En un texto, publicado en la revista Redes libertarias y luego en Kaos (1), Tomás Ibáñez ha hecho «un encendido elogio de la negatividad del anarquismo» y de su positividad en «sus intermitentes plasmaciones en la realidad», por considerar que son «una inextricable, pero contradictoria dualidad» que lo preserva «de caer en el plácido inmovilismo de las cosas que son aproblemáticas o que se presentan como tales» y de buscar chivos expiatorios responsables del «estancamiento y del debilitamiento del vigor de la lucha de clases y de la fragmentación de los frentes de lucha«.
Una situación que nos obliga a no apartar «la vista del hecho de que los drásticos cambios experimentados por el capitalismo y por las sociedades que este moldea, torna inoperantes, por desfasados, determinados modelos de confrontación con el sistema«, y a considerar que «escudriñar cuidadosamente esos cambios es la primera condición para inventar y para articular unas nuevas formas de lucha que desmantelen el sistema establecido y abran caminos hacia otra forma de vida más cercana al sueño anarquista«.
Por estar de acuerdo con estas reflexiones de Tomás, no habría tenido nada a decir como tampoco del resto de su artículo, si no fuese porque, tras decirnos que el anarquismo «es lo que vive y se mueve en el preciso punto donde se extrema la tensión entre esas dos facetas irremediablemente opuestas, pero íntimamente entrelazadas, del querer vivir colectivamente libres, a la vez que del querer vivir radicalmente indominantes» y, en consecuencia, de ser el ideario anarquista «intrínsecamente dilemático«, Tomás nos dice que, por coherencia con los principios de autonomía y autoorganización, para articular esas nuevas formas de lucha los anarquistas que participan en ellas deben «abstenerse de formular propuestas positivas (ya sea de tipo organizativo, de fijación de objetivos, o de definición de modos de actuar) que no surjan de la propia lucha«. Una abstención que no me parece lógica ni aceptable.
Efectivamente, no solo no me parece sostenible exigir dicha abstención por coherencia con los principios de autonomía y autoorganización, que incitan más bien a la formulación y experimentación de propuestas positivas organizativas, etc. sino también porque son esos principios los que fundamentan las luchas de los anarquistas contra la dominación y el objetivo de estas luchas ser, precisamente, el de incitar a las personas y colectivos a ser autónomos y a autoorganizarse (en las luchas y en la convivencia social).
No me parece pues lógico exigir a los anarquistas que se abstengan de formular propuestas positivas «que no surjan de la propia lucha«, por la simple razón de que éstas solo pueden surgir de las que formulen los protagonistas de estas luchas. La formulación de propuestas positivas siendo el crisol del que surgen las nuevas.
Otra cosa bien diferente es rechazar «sin ambages cualquier tentación de inyectar desde fuera de las luchas tanto los principios que deben guiarlas, como las formas que estas deben tomar y las metas que deben perseguir». Pues, además de ser los anarquistas radicalmente incompatibles con toda forma de liderazgo o vanguardia, siempre han considerado que es a los protagonistas de las luchas de encausarlas y solo a ellos/as de hacerlo.
Ahora bien, siendo los anarquistas que participan en las luchas tan protagonistas de éstas como los demás, no se les puede exigir -como lo hace Tomás- que se abstengan de ser lo que son. Pues es obvio que si participan en ellas es porque éstas son luchas contra la dominación y ellos son indominantes. No querer dominar es la consecuencia de rechazar la dominación. De ahí la importancia de la autonomía y de la autoorganización para los anarquistas; pues son estos dos principios los que, como sabemos, permiten a la persona de serlo plenamente ademas de ser la condición necesaria y suficiente para hacer posible la convivencia humana en libertad.
No querer dominar, ser indominante, no implica ser pasivo, no querer ser libre y luchar por ello. Si los modelos de confrontación con el sistema utilizados por los anarquistas están desfasados por inoperantes, ¿qué se puede decir de las otras ideologías que se pretenden ser manumisoras?
Cuando las utopias marxistas han acabado todas en regímenes totalitarios y el capitalismo se ha impuesto por todas partes como el sistema más eficaz para obtener «nuestra dócil sumisión a la execrable autoridad de lo instituido«, solo el anarquismo sigue, como lo recuerda Tomás, extremando la tensión entre «el querer vivir colectivamente libres» y el «querer vivir radicalmente indominantes«.
Ahora bien, dado que los «drásticos cambios experimentados por el capitalismo y por las sociedades que este moldea» han puesto en evidencia la inoperancia y el desfase de «determinados modelos de confrontación con el sistema» y la necesidad de inventar y articular «unas nuevas formas de lucha que desmantelen el sistema establecido y abran caminos hacia otra forma de vida más cercana al sueño anarquista», me parece que estando hoy la humanidad amenazada por los peligros distópicos, virales y climáticos, estas nuevas formas de lucha deben basarse en la ecosolidaridad,. No solo para evitarlos sino también para acercarnos al «sueño anarquista»; un mundo ecosolidario.
Octavio Alberola
Fuente: Octavio Alberola