cambiar el objetivo de la ofensiva, sustituir la lucha contra el capitalismo al enfrentamiento entre ciudadanos.

No hablamos de una hipótesis más o menos pesimista. Constatamos una realidad compartida por intereses cruzados. Los inmigrantes que han llegado a Europa en patera desde el telón subsahariano en la última década para ser utilizados por el capital como mano de obra son los nuevos esclavos objetivamente hablando, desde nuestra mentalidad de trabajadores de países desarrollados con derechos laborales y vacaciones pagadas. Pero en su fuero interno ellos se sentían agraciados por recibir unos salarios que en sus países de origen son impensables. Por eso eran bien venidos y no había choque étnico-cultural que frenara el efecto llamada. Ahora, con la crisis que ha creado un nivel de paro y precariedad que se ceba ya sobre la confortabilidad de los oriundos, comienza la resaca xenófoba porque la presencia de los inmigrantes se percibe como competencia ilícita. Si embargo, en uno y otro caso, la causa radica en esa deslocalización con que por principio opera el capitalismo global con efecto de dumping social mientras las empresas reivindican un neoproteccionismo por parte de los Estados. La versión contrarrevolucionaria y mercantil del pensar global y el actuar local.

Por fas o por nefas, la suerte siempre sonríe a los poderosos. Mientras la desigualdad escala hasta cumbres nunca jamás imaginadas, con el famoso y metafórico uno por cien controlando al 99 por cien restante de la población haciendo estragos, es entre los de abajo donde se acumula el mayor número de bajas de está tercera guerra mundial no declarada. El paro, la precariedad y la exclusión forman ya la parte sustancial de la batería destructiva de la crisis que está configurando el ADN del capitalismo del siglo XXI. Pero la zona realmente siniestra, la parte más letal, el aspecto más mórbido, el marco de emergencia, se encuentran en el aumento exponencial de suicidios y enfermos mentales registrados entre el sector más vulnerable de la población. Y esa inmensa tragedia humana, ese holocausto sobrevenido, es al mismo tiempo que un baldón el testimonio más, claro, directo y revelador de la derrota que el nuevo espíritu del capitalismo ha infringido al mundo del trabajo y a la misma democracia. Hemos pasado de la resistencia ante la explotación y la dominación a la eutanasia social.

Pero nada está escrito si repensamos desde la libertad y la democracia cuál debe ser el modelo que nos permita revalidar en este entorno adverso aquel mensaje secular reclamando que “la emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos”. El mapa nunca es del todo el territorio, sino sólo su representación. Aunque a lo mejor hay que someter a revisión no sólo el concepto de trabajador sino el presupuesto mismo del trabajo como tal. A grandes males grande remedios, y a lo hecho pecho.

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid