Creer es crear. Sin fe, sin fervor, no se construye ni se destruye. Estar sin fe es un estado trágico, de fracaso del ser; y el ser que precie sus características fundamentales, vitales y vitalizantes, no se puede lanzar a la vida sin fondo ni forma que es la de ir sin fe. A todo el que no crea, hay que llenarle el espíritu de ímpetu. A todo el que esté caído, gastado en exceso de vida interior o en desgaste de vida exterior. ¡Hay que transfundirle la Fe!
¿A qué llamamos fe? A la maravillosa circunstancia espiritual que da capacidades de creación. Con ella hundido el cuerpo en la arena hirviente del dolor, se vence, se sale, se sobresale. El ser nace con una inclinación específica a la fe o el pesimismo; hay raíces ancestrales que fijan posiciones «a priori»; pero la ciencia, la «científica biológica» y la espiritual, casi libertan al ser de sus cadenas colocándole en disposición de creer y de hacer.
¿A qué llamamos fe? A la maravillosa circunstancia espiritual que da capacidades de creación. Con ella hundido el cuerpo en la arena hirviente del dolor, se vence, se sale, se sobresale. El ser nace con una inclinación específica a la fe o el pesimismo; hay raíces ancestrales que fijan posiciones «a priori»; pero la ciencia, la «científica biológica» y la espiritual, casi libertan al ser de sus cadenas colocándole en disposición de creer y de hacer. Cuando surgen individuos sin estímulo intenso, limitados por su propio peso, es en los creyentes, es en los iluminados en quienes vive, alienta la responsabilidad de que «ellos» aprendan a ir a enfervorizarse, a elevarse minuto o minuto por encima de su negatividad instintiva.
Con la fe, encontramos que la Idea se lo viste todo con suavidad de flor; y el sacrificio, el dolor, y esta ascua de pasar el corazón por entre hielos agudos de incomprensiones, intolerancias, es una dulce agua moldeadora de la mejor luz.
Sin la fe, cuantos paisajes nos muestra la existencia carecerán del contorno estricto de nuestra alma, y caminaremos a rastras de los días con la misma doliente figura que adoptaríamos de tener que andar tras un buey gravísimo, que tal es enconces el Tiempo del pesimismo.
Contra el negativo, contra el destructor absurdo del no creer, yo levanto mi fe ciclópea, mi fe de siglos, mi sangre en «sí» delirante.
Demos por la fe todo el vigor vital; y a la fe de los hermanos toda la importancia máxima que tiene la verdad. Toda responsabilidad es una para todos y cada uno. Si aquel está sin fe, ¿para qué quiero yo la mía? ¡Hay que trasvasársela ardorosamente!
Y es así, será entonces cuando esta lumbre en que yo ardo, me alce en columna que sostenga un universo definitivo.
Nadie se evada de su deber pasa con la fe. Hay que creer. Nadie puede ni debe vivir sin fe.
Carmen Conde *
Periódico Mujeres Libres, XI mes de la Revolución, n ° 9, p. 3.
*) […] La guerra acercó a Carmen Conde a la revista anarquista Mujeres Libres, donde salieron sucesivamente algunas colaboraciones en forma de artículos, poemas y una pequeña obra teatral. Las firmó con su propio nombre, con las iniciales C.C. o con el pseudónimo de Florentina. Con éste inició su primera colaboración, en el número 3, con el artículo titulado “Sobre el delito de la obediencia” y posteriormente, en el número 9, salió el artículo «Sobre la fe». Los poemas publicado fueron «El mundo empieza fuera del mundo» (en el número 10), «A los niños que mueren en la guerra» (número 11) y «Poema del aire de la guerra» (número 12). La pequeña obra teatral se titula «La Luna que se escapó del cielo» y apareció en el último número de la revista, el 13. […] (http://marymeseta.blogspot.fr/2010/12/carmen-conde.html)
http://www.fondation-besnard.org/article.php3?id_article=1572
Fuente: Carmen Conde