Me sorprendo muchas veces pensando en la brutalidad de este tiempo.
Muchos dicen que la violencia nace intramuros y va extendiéndose, como el tifus, más allá de nuestras casas, más allá de las fronteras.
Yo pienso que ocurre lo contrario, que la violencia que genera la violencia cotidiana, la que nos hace levantar el puño en la mesa o pegar la patada al perro o empujar al niño o gritar a la empleada de hacienda, se da precisamente porque respiramos violencia por todos los costados, violencia legalizada, amparada por las leyes, esa violencia firmada con seudónimos, nombrada con eufemismos.
Siniestra herencia de la historia
Como si fuera normal e inevitable que la humanidad sea un puñado de bestias, pasamos de una masacre a otra, de una guerra a otra, de un asesinato legal a otro, de una fosa común a otra, vamos de los tribunales, a las enfermedades , de la hambruna ,a la miseria, de los gobiernos abiertamente genocidas hasta los gobiernos demócratas igual de genocidas, de la tortura a la horca, del desempleo a los desahucios, de la emigración al analfabetismo, de la represión a la alienación.
Y así las cosas respirando toda esta mierda, respirando a cada paso deudas, impunidad, saqueo, interiorizando que somos productos de mercadería, de venta al por mayor, deshumanizándonos para ponernos a la venta, arrancándonos el corazón, envasándonos al vacío, explotándonos, golpeándonos… a veces, llegamos a nuestras casas vulnerables y el grito, la patada es repetir lo que desde siglos llevamos tragando.
No quiero debilitar con estas palabras la responsabilidad de cada uno de conseguir dominar a esta bestia, no es mi deseo justificar el terror que se esparce silencioso en algunos domicilios.
No.
Todo lo contrario, considero un desafío no usar las mismas armas que nos aniquilan.
Mi deseo es no mirar la realidad con ese ojo que salva y bendice a los causantes del exterminio.
No estoy tuerta.
Mi empeño es llamar a las cosas por su nombre.
Y hasta el momento, políticos, mercaderes, banqueros, fabrican en serie casi todas las violencias que existen.
Texto de Silvia Delgado // Ilustración de J. Kalvellido