A partir de fines del año 2001 y comienzos del 2002, sectores de la clase obrera argentina protagonizaron una experiencia de lucha muy singular. La ocupación de empresas y la puesta en producción sin patrones. En un contexto de crisis económica, alto nivel del índice de desocupación, quiebras de empresas y despidos masivos, miles de trabajadores se organizaron para mantener sus fuentes de trabajo.

Este artículo fue escrito especialmente para la ZACF, y será publicado en Inglés en el próximo número de la revista "Zabalaza"..  Por Red Libertaria de Buenos Aires - RLBA. En Anarkismo.net


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Sin patrones

El proceso de recuperación de empresas por sus trabajadores en la Argentina. 2001-2009.

Introducción

A partir de fines del año 2001 y comienzos del 2002, sectores de la
clase obrera argentina protagonizaron una experiencia de lucha muy
singular. La ocupación de empresas y la puesta en producción sin
patrones. En un contexto de crisis económica, alto nivel del índice de
desocupación, quiebras de empresas y despidos masivos, miles de
trabajadores se organizaron para mantener sus fuentes de trabajo.

La crisis económica y política

Entre 1997 y 2001 en la Argentina estalló una fuerte crisis económica
que impactó fuertemente en el bloque en el poder. Esta crisis estuvo
coronada por la rebelión popular de los días 19 y 20 de diciembre que,
enfrentando el estado de sitio, produjo la renuncia del presidente
Fernando De la Rúa y la apertura de un proceso de acefalia en el poder
ejecutivo de la república [1], y una avanzada de la lucha popular. Esta
rebelión puso fin a una serie de gobiernos de corte neoliberal en el
país, a la vez que produjo un avance en la lucha popular: asambleas
barriales, movimientos de trabajadores desempleados y la recuperación de
fábricas y empresas por los trabajadores.

Durante la década del 90 en la Argentina se había impuesto un modelo
económico basado en la “converibilidad” de la moneda. Esto significa que
1 peso equivalía a 1 dólar americano. Claramente, la única manera de
mantener esta paridad era el crédito externo. Cuando a partir del 97 se
encareció el crédito, la economía argentina entró en una fuerte
recesión. Si bien el modelo económico había generado una alta tasa de
desocupación (superior al 10%), la crisis disparó la desocupación a más
del 25%. Numerosas empresas quebraron llevando a más trabajadores a la
calle. La respuesta del gobierno, siguiendo los consejos del FMI y del
BM fue aplicar recortes en el presupuesto nacional, que empeoraron la
situación del pueblo. Para 2001, la Argentina dejó de ser un paraíso
para las inversiones financieras, con lo que muchos capitales
abandonaron el país. La respuesta del gobierno consistió en congelar los
depósitos bancarios de los ahorristas, situación que a la larga
constituyó una expropiación a los trabajadores y sectores medios para
salvar al sistema bancario.

Ante esto, la burguesía se dividió en torno a dos programas para superar
la crisis. Una parte buscaba abandonar la “convertibilidad”, devaluando
la moneda, para hacer a la producción local más competitiva a nivel
mundial. La otra parte buscaba adoptar el dólar como moneda de curso
legal, haciendo a la economía local más dependiente de la economía
norteamericana.

La situación social se volvió intolerable en diciembre de 2001. La
congelación de los depósitos bancarios impedía a los trabajadores
disponer de su salario. La falta de dinero circulante aceleraba el
proceso de quiebras y la desocupación aumentaba. Fue así como para el
día 15, en los barrios pobres de las grandes ciudades comenzaron los
saqueos a comercios. La respuesta del gobierno fue la declaración del
estado de sitio (estado de emergencia), suspendiendo las garantías
constitucionales de la población la noche del 19 de diciembre. Al
terminar la transmisión del mensaje presidencial por cadena nacional, la
población de las grandes ciudades comenzó a ganar las calles, golpeando
las cacerolas coreando “¡Qué boludos, qué boludos! ¡El estado de sitio
se lo meten en el culo!” o “¡Qué se vayan todos, qué no quede ni uno
solo!”, pidiendo la renuncia del ministro de economía, del presidente y
de todos los políticos. Así comenzó la rebelión popular, de
características insurreccionales, que acabó con la presidencia de
Fernando De la Rúa.

La movilización popular

Los meses siguientes a la caída de De la Rúa la Argentina estuvo sumida
en un proceso de avance de las organizaciones populares y sus
reivindicaciones. Es de destacar el surgimiento de las Asambleas
Vecinales y el protagonismo ganado por el Movimiento piquetero (o de
Trabajadores Desocupados/Desempleados).

Las Asambleas Vecinales surgieron en las primeras semanas luego de la
caída de De la Rúa. En casi todas las plazas y esquinas importantes de
las grandes ciudades miles de vecinos se reunieron por primera vez en
años. Se discutía política, se organizaban las acciones callejeras
(movilizaciones, escraches), así como se buscaba, por medio del apoyo
mutuo atender a las necesidades de los vecinos desempleados. También
consiguieron establecer Asambleas Interbarriales que sesionaban
semanalmente para coordinar acciones conjuntas.

Por otro lado, el movimiento piquetero, que había surgido en 1997,
organizando a trabajadores despedidos tras la privatización de la
empresa petrolera estatal en la Patagonia y el noroeste del país, en
lucha para conseguir empleo y subsidios que permitieran paliar la
situación de desempleo, alcanzó una proyección nacional. Para 2001, los
pobres y desocupados de las villas miserias (favelas) del centro
político del país, la Ciudad de Buenos Aires, también estaban
organizados y movilizados. El gobierno transicional de Eduardo Duhalde,
electo por la Asamblea Legislativa (que reúne a la cámara baja y la
cámara alta) el 2 de enero de 2002, debió ampliar los subsidios a la
desocupación para intentar calmar los ánimos de los millones de
trabajadores sin empleo, consiguiendo en su lugar el crecimiento de las
organizaciones reivindicativas de esos proletarios. Además, emprendieron
proyectos productivos para, por medio de prácticas autogestivas y
cooperativas, conseguir puestos de trabajo.

Las organizaciones piqueteras se convirtieron así en un actor político
de suma importancia en aquellos años, articulando alrededor de sí a las
reivindicaciones populares de distintos sectores y demostrando un alto
poder de movilización y presión contra el gobierno. En los primeros
meses de 2002 se estableció una fuerte alianza entre las asambleas de
origen urbano, conformadas mayoritariamente por sectores de clase media y
los desempleados de los suburbios de las ciudades, que se expresó en la
consigna “piquete y cacerola, la lucha es una sola”.

Las ocupaciones de fábricas

Es en este contexto de crisis económica y movilización popular que se
produjo uno de los fenómenos que más llamó la atención a la militancia
anticapitalista en todo el mundo: el proceso de ocupación de fábricas y
empresas y la puesta en producción por sus trabajadores sin patrones.

Si bien este proceso fue novedoso en la Argentina, no deja de tener
importantes lazos con las tradiciones y metodologías de lucha de los
trabajadores. La táctica de la ocupación de fábricas tiene larga data en
el país. El antecedente más importante en tal sentido fue impulsado por
la CGT (Confederación General de Trabajadores) en el año 1964. En una
jornada fueron ocupados por los trabajadores los 10.000 establecimientos
fabriles más importantes del país con una precisión miliciana. La
conducción de esta medida era burocrática y actuaba con una lógica de
golpear y negociar para acumular poder corporativo dentro del sistema y
no para generar una ruptura del sistema. Pero la medida asustó tanto a
la burguesía y a los propios burócratas sindicales que el plan de lucha,
organizado en distintas etapas, fue abortado a la mitad.

La ocupación del lugar de trabajo fue también una medida de resistencia a
dictaduras o intentos de privatización: por ejemplo, toma del
frigorífico Lisandro de la Torre (que se realizó para evitar la
privatización del mismo y produjo una fuerte insurrección obrera en el
barrio en que se ubicaba), toma de la empresa textil Alpargatas durante
la última dictadura militar o la toma de la obra de la Represa del
Chocón, etc.

Existen también medidas intermedias que también tienen un arraigue y una
historia en el movimiento obrero argentino: la huelga con presencia en
el lugar de trabajo, por ej., es una derivación moderada de la
«ocupación» lisa y llana de la fábrica.
Pero tras la crisis de 2001 apareció el hecho novedoso: los trabajadores
ocupaban la fábrica quebrada para resguardar sus puestos de trabajo y
ponerlas a producir sin patrones.

La mayoría de las veces, las ocupaciones comenzaban como medidas
preventivas. Los trabajadores buscaban impedir por este medio, que los
empresarios retiraran las maquinarias, mercancías y materias primas
antes de declarar la quiebra. Si esto sucedía, las empresas serían
insolventes, y evitarían pagar los salarios adeudados y las
indemnizaciones por despidos, por no contar con bienes que pudieran ser
rematados para saldas sus deudas.

Sin embargo, pronto empezaron a poner las plantas en producción.
Tuvieron como antecedente la ocupación de la empresa IMPA (Industria
Metalúrgica y Plástica Argentina), que desde 1996 estaba ocupada y cuyos
trabajadores habían empezado a autogestionar, luego de resistir durante
semanas y hasta meses, en los cuales debieron emprender una fuerte
lucha política y jurídica. En este punto fue esencial la solidaridad
prestada por los vecinos, las asambleas y los piqueteros que permitieron
realizar movilizaciones masivas para conseguir la tenencia de las
empresas y los derechos de explotación de las mismas. En la mayoría de
los casos, no consiguieron el apoyo de las direcciones gremiales,
burocráticas y amarillas (propatronales), aunque en algunos casos
puntuales, algunas seccionales sindicales también apoyaron las
ocupaciones. El caso más resonante, pero no el único, es el de Zanón
(actualmente llamada FaSinPat, Fábrica Sin Patrón), donde los
trabajadores habían conseguido recuperar las estructuras sindicales
(primero de base, luego el sindicato) de las manos de la burocracia,
constituyéndose en una organización clasista (de lucha de clases).

El mecanismo habitual de la recuperación de las empresas se puede
esquematizar del siguiente modo. Primero, se ocupaba la empresa para
evitar el vaciamiento de stocks de mercaderías y bienes de capital, para
enfrentar el lock-out o para reclamar por el pago de salarios
adeudados. A continuación, se decidía poner la planta en producción,
como forma de cobrarse las deudas patronales. Para esto, los
trabajadores se constituían en cooperativas de trabajo y emprendían la
lucha legal para conseguir que se les adjudicara el derecho a la
explotación de la empresa. La mayoría de las veces, consiguieron en
primer lugar derechos temporales para la explotación (2 años o más),
pero no los derechos de propiedad, por lo que debieron emprender nuevas
luchas para conseguir la expropiación de las empresas y que luego se les
adjudicara la propiedad. Estas luchas han llegado a durar años, como en
el caso de la empresa productora de cerámicas Zanón.

Pero este camino de luchas fue muy largo y duro. El contexto de
movilización popular y la crisis política y de dominio burgués y estatal
fueron las condiciones que permitieron que estas reivindicaciones se
consiguieran. El gobierno estaba fuertemente debilitado y no podía
impedir la ocupación de fábricas.

Sin embargo, no debemos creer que una vez conseguido el marco legal para
la explotación de las fábricas los problemas estaban superados. Ahora
debían enfrentarse problemas tan profundos como los otros, pero de
carácter comercial. Las empresas recuperadas muchas veces habían sido
vaciadas. No tenían stock de insumos ni de productos terminados. Muchas
veces los patrones ya habían retirado parte importante de la maquinaria.
En otros casos, el hecho de haber permanecido cerrados durante meses
produjo el daño de las maquinarias. Esto pasó en varias fábricas de
vidrio o metal, donde los hornos se arruinaron por permanecer apagados.
Además, por las grandes deudas, tenían cortados sus canales de
proveedores y la provisión de energía o agua, y por la inactividad
habían perdido a importantes clientes. El acceso al crédito a estas
empresas era nulo.

Tampoco debemos olvidar que se trataba de empresas que habían quebrado
por su incapacidad para competir en el mercado capitalista. Muchas de
las empresas tenían tecnología obsoleta y estaban descapitalizadas. Con
lo cual, en la mayoría de los casos, el comienzo de la actividad estuvo
basado en fuertes dosis de autoexplotación para comenzar el proceso de
capitalización. Muchas veces, los trabajadores debían trabajar largas
jornadas sin poder realizar ningún retiro de dinero, para poder comprar
nuevas mercaderías, y porque no podían utilizar sus maquinarias,
teniendo que producir de manera casi artesanal.

Características de las empresas sin patrón

Según el estudio realizado por el colectivo de periodistas de
lavaca.org, en 2007 había 163 empresas funcionando sin patrón [2]. Los
rubros de las empresas son de los más diversos. Básicamente, hay tanto
empresas de servicios (informática, supermercados, periodismo, escuelas y
jardines de infantes, etc.) como empresas productivas (construcción,
autopartes, alimentación, hidrocarburos, plástico, vidrio, etc.). En
general son empresas pequeñas y medianas, con una mayoría de empresas
con alrededor de 50 socios, aunque los extremos van de los 10 socios
para el caso de las más pequeñas y 500 para las más grandes. Por lo que
estamos hablando de la ocupación de una fracción minoritaria de las
empresas argentinas.
En cuanto a las formas de organización, todas han tomado la forma legal
de cooperativas. En este sentido, la ley que regula las cooperativas es
muy restrictiva en los aspectos organizativos, ya que impone la
existencia de una comisión administrativa y un presidente. Este
presidente tiene poderes casi plenos en su ejercicio, debiendo rendir
cuentas del ejercicio anual a los asociados en asambleas ordinarias una
vez al año. Sin embargo, más allá de esta cobertura legal, la mayoría de
las cooperativas han adoptado de hecho otras formas de organización,
que garantizan la participación del pleno de los asociados en los más
diversos aspectos de la vida de la empresa.

Por otro lado, en la mayoría de los casos la se busca que el reparto de
los beneficios sea igualitario entre todos los trabajadores. En los
casos en que hay diferencias salariales, son mucho menores que en otras
empresas de la misma rama.
En los casos en que las empresas sin patrón debieron tomar nuevos
asociados, en muchos casos lo han hecho entre activistas que apoyaron la
ocupación desde el primer momento. Es el caso de la ceramista FaSinPat,
que en los primeros años de la gestión obrera experimentó un fuerte
crecimiento de la producción teniendo que incorporar nuevos asociados.
Muchos de ellos eran miembros del Movimiento de Trabajadores
Desocupados, que acompañaron a los trabajadores durante la ocupación, en
los enfrentamientos con las fuerzas de seguridad y en las
movilizaciones exigiendo la expropiación de la planta.
Un último elemento a destacar es que muchas de las empresas recuperadas
diversificaron las actividades que realizaban, buscando superar el hecho
de ser meros centros productivos de mercancías. Así, en muchas empresas
recuperadas funcionan centros culturales, bibliotecas, salas de
atención primaria de salud, escuelas, etc. Esta diversificación fue una
táctica muy útil a la hora de conseguir apoyos en las comunidades, así
como una forma de gratitud al apoyo recibido. De este modo, las empresas
recuperadas experimentaron una importante transformación, ocupándose de
distintos aspectos de la vida social de los barrios.

El debate: ¿cooperativas o control obrero?

Un importante debate, de carácter estratégico se dio en el seno de la
izquierda y del movimiento de empresas recuperadas. El problema a
resolver era cómo debían organizarse estas empresas en el marco del
sistema capitalista. La solución más difundida ha sido la conformación
de cooperativas. Esta forma, que reviste caracteres jurídicos precisos,
permitió dar un marco legal y avanzar en la explotación de las empresas.

Sin embargo, como ya hemos dicho, el Estado argentino prevé una
importante injerencia en la vida orgánica de las cooperativas. Si en la
lucha, todos los trabajadores estaban en pie de igualdad, decidiendo en
asambleas cómo llevar adelante la lucha, la ley de cooperativas en la
Argentina establece un mecanismo organizativo basado en la
representación que aleja a la totalidad de los asociados de la gestión
cotidiana de la empresa. Este primer obstáculo fue superado de hecho por
muchas de las empresas sin patrón, que tomaban formalmente la
personería de cooperativas pero que constituyeron mecanismos
democráticos de gestión.

Pero en el capitalismo las cooperativas deben enfrentar problemas más
importantes. El proceso de competencia entre las empresas obligan a los
patrones a introducir cambios en las formas de producir, aumentar los
ritmos de trabajo, incorporar maquinaria, despedir trabajadores, etc.
Como puede verse, la producción para el mercado está en conflicto con
los intereses de los trabajadores. No sólo por lo que se produce, sino
que también por cómo se trabaja en las empresas para producir. Por esta
razón, los trabajadores de algunas empresas recuperadas elaboraron otro
modelo de organización, conocido como “el control obrero”. Esta
modalidad implica el control por el pleno de los trabajadores de la
totalidad del proceso productivo. Está acompañada una modalidad
organizativa que parte de las asambleas de base de cada sección de la
empresa, la elección democrática y directa de representantes para
consejos u otros organismos, la revocabilidad de los mandatos por la
asamblea, el control permanente entre la base obrera y sus
representantes, la promoción de la función dirigente en todos los
interesados y la proyección de la práctica del control en la fábrica
hacia el dominio de la sociedad. Esta modalidad está acompañada además
de la reivindicación de la nacionalización de las empresas [3].
Sin embargo, la forma predominante es la cooperativa (más del 90% de las
empresas recuperadas), mientras que el 4,7% ha adoptado las forma de
Sociedad Anónima o de Sociedad de Responsabilidad Limitada y sólo el
2,3% la de control obrero.

El kirchnerismo y la reconstrucción de la hegemonía burguesa

La elección del presidente interino Duhalde a principios de 2002 marcó
el comienzo de la reconstrucción del dominio burgués en tras la crisis.
Con la devaluación de la moneda se puso fin a 10 años de la política de
convertibilidad, imponiéndose una fracción de la alta burguesía que
buscaba generar mejores condiciones para competir en el mercado mundial.
Fue derrotada la otra fracción burguesa, representada principalmente
por el capital financiero y las empresas de servicios públicos
privatizadas durante los años noventa, que buscaba la adopción del dólar
como moneda.

Sólo faltaba disciplinar al pueblo que seguía luchando, movilizándose y
organizándose. Para esto, el gobierno utilizó una doble táctica: por un
lado, la represión, por el otro, la anulación de movimientos sociales
por medio de la cooptación o la anulación política. La represión fue
salvaje, y se cobró la vida de dos jóvenes referentes (Maximiliano
Kosteki y Darío Santillán) del movimiento piquetero el día 26 de junio
de 2002, cuando los trabajadores desocupados lanzaron un plan de lucha
que buscaba cortar los principales accesos a la ciudad de Buenos Aires.

Si bien la represión causó el llamado precipitado a elecciones
presidenciales, también implicó el comienzo de la decadencia del
movimiento piquetero. Las asambleas, que fueron tan activas durante el
verano de 2002, comenzaron a languidecer. La falta de objetivos
concretos, la falta de experiencia y una situación económica que
empezaba a normalizarse, fueron algunos de los factores que produjeron
su reflujo.

Fue a Néstor Kirchner, quien asumió la presidencia de la Nación el 25 de
mayo de 2003, a quien le tocó recomponer el dominio del Estado. Ex
gobernador de una provincia del extremo sur del país, desconocido para
muchos, en un contexto de fuerte rechazo hacia los partidos políticos y
en base a un discurso de oposición al neoliberalismo, de condena a las
violaciones de los Derechos Humanos durante la última dictadura militar
(1976-1983) y de reivindicación de la militancia política de
intencionalidad revolucionaria de la década del setenta, consiguió un
fuerte apoyo popular, particularmente de los organismos de derechos
humanos (entre ellos las madres y abuelas de plaza de mayo), movimientos
sociales, intelectuales, etc.

La recuperación de la economía (en estos años, la economía creció a un
ritmo de entre 7 y 9% anual), la creación de nuevos empleos, acompañados
la mayoría de las veces de largas jornadas de trabajo y fuerte
precariedad laboral, la aplicación de planes sociales contra la
desocupación y la pobreza sirvieron también para apagar gran parte de la
rebeldía de las jornadas de 2001. Poco queda de aquél movimiento, que
golpeando cacerolas y enfrentando a la policía, cantaba en la calles
“¡Qué se vayan todos, que no quede ni uno solo!”.

Esto no quiere decir que la movilización popular se haya agotado. Pero
sí se ha transformado. La gran mayoría se canaliza hoy en día por
canales institucionales, y si bien todavía no se ha reconstruido el
sistema bipartidista característico de la Argentina, los partidos
políticos del régimen han recuperado parte importante de su
protagonismo. Por otro lado, la mayoría de las organizaciones piqueteras
se alinearon con el gobierno. Aquellas que no lo hicieron perdieron
gran parte de su influencia y presencia en la política nacional. Estas
organizaciones dependían para funcionar de los recursos del Estado y el
gobierno, fortalecido, sólo destina fondos a los movimientos afines.

La crisis internacional de 2008 y nuevas ocupaciones

En este contexto político de fortaleza del Estado y su gobierno se
produjo la crisis financiera internacional a mediados de 2008. En aquél
momento se produjeron nuevas quiebras de empresas. Pero no fueron tan
generalizadas. El Estado contaba con suficientes reservas como para
afrontar la crisis económica. Así, el año 2009 se produjo una reducción
en el crecimiento de la economía, pero no una recesión.

Se produjeron algunas quiebras mientras algunas empresas se declararon
en situación crítica. Los trabajadores ocuparon esas plantas, pero el
gobierno, lejos de permitir la proliferación de recuperación de empresas
realizó salvatajes de las empresas por medio de préstamos o las
intervino con la intención de sanear sus finanzas para después
devolverlas a sus dueños. Esto es lo que sucedió con las empresas más
grandes. Mientras que algunas empresas pequeñas declararon la quiebra
(en muchos casos fraudulentas, provocadas adrede por los dueños) y sus
trabajadores las ocuparon con la intención de ponerlas a trabajar sin
patrón. En estos casos, la recuperación de las empresas fue más
dificultosa. Si entre 2002-2003 las recuperaciones debieron enfrentar a
un gobierno debilitado, que intentaba recomponer su autoridad, y el
poder judicial se veía superado por la movilización popular, ahora
debían enfrentar un enemigo fortalecido en condiciones de mayor
aislamiento. Además, la posibilidad de conseguir nuevos empleos hacía
que muchos de los trabajadores no permanecieran en la lucha.
La fortaleza del Estado permitió a la burguesía controlar mejor la
situación impidiendo que se generalice.

Conclusiones. Un balance anarquista sobre las empresas sin patrón.

Mucho se ha escrito sobre las ocupaciones de fábricas en la Argentina en
los años 2001-2003. Importantes sectores de la militancia
anticapitalista de todo el mundo volcaron su mirada hacia estas
experiencias buscando encontrar el avance hacia una sociedad socialista.
Sin embargo, a diez años de la rebelión de 2001, creemos que es
necesario realizar un balance más profundo de la experiencia.

En primer lugar, quisiéramos sintetizar algunos aspectos que nos
resultan centrales a la hora de analizar el proceso. Podemos resumir
brevemente esta caracterización en los siguientes puntos:

* Las ocupaciones y recuperadas son expresiones de la lucha de clases
entre la burguesía y el proletariado.
Más aún, corresponden orgánicamente al movimiento obrero argentino, son
producidas por trabajadores o por trabajadores desocupados, retomando
tácticas de lucha de larga data.
* Las particularidades que revisten estos procesos no se deben a que
sean externos al movimiento obrero y a la lucha de clases sino a las
distintas etapas que fue atravesando la formación económica-social
argentina en las últimas décadas. La respuesta obrera surge como
respuesta a la política de la burguesía.
* Las ocupaciones y recuperadas no son generadas por grupos políticos
(minorías) comunistas, ni anarquistas. En realidad no fueron
planificadas por nadie. Son expresiones legítimas de la lucha de clases.
La derrota y división de la clase obrera y sus direcciones burocráticas
muchas veces llevan a que las ocupaciones y recuperadas sean visto como
un fenómeno juvenil o de partidos de izquierda, ya que estos fueron sus
principales defensores a falta del movimiento obrero organizado.

En este sentido, creemos que es posible avanzar en un balance de la
experiencia, que nos permitan extraer enseñanzas para otras latitudes y
tiempos.

En este sentido no podemos dejar de destacar los puntos sobresalientes
de la experiencia. Si bien tenemos que tener en cuenta que estas
experiencias fueron de carácter defensivo y que estuvieron
principalmente centradas en empresas pequeñas y medianas, bajamente
tecnificadas, y por esa razón vulnerables a la competencia capitalista,
son experiencias valiosas de autogestión que demuestran las
posibilidades de producir sin patrón. Las empresas recuperadas permiten
demostrar a la mayor parte de la población la posibilidad de la
autogestión. La existencia de centenas de empresas funcionando sin
patrón, donde son los trabajadores quienes deciden el curso de acción
ante la producción, ampliando sus preocupaciones a otros problemas de la
vida de sus comunidades. En este sentido, el ejemplo de Zanón tal vez
nos demuestre las posibilidades de la autogestión, de una producción
orientada por el interés social y no por la ganancia privada. En este
sentido, entre 2002 y 2005, la empresa consiguió aumentar enormemente la
producción duplicando, en ese mismo período, la cantidad de puestos de
trabajo. Tal vez más importante es que en ese mismo período, sin la
vigilancia y la presión patronal se redujeron drásticamente los
“accidentes” de trabajo. Si bajo la gestión patronal había 300
accidentes anuales, en el período 2002-2005 sólo hubo 33, todos leves,
sin registrar ninguna muerte [4], lo que nos habla de una clara mejora
en las condiciones de trabajo.
Sin embargo, creemos que debemos analizar también los límites que el
capitalismo impone a las empresas recuperadas. Para lo cual debemos
clarificar cuáles son nuestros objetivos como anarquistas y qué
entendemos por autogestión.

Como decíamos más arriba, la mayoría de estas empresas debieron volver a
producir en condiciones muy adversas: falta de abastecimiento de
mercaderías, imposibilidad de acceso al crédito, obsolescencia
tecnológica, cadenas de comercialización destruidas. Por lo cual,
debieron basar su producción en fuertes tasas de autoexplotación de los
trabajadores. Muchas de las empresas recuperadas desesperadas por el
acceso a créditos y subsidios terminaron entregando la gestión de las
empresas a personas con vínculos políticos, con lo que terminaron
llamando a un nuevo patrón para gestionar las empresas. De este modo,
muchos trabajadores renunciaron a la autogestión para mantener su puesto
de trabajo.

Por otro lado, la necesidad de mantener la competitividad lleva a que
los trabajadores de muchas de estas empresas tengan ingresos inferiores a
los de trabajadores que realizan las mismas tareas en empresas
privadas. La misma Zanón (tal vez una de las empresas más paradigmáticas
y la que suele presentar mayores logros) ha tenido que enfrentar
dificultades económicas en los últimos años. A diferencia de sus
competidores privados, ellos no cuentan con ningún tipo de subsidios a
la energía que consumen, con lo que sus costos de producción son más
elevados.

Es por esto que debemos preguntarnos sobre la viabilidad de la
autogestión a pequeña escala. Si es posible generar islas de autogestión
en los marcos del sistema capitalistas o si el capitalismo tiene
mecanismos para neutralizar estas experiencias. La realidad de muchas
empresas recuperadas marcan que en realidad se está autogestionando la
miseria, sectores de la economía que el propio sistema capitalista
descarta por considerarlos inviables.

Por esta razón, debemos apuntar a autogestionar la totalidad de la
producción y de la vida social. Y para esto es necesario expropiar
masivamente a la burguesía, construyendo una sociedad socialista y
libertaria. No existen oasis de socialismo en el marco de la sociedad
capitalista y no se puede construir al margen del sistema y vivir ahí:
hay que destruir al sistema. No hay convivencia posible. Como dicen en
Zanón: «si no se hace la revolución, Zanón queda sola y la destruyen».

En el proceso de ocupación de fábricas los anarquistas tenemos mucho que
aportar a la vez que aprender. Debemos aportar nuestra perspectiva
política, a la vez que brindar nuestro apoyo moral y militante y ayuda
técnica y económica. Buscando siempre la solución del conflicto en
función de los intereses de los implicados: conservar el trabajo. En el
marco de esa lucha se puede conseguir avances de consciencia. Avances
que podrán acumularse en la construcción de un movimiento obrero
clasista si estas experiencias permanecen vinculadas a las
organizaciones de trabajadores, participando de sus luchas codo a codo.


Notas:

1 La acefalía se produjo ya que el vicepresidente había renunciado luego
de haber denunciado el pago de sobornos en el parlamento ante el
tratamiento de una ley de flexibilización laboral.
2 Colectivo lavaca, Sin Patrón, Buenos Aires, 2007. Más información en www.lavaca.org.
3 Aiziczon, Fernando, “Teoría y práctica del Control Obrero: el caso de
Cerámica Zanón, Neuquén, 2002-2005”; en Revista Herramientas…
4 Aiziczin, Fernando, op. cit.



Fuente: Anarkismo.net