No me cabe ninguna duda de que a cada generación corresponde poner de manifiesto lo más relevante de su tiempo y espacio sorteando para ello los escollos, o estrellándose contra ellos, que ese camino procura, con el único deseo de descubrir un pensamiento cuyo resultado sea un análisis de la realidad y su evolución. Aunque, por otra parte, también es verdad que no es ésta una época en que sobresalgan planteamientos originales. Nos hemos estancado en la incertidumbre y la incongruencia. Un producto generado accidentalmente o buscado, por esa tónica general de apatía y dejadez popular. Fieles acompañantes, de casi todos, durante estas últimas décadas. Hemos confundido creatividad con originalidad.

Creo, que la originalidad no consiste en el empeño de crear algo inexistente. Error recurrente a lo largo de la historia. Todos necesitamos beber de las fuentes del conocimiento ajeno para alcanzar un mínimo de conocimiento. Dejo ese intento de construir teorías imperecederas y originales a los que son incapaces de conectar con la realidad de su tiempo y la evolución del pasado, normalmente, mirándose tan solo a sí mismos; me inclino más hacia una pluralidad creativa.

Creo, que la originalidad no consiste en el empeño de crear algo inexistente. Error recurrente a lo largo de la historia. Todos necesitamos beber de las fuentes del conocimiento ajeno para alcanzar un mínimo de conocimiento. Dejo ese intento de construir teorías imperecederas y originales a los que son incapaces de conectar con la realidad de su tiempo y la evolución del pasado, normalmente, mirándose tan solo a sí mismos; me inclino más hacia una pluralidad creativa. Además de lo dicho hasta aquí, quiero decir también que chocamos contra un obstáculo insalvable generación tras generación: el famoso “qué dirán los demás sobre nosotros, qué opinión tendrán, buena o mala”. Este aguijón que constantemente nos ha inyectado inseguridad, ha causado que las reflexiones que hacemos de nuestra propia realidad histórica tampoco se hayan producido de modo autónomo, sino en base a un pensamiento importado. Que no es malo. Pero, que a la postre, nos ha condenado a ser una sociedad glosadora del pensamiento ajeno, demostrando de esta forma la incapacidad para la reflexión sobre nuestra propia realidad, espejo oscuro de lo que no se dice.

Sin esta autorreflexión crítica, la búsqueda de lo esencial, en una materia extremadamente sensible al acontecer social, como es nuestro pasado y nuestro presente, nunca seremos capaces de poner en evidencia la ideología predominante y dominante en cada etapa histórica. Es por eso, para que este diálogo fructifique en algo sólido y creativo, deber primario que las cosas más imperfectas salgan a la luz, enfrentando las opiniones más distantes, tras el combate de nuestras contradicciones históricas. Probablemente, la indolencia a la que estamos sometidos, o la falta de costumbre en polemizar, hacen que, cuando se producen discrepancias en nuestro entorno, estas cobren una violencia verbal inusitada, cuando no física.

Ya que he hablado de similitudes, violencia, dejadez y creatividad, voy a servirme del cine para recorrer esa telaraña de obsesiones, rencores, vilezas y silencios nunca curados, y siempre reprochados que recorren el territorio humano, en dos épocas muy cercanas que deberían ser muy distintas, pero, que, no sé por qué, son muy similares. O sí lo sabemos y no lo queremos ver.

Por un lado, aquella película, ingenua a la vez que enternecedora, pero con un trasfondo capaz de sonrojar a cualquier amante de la libertad, puesto que reflejaba, a pesar de la censura, la cruda realidad de una época, mostrando la verdadera miseria nacional, destinada a un colectivo social desposeído, y poseído, a la vez, por ese tardofranquismo con visos democratizadoramente monárquicos. Sí, me refiero a Atraco a las tres, dirigida por José María Forque en 1962. Un intento de atraco, premeditado, calculado y frustrado, muy al gusto de la época, pero que consiguió presentar a una sociedad retrasada, sumisa, avarienta y envidiosa, afectada por sus carencias y miserias, jerarquizada por el enchufismo y la corrupción. Por otro, el homenaje particular al cine de todos los tiempos dirigido por Alex de la Iglesia, con su película, Las Brujas de Zugarramurdi, donde nos muestra la sordidez inundada de podredumbre que sacude el mismo territorio, avaro, interesado e inculto, con la única e inapreciable diferencia de sentido, de que los hechos ejecutados en el hilarante atraco perpetrado en una joyería situada en la Puerta del Sol, nos trasladan a nuestra heredada realidad.

A pesar de la escasa distancia temporal entre las dos películas, este nuevo atraco es fiel representante de aquellos años de eterna posguerra. En los dos ejemplos cinematográficos, los atracadores sincronizaron los relojes. Pero, nunca coinciden las horas. Nunca acaban con el éxito deseado. Por la única y sencilla razón de que tampoco, nunca, el nacionalismo español ha concedido sitio a la imaginación. Siempre ha dolido, porque va contra los que roban a los que menos tienen, contra los corruptos y contra los inquisidores de la unidad conservadora. Por eso no tiene éxito. Porqué va contra el poder, como bien nos cede Dario Fo.

Estos dos ejemplos confirman que la originalidad no reside en lo inexistente, como más arriba hemos dicho, sino que mediante la observación de la sociedad, fuente de todo conocimiento, y ayudados por la necesidad humana de saber, podemos ser críticos y reflexivos a pesar de las censuras y de la ausencia de libertad de expresión, sin necesidad de importar ideas ajenas.

Ambas películas nos muestran las carencias y los deseos de una sociedad que no ha sido capaz de contener a quienes nos dirigen, cuyas aspiraciones son claramente incompatibles con los intereses generales. Nunca han sido privados de sus privilegios, sin los que difícilmente cumplirían sus misiones. Incluso, podemos decir más, a lo largo del tiempo, han buscado, y encontrado nuevos privilegios, y en caso alguno han abandonado sin resistencia sus conquistas principales.

El franquismo fecundó como idea capital, la construcción de un estado, entendido como un poder absoluto y perpetuo, donde la concentración del poder militar y de la justicia, beneficiaron a la larga la reinstauración de una monarquía expulsada por corrupta y entrometida, en lo que ellos ejemplifican como Inmaculada Transición. Las escenas que reflejan ambos atracos son fruto de la alineación y el conformismo, de la desigualdad entre los hombres, nacida del abuso de poder y de la prepotencia de los ricos.

Los relojes de estos atracadores institucionales, democráticos o franquistas, siempre sincronizan. Este es el drama de nuestros representantes, sus poderes son extraordinariamente poderosos; oprimen y engañan; poseen riquezas inmensas y viven escatimando; se han concebido para que funcionen bajo un orden y viven en desorden. Han cambiado el vestuario, pero el fondo de armario sigue siendo el mismo: la corrupción y el robo. Bien es sabido que los corruptos no suelen utilizar el cauce de las leyes para cometer sus fechorías y que cuando lo hacen, suelen navegar con soltura por sus múltiples lagunas y transitar por los vericuetos más insospechables que presentan las leyes. Argumentos a los que la mayoría no podemos acceder.

Seamos inquietos y críticos con nosotros mismos, de esta forma los corruptos no nos atracaran tan puerilmente, e igual nuestros relojes sincronizan en algún atraco. “Así no se hace, no sé cómo, pero así no se hace”, dice un atracador fracasado.

Julián Zubieta Martínez


Fuente: Julián Zubieta Martínez