Artículo publicado en Rojo y Negro nº 396, enero 2025
El pasado 29 de octubre vivimos en Valencia, como es bien sabido, una catástrofe climática que hizo que el desbordamiento de dos barrancos que confluyeron junto a un temporal de lluvia, dejara asolado gran parte del cinturón metropolitano Sur de la ciudad de València.
Esa misma noche, el caos era absoluto. Se perdió la cobertura, no había luz ni agua en las casas y las vecinas y vecinos de las 75 poblaciones afectadas sólo podían ayudarse entre ellas sin saber muy bien qué es lo que estaba pasando, echando sábanas desde los balcones para auxiliar a las personas que pasaban, arrastradas por una corriente que se llevaba todo por delante: vehículos, paredes, recuerdos y vidas…
La mañana siguiente se tiñó de desconcierto, se repetía la frase por las calles, ¿pero qué es esto?, ¿qué ha pasado? Incomunicadas las personas, no sabían qué había ocurrido, en muchas zonas arrasadas ni siquiera había caído una gota de agua la noche anterior, pero, al despertar, las calles estaban anegadas de barro, de coches y enseres. Comenzaba a tomar forma una tragedia que no tenía sentido, todavía no lo tiene: familias que no sabían dónde estaban otros familiares, amigos que no sabían dónde estaban sus amigos, otras personas que lo habían perdido todo, personas que sólo lamentaban daños materiales por suerte: el coche, el trastero, la bicicleta… Personas que la tarde anterior estaban haciendo su vida, comprando, recogiendo a los niños/as del parque, trabajando… porque nada pasaba. En algunas zonas llovía, pero no se había notificado ninguna alerta, la población no estaba avisada de que debía protegerse, volver a casa si estaba por la calle, quedarse en el trabajo si estaba trabajando o no ir a trabajar porque entrañaba un riesgo hacerlo. Así, las personas siguieron haciendo su vida como cualquier martes por la tarde, la tristeza y la impotencia más absoluta es que 223 de ellas no volvieron a casa y no van a volver.
Para nosotras, como CGT, ha supuesto el mayor reto al que nos hemos enfrentado en Valencia. En lo personal, compañeras, familiares y amistades afectadas por la DANA, sin saber si estaban vivas o muertas. En lo laboral, preguntas, muchas preguntas ¿por qué las trabajadoras han muerto yendo o volviendo del trabajo? ¿por qué nos pilló desprevenidas con la información y los medios que se tienen hoy día? ¿por qué no se avisó? Y, además, desde el Gobierno valenciano lo sabían, sabían lo que estaba ocurriendo y no hicieron nada, son CRIMINALES. En lo sindical, soluciones, respuestas posibles a las múltiples preguntas. En lo jurídico, reuniones, artículos incumplidos y la idea de pedir responsabilidades. En lo social, lo más duro de todo, sin duda. ¿Cómo se le da respuesta desde un sindicato a una población que lo ha perdido todo?
Sólo se puede hacer con militancia, con ganas y dando un paso al frente, sacando pecho de la solidaridad y del apoyo mutuo en el que nos basamos. Poniéndolo en práctica, día tras día, desde el 29 de octubre. Sin descanso.
Así que nos pusimos a ello el día 30, con falta de información, pero con todos los medios disponibles: los nuestros, los que puso el Confederal en nuestra mano y los que pusieron todas las territoriales. Gracias a ellos, a la militancia de Valencia y a la de fuera y a la necesidad de dar respuestas, reunión tras reunión, coordinación entre los distintos entes, charlas, asambleas y discusiones, muchas discusiones, pusimos en marcha una caja de resistencia, un teléfono de atención para las afectadas y consulta de dudas laborales para cualquier persona afectada por la DANA, afiliada o no, se habilitó un email para que las afectadas pudieran trasladarnos sus demandas y, después, nosotras trasladarlas a Inspección de Trabajo, se interpuso ante la Fiscalía una demanda al president de la Generalitat, se realizaron guías jurídicas para resolver rápidamente las primeras preguntas y dudas, se organizaron concentraciones en las empresas para denunciar la nefasta gestión en la DANA, al igual que dos grandes manifestaciones que fueron multitudinarias y una que está prevista para el 29 de diciembre, cuando se cumplirán dos meses desde la catástrofe.
Diariamente, se han organizado equipos de trabajo para ir a limpiar las zonas afectadas, de lunes a domingo, a repartir alimentos llegados desde las CGT de todo el Estado, hasta tal punto que nos hemos visto abrumados, dos camiones, tres camiones… “compañeras, ¿quién está disponible? Llegan más camiones”, repartiendo así, con la solidaridad entre trabajadoras, toneladas de comida, ropa, epis y productos de primera necesidad.
Mes y medio después, todavía queda mucho por hacer, pero los proyectos y las necesidades van cambiando, en colaboración son Soterranya y con la inestimable donación gestionada por la sección sindical de CGT en Bicing se han conseguido repartir cientos de bicicletas para que las personas puedan trasladarse de su domicilio al trabajo o a otras poblaciones cercanas. El metro no funciona, las calles están llenas de polvo, el aire es de pésima calidad, los colegios siguen cerrados y el alumnado sin clases. Los pocos que han vuelto lo han hecho sin un certificado de habitabilidad, higiene y sin ningún certificado técnico. Los edificios están catalogados mediante una escala de color, a los de color rojo, ni te acerques, pero hay algunos que no están todavía valorados en la escala cromática, como el de Massanassa en el que murió un trabajador. Ese edificio no era de ningún color, sólo de barro, como el resto de los edificios de las poblaciones afectadas. Como el cuerpo sin vida que se encontró hace escasos días en Paiporta: una persona cuya desaparición fue denunciada “por suerte” por un primo suyo.
Nosotras, nosotros seguiremos ahí, con las personas de las zonas afectadas, con las trabajadoras, día tras día, como hemos hecho hasta hoy, ayudando en lo que podamos y denunciando la gestión criminal de un gobierno criminal y reivindicando los cuerpos sin vida de las trabajadoras, las inmigrantes, las que no tienen quien les reclame, las que no cuentan y no saldrán en las estadísticas, y reivindicando el trabajo de las 26.000 personas inmersas en un ERTE de fuerza mayor y la dignidad de las personas vivas, pero que estaban en el barro ya antes de la catástrofe.
Juan Miguel Font
Secretario general de CGT València
Fuente: Rojo y Negro