Para quienes elaboramos EL LIBERTARIO, es una gran satisfacción publicar este trabajo sobre la experiencia poco divulgada del feminismo anarquista en la Revolución Española de 1936, escrito con pasión y realismo por una participante de aquellos hechos. Más grato todavía ha sido poder entrar en contacto personal con Concha, que reside en Venezuela, a cuya presencia cordial y testimonio cálido queremos dedicar esta edición de nuestro periódico. La versión original del texto apareció en EL NOI, boletín de la Fundación Salvador Seguí de Valencia (España), # 4, 1996, reproducida aquí con correcciones ortográficas y de estilo aprobadas por la autora
Para las que en los tiempos de la iniciación de este movimiento de liberación femenina éramos unas jóvenes llenas de mística y vocación de servicio, nos es un motivo de inmensa satisfacción y alegría el constatar que estas nuevas generaciones, en lo referente a la emancipación de la mujer, toman como punto de referencia la lucha que del año 1934 a 1939 emprendieron pequeños grupos de mujeres y muchachas que, al lograr unificar sus esfuerzos aislados, dieron nacimiento a la Agrupación Mujeres Libres en España.
Aunque a estas alturas todavía falta mucho para poder decir que se han logrado todos los postulados de Mujeres Libres, la actual generación no puede tener idea de lo que era por aquellos tiempos la situación femenina en la sociedad española. Porque, mal que bien, algunas mujeres llegan a alcanzar hoy día posibilidades que en aquel entonces eran ilusas utopías. Cuando nos vencieron las hordas franquistas y el exilio nos aventó a Francia, pudimos apreciar que, a pesar de las leyes napoleónicas, ellas, en ese país, gozaban de más respeto y consideración que la mujer española.
Hoy llama la atención y se estudia ese estallido, esa toma de conciencia de las mujeres españolas, cuyo detonador fue la Agrupación Mujeres Libres, poniéndose sobre el tapete sus metas y todos sus logros a nivel nacional, que fueron muchos y muy loables. Pero para mi, una veinteañera en aquellos inicios de la Guerra Civil, es importante empezar por referir el espíritu excepcionalmente solidario, el clima psicológico que reinaba entre nosotras, las iniciadas, del cual participaban enseguida todas las voluntades que se nos unían.
Eramos la mayoría mujeres del pueblo, obreras. Nuestro nivel intelectual, exceptuando a cuatro o cinco luchadoras, no era muy elevado, en cuanto a preparación académica propiamente dicha, pero con respeto por nosotras mismas y sentido común, inteligencia innata, criterio justo al juzgar, que se me perdone la inmodestia… en eso éramos insuperables. Y en el deseo de ayudar a nuestras compañeras de sexo, también. Nuestro esfuerzo iba dirigido a hacerles comprender que debían esforzarse por salir de esa oprobiosa situación de sometimiento indignante, sin enfrentamientos. Haciendo uso de la razón. Y creo que en esta actitud nuestra, natural y espontanea, sin alardes de superioridad, reside uno de los motivos de nuestra increíble captación de voluntades. Se contagiaban de nuestra mística sin sentirnos superiores a ellas. Enseguida comprendían que entre nosotras no había «líderes» ni pretensión de imponer criterios por parte de nadie. Solidaridad fraternal y humana era la tónica en nuestro ambiente y en nuestras relaciones.
Relataré una anécdota ilustrativa de este espíritu igualitario, cuya única aspiración era que la mujer despertara y se sacudiera : una compañera muy joven fue la encargada de organizar la región catalana. Consiguió con creces ese objetivo en muy escasos meses. Llegó el momento de nombrar un Comité Regional en forma. Nombrado éste, las compañeras que lo integraron le rogaron que durante algún tiempo se quedara con ellas para orientarlas y ayudarlas. Así se hizo. Hasta que llego el momento en que las integrantes del Comité Regional se sintieron capaces de continuar sin asesoramiento de nadie y así se lo hicieron saber a la compañerita que las auxiliaba. Y ésta se fue de esa posición, satisfecha de que nuevas voluntades prosiguieran la obra. Y éste es un ejemplo de la tónica que reinaba entre las militantes. Creo que es muy posible que esta atmósfera solidaria, sincera y humilde, haya contribuido a esa eclosión sin precedentes en ningún movimiento de liberación femenina iniciado hasta la fecha.
Cuando Mujeres Libres consiguió cohesionar los esfuerzos dispersos de los aislados grupos de mujeres que luchaban por el mismo ideal en España, y constituyó una organización de nivel estatal, buscó su ubicación en el Movimiento Libertario, ya que sus iniciadoras sustentaban el anarquismo. Tuvimos la aspiración de ser la «rama femenina» de ese Movimiento, reconocida del mismo modo como lo era la juventud en las Juventudes Libertarias. Es muy doloroso reconocerlo y aún más manifestarlo, pero a nuestros «liberados» compañeros anarquistas que luchaban por la liberación del proletariado, se les escapaba en sus análisis que la mujer española, en cuanto obrera, sufría como ellos el yugo del capitalismo y aún peor : por el mismo trabajo percibía menor salario. Y en cuanto a ser humano en la sociedad, su situación no podía ser más denigrante y oprobiosa : un ser adulto menor de edad. Pero esto se planteaba poco o nada, igual que sobre la larga lista de atropellos cometidos contra la mujer desde la remota noche de los tiempos, como los de aquellos Concilios en los que la Iglesia culpó a la mujer por introducir el pecado al mundo o se discutió si tenía alma humana.
Pues bien, nuestros compañeros no nos quisieron reconocer como rama femenina del Movimiento Libertario. Y esa actitud nos produjo mucho asombro y sentimiento. Nosotras, Mujeres Libres, le presentábamos a nuestro Movimiento una organización en bandeja de plata, y nos rechazaban. Mientras tanto, los comunistas habían creado esa entelequia de organización denominada «Mujeres Antifacistas»(¿ ?), pues todos los partidos iban a crear con una sección femenina para contar con una fuerza manejable y manipulada a sus fines. Pero en honor a la verdad, a fuerza de muchos ruegos (y algunas humillaciones enjuagadas por Soledad Estorach) la realidad es que económicamente nos ayudaron mucho. Poco importa que fuera con aquella actitud paternal de quien soporta los caprichos de un adolescente. A nuestro ruego, nos concedieron los inmuebles donde funcionaron comités regionales y locales. Y donde establecimos ’El Casal de la Dona Treballadora». Y nos daban también las sumas de dinero para pagar el profesorado, ya que las clases que allí se impartían eran gratuitas. De esta tarea pedigüeña se ocupó siempre Soledad Estorach. Tarea ingrata, pues según iban aumentando las asignaturas, rogaba que «le dieran un poquito más». También nos ayudaban a pagar los sueldos de las secretarias y alguna otra chica dedicada a tiempo completo a Mujeres Libres. Muy pocas. Eran sueldos muy exiguos, el mínimo vital, pero se los agradecíamos en lo que valía.
De todas maneras, con sus penurias, sus dificultades, las chicas de Mujeres Libres continuaban su lucha en todos los frentes que imponía la dramática situación de la Guerra Civil, y contra la moral reinante hacia la mujer, tan despótica en suelo español por la herencia que dejaran ocho siglos de ocupación árabe. Mentalidad que se reflejaba en un mal chiste que se contaba durante la guerra : «Los árabes han cambiado algo sus costumbres respecto a la mujer. Antes él iba sentado en su burro y la mujer caminaba detrás. Ahora ella va delante… por las minas». Para nosotras, las fundadoras de Mujeres Libres, resultaba imperativo que las mujeres comprendieran que no era imposible sacudirse ese condicionamiento atávico y debían empezar a modificar los esquemas a partir de ellas mismas y en su propio hogar, empezando por su descendencia filial, no otorgándole a los varones privilegios sobre las hembras.
Como testigo de primera fila, y siendo que logros y actividades otras las narraran, yo he querido contar como todas, absolutamente todas las integrantes de Mujeres Libres habíamos hecho de la solidaridad hacia la mujer de España un valor esencial. Todo giraba alrededor de esta solidaridad. Porque vuelvo a decirlo, entre nosotras no había líderes. Cada cual conocía sus limitaciones, y las más inteligentes o ilustradas no sacaban ninguna ventaja de esa cualidad. Pudiera habérsenos comparado con una colmena de abejas : cada cual estaba en su sitio, desempeñando su tarea. Tampoco contábamos con figuras destacadas en la vida social o intelectual. Nuestras abanderadas fueron Lucia Sánchez Saornil. Mercedes Comaposada Guillén y Amparo Poch y Gascón. Mujeres de inteligencia preclara, de elevados quilates morales y, ellas si, con preparación académica, que en la sombra, y casi en el anonimato, enseñaban, impulsaban con toda humildad y solidaridad a sus compañeras, a las compañeras que se nos iban uniendo en la consecución de nuestras metas.
Hoy apenas quedamos las veinteañeras de esa gesta. Todas las mencionadas han desaparecido. Bastantes somos las que les debemos mucho. Y la autora de estas líneas, más que ninguna. Desde aquí quiero reiterar que nunca las olvide y que las he llevado en mi corazón a través de tantos años de ausencia física. ¡Ya ves Mercedes, no hemos desaparecido !… Aquella semillita que con tanta fe, ardor y esfuerzo sembramos, luchando contra reloj, porque teníamos el tiempo contado, corto, ¡GERMINÓ !…
Fuente: Concha Liaño