Artículo de opinión de Rafael Cid
“¿Cómo vas a hablar acerca del mar con una rana,
si ella no ha salido nunca de la charca ?”
(Zhuan Zi)
“¿Cómo vas a hablar acerca del mar con una rana,
si ella no ha salido nunca de la charca ?”
(Zhuan Zi)
(La súbita reaparición del escritor vasco Joseba Sarrionandia en una entrevista (http://www.naiz.eus/es/actualidad/noticia/20161119/el-proceso-de-paz-sera-como-andar-con-una-pierna), tras treinta años de forzada clandestinidad, propicia la reproducción del artículo que sigue. Fue publicado en 2013 con motivo de la aparición en castellano de su monumental estudio sobre colonización y lingüística “¿Somos moros entre la niebla?”, ante la obscena indiferencia de los clanes culturales del país y sus patrióticos púlpitos).
Mientras la industria cultural y la propaganda institucional promocionan libros de y sobre los caciques políticos que coronaron la transición (Felipe González y Suarez), o hagiografías de sus continuadores en el negociado (Solbes y Zapatero), para tratar de recuperar a la escaldada ciudadanía, ese mismo macizo de la raza silencia y desprecia olímpicamente uno de los trabajos más complejos, sugerentes y ambiciosos publicados en los últimos años porque detrás de su autor, el filólogo Joseba Sarrionandia, hay un independentista vasco prófugo de la cárcel donde cumplía condena por pertenecer a la primera ETA antifranquista.
Sobre el papel, en España conviven tres nacionalidades históricas. Y digo sobre el papel porque en la práctica, o sea políticamente hablando, el asunto desmerece mucho a pesar de esos 35 años de experiencia de Estado de las Autonomías. O quizás por eso precisamente, si pensamos en la carga dominante que el término Estado (único e indivisible) tiene en la vigente Constitución. Por no hablar de la circunstancia igualmente chocante de que las dos modificaciones introducidas en la norma suprema (aprobada en referéndum con sus más y sus memos) hayan venido “impuestas” desde fuera. Concretamente por las necesidades de esa pertenencia supranacional a la UE jamás refrendada por los ciudadanos. Incorporación vía opa que curiosamente derivó en una pérdida de soberanía.
Ese puzle de naciones sin Estado supone en realidad una importante “descentralización administrativa” nutrida mediante transferencias a control remoto por el Estado central. Lo prueba está en las dificultades financieras y presupuestarias que sufren en estos momentos las Comunidades debido a las restricciones que el Estado patrón impone para gestionar su propia austeridad. Un ajuste este decretado por la Comisión Europea (CE) y otros organismos tan huérfanos de legitimidad democrática como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Central Europeo (BCE). Euskadi, Galiza y Catalunya son esas nacionalidades históricas (con sedimento en el pasado generacional) cuya precariedad identitaria salta en la rareza que supone verlas nombradas en sus lenguas vernáculas por la galaxia institucional y mediática.
Tal reticencia a la hora de nombrarlas indica que sustancialmente hay dos maneras de relación entre “ellas y nosotros”. No es lo mismo cómo les percibimos nosotros a ellas, que cómo nos perciben ellas a nosotros. Se pueden buscar muchos términos medios y todos serán insatisfactorios, pero cabría hablar de un denominador común basado en varios inputs y outputs. Con ese esquema de partida, nuestra idea de Galiza tendría bastante que ver con una geografía agreste y alejada (finisterre), de sufridos paisanos apegados a la madre naturaleza, como se demostró en la fenomenal movilización de la catástrofe del Prestige que dañó a tierra y mar sin solución de continuidad. Euskadi compartiría con Galiza algo de esa idiosincrasia inmersa en la patria ancestral, con el añadido de un toque más industrial y mundano. Y Catalunya, que asume con Euskadi una derivación pirenaica, encuentra en la tradición comercial y burguesa su denominación de origen
Sometidos al corsé del centralismo neoborbónico, Euskadi, Galiza y Catalunya ven negado su derecho a decidir con la excusa de que esa facultad corresponde de manera exclusiva y excluyente al pueblo español, teórico depositario de la soberanía nacional. Como si ese mismo pueblo español hubiera sido consultado para decidir la forma monárquica del Estado, ingresar en la Unión Europea en 1986 o reformar el artículo 135 la Constitución en 2011 para troquelarla en el ADN del neoliberalismo rampante. El Estado español y sus respectivos gobiernos del PSOE y del PP utilizan a los españoles como escudos humanos para levantar una barrera que impida de jure y de facto el inaelienable derecho al autogobierno de vascos, catalanes y gallegos. Impermeable a ese hecho diferencial que es la base del pluralismo democrático, desdeñan cuando ignoran. Resulta trágico el olvido que “la España eterna” tiene de la cultura catalana, vasca y gallega. Posiblemente solo sus ricas y diferentes músicas consiguen horadar ese muladar de altiva cretinez en que se atrinchera la Villa y Corte. De Mikel Laboa a Lluis LLach, de Luar na Lubre a Eskorbuto, de Kepa Junquera a Maria do Ceo, nada parece interesar a Madrid más que el bramido de su estaca.
Pero es en el terreno de la literatura y sobre todo en el del pensamiento donde la estrategia del cerrojo se supera a sí misma. Del Ebro para abajo, “Santiago y cierra España”. Y no digamos nada si el autor es vasco y encima acumula de su etapa juvenil el “estigma” de haber formado parte de ETA. Entonces el tiempo no existe, pasa en balde, no hay redención posible. Los puros que basaron la “sagrada” transición en la impunidad de la criminalidad franquista, se echan las manos a la cabeza, y generan alarma social cuando salen presos que han cumplido más de 20 años por la derogación de la injusta doctrina Parot. Tanta estulticia está en los genes. Si el PSOE ha vuelto para reivindicar con todo su poderío las políticas de expolio y saqueo social de Zapatero, de la caverna cabe incluso esperar un meritorio ¡viva la muerte! que rubrique su delirante ¡abajo la inteligencia!
Esa asfixia social, severamente inducida por medios de comunicación e instituciones, es la que ha sufrido uno de los libros más importantes publicado en años en todo el Estado español. Me refiero al monumental trabajo de Joseba Sarrionandia, ¿Somos moros en la niebla?, Premio Euskadi de Ensayo 2010, reditado en castellano en diciembre 2012 por la Editorial Pamiela de Pamplona. Casi mil páginas de erudita y creativa indagación sobre el racismo, el lenguaje, la ordenación económica del mundo, la azarosa libertad y la exclusión de las minorías, entre otras muchas cosas. Un reflexivo decir en torno al “ser humano como sujeto” a través de las vicisitudes del pueblo amazigh, nómada a la fuerza en la ribera rifeña del mediterráneo.
Se trata de una investigación que trasciende su concreto motivo de estudio para revelar la dinámica que han regido las leyes de dominación y explotación desde los últimos procesos de descolonización. Dotado de un impresionante anexo de 1303 citas, comenzando por Norbert Elias y concluyendo con Julio Cortazar, esta obra que la mentalidad inquisitorial de la industria cultural ha colocado en un virtual “índice de libros prohibidos”, constituye por derecho propio una referencia indispensable para entender desde una perspectiva irreverente eso que los halcones sabelotodo han llamado “choque de civilizaciones”.
El núcleo de la obra supone una recreación histórica, impresionantemente contextualiza, de la lucha de la comunidad amazigh por su supervivencia, ora contra el colonialismo español ora frente a las embestidas de su propio entorno “moro”. En ese sentido, el monte Gurugú, situado frente a Melilla, resulta un protagonista elocuente del escenario donde por primera vez se ensayó la guerra química contra población civil y los rifeños de Abd-el-Krim por parte de los militares españoles de la restauración. Hecho hoy resucitado por otra reedición monárquica que, fiel a la vieja escuela africanista, utiliza alambradas erizadas de concertinas para impedir que los sin papeles subsaharianos que se agolpan al pie del Gurugú puedan entrar en la península, antesala de la codiciada UE. No recuperados del espanto de Lampedusa, nuestros democráticos gobiernos han optado por pasarlos a cuchillas para evitar que los inmigrantes perturben el sueño europeo.
“Nada está escrito”, sostiene Sarrionandia en una de las pocas ocasiones que habla en primera persona sobre la idea que ha guiado su ambiciosa exposición, donde se mezcla filosofía, política, ciencia, antropología, derecho, filología, poesía, historia y un elenco de saberes propios de un enciclopedista. “No somos moros. Tampoco vascos. Y, como no somos nada, podemos decidir qué queremos ser, y qué queremos hacer. No somos más que lo que hagamos”, repite en una suerte de advertencia contra el tedio de la resignación. Lo suyo no ha sido ni un “testamento, ni un proyecto político, ni una intimidación”, advierte. “Ha sido como atravesar la niebla durante un largo recorrido con una maleta llena de palabras”.
¿Somos moros en la niebla? toma el título del verso de un escritor atormentado de vascoespañolismo, Miguel de Unamuno, al que Sarrionandia recuerda también como el formulador del término “democracia orgánica”, y con el que parece jugar a una emboscada de flujos y reflujos semejante al trabazón-desdoblamiento que Niklas Luhmann estableció sobre el concepto “álter ego”: “álter es el que manda, el imperioso, y ego, el que obedece, el sometido”. Se trata del poema unamuniano “Salutación a los rifeños”, escrito 1909 en el contexto de la Guerra del Rif y de la Semana Trágica de Barcelona, del que el Premio Euskadi de Ensayo 2010 señala que “asume ese nosotros prepolítico para hacerse preguntas desde el desconcierto por un esclarecimiento colectivo”. Y dice así: “¿somos moros en brumas? /¿rifeños desterrados?/¿las hoy secas espumas /de un algara del mar en su reflujo?”
Como los tiempos no están para líricas, esta nota es terminante, no ofrece el beneficio de la duda, afirma: somos moros en la niebla.
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid