Artículo de opinión de Rafael Cid
“El poder real no reside en los opresores,
sino en los oprimidos”
(Varoufakis citando a Condorcet)
“El poder real no reside en los opresores,
sino en los oprimidos”
(Varoufakis citando a Condorcet)
Se puede estar a favor o en contra. Ser confiado o escéptico. Crítico o adherido. Pero lo que resulta más difícil, aunque de todo hay en el zoo humano, es asistir indiferente a los vaivenes sociales que se están produciendo debido a la interacción de la crisis y sus traumáticos efectos. En España con el fenómeno Podemos como referencia, y en Grecia ante la apuesta de Syriza, por primera vez en mucho tiempo el compromiso político no lleva incorporado la etiqueta del numerus clausus.
Habrá que ver en qué queda lo del “pablismo” cuando toque carnaza estatal. De momento, el recelo y la sospecha están servidos. Porque el nuevo partido se ha conformado a la vieja usanza autoritaria, jerárquica, despótica y carismática, con una gotas de democracia centrifugada 2.0. para despistar. Y también porque de sus iniciales propuestas rupturistas (rechazo deuda odiosa, renta básica universal, jubilación a los 60 años, etc.) ya ni se acuerda. Duelos y quebrantos que se condensan en artimañas como convocar elecciones primarias mediante circunscripción única para confeccionar las candidaturas de las generales. Lo de Podemos sobre todo es una cuestión de fe en el más allá.
Pero el caso Syriza-Grecia si es importante. Se trata de una coalición radical de izquierdas que gobierna (aunque en extraña cohabitación con facinerosos ultras) en un país con una posición estratégica entre el Mediterráneo y los Balcanes, miembro de la OTAN, la Unión Europea y la eurozona. Hablamos de un espacio común supranacional que representa el 7% de la población mundial, el 11% de su PIB y que destina la mitad de su riqueza a políticas sociales. Todo ello en el mismo territorio cohesionado donde tuvieron lugar las dos guerras más destructivas de la historia de la humanidad. De ahí la extraordinaria importancia de lo que finalmente suceda en el contencioso entre el ejecutivo heleno y la Troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional).
Después de varios meses de negociaciones infructuosas esa puja ha cristalizado en el referéndum del domingo 5 de julio, en el que los griegos dirán si están a favor o en contra de los nuevos recortes y ajustes que trata de imponer Bruselas a cambio de refinanciar la enorme deuda que soporta la nación y a la vez facilitar nuevos recursos para mantener operativa la maquinaria clientelar-asistencial del Estado (pagar los sueldos de los funcionarios; pensiones; sanidad; educación; etc.). Y el significado de esa decisión, por más que existan flagrantes contradicciones por parte del gobierno de Alexis Tsipras en cuanto a su errática actitud ante eso que llaman con mentalidad de tendero “los acreedores” y que las papeletas para la consulta sean un auténtico crucigrama, no ofrece dudas. El “sí” supone dar más armas a la Troika para mantener y profundizar su bloqueo austericida, con el agravante de sentirse refrendado por las víctimas. Optar por el “no” significa, por el contrario, respaldar a los negociadores griegos en su frontal oposición a la inmolación que pretenden “los acreedores”, y así fortalecerse para exigir un trato justo y honorable.
¿Y aquí paz y después gloria? En absoluto. La victoria ejecutiva del “no”, según las declaraciones efectuadas al alimón por el primer ministro Tsipras y su responsable de Finanzas Yanis Varoufakis, solo permitiría volver a la casilla de salida: obtener un nuevo rescate, asentar a Grecia en el entorno euro y rebajar coberturas sociales. O sea, seguir haciendo el juego a “las instituciones” y atender una deuda aún mayor y más gravosa. Porque en el caso de lograr una reestructuración que bajara los tipos de interés y alargara los plazos de los vencimientos, lo único que se habría logrado por parte del tándem Tsipras-Varoufakis sería haber salvado a un gobierno que zozobraba pasando la soga de la deuda a las generaciones venideras.
Otra épica muy distinta sería que Syriza hubiera mantenido su compromiso electoral de revocar la deuda odiosa cuya ilegitimidad acaba de ser validada por el Comité de la Verdad de la Deuda. Pero lejos de ello, nada más llegar al poder, y tras el bochorno de tomar como socio a un representante de la caverna (no platónica), Tsipras corrió a pagar antes de plazo un préstamo del Fondo Monetario Internacional, entidad cuya “responsabilidad criminal” reconocería más tarde. Y como la función crea el órgano, en el mismo paquete olvidó llevar ante los tribunales (Islandia lo hizo) a los que deliberadamente falsificaron la contabilidad nacional incubando así el rescate de 2010 que echó a rodar el plebecidio. Lógicamente, resultaría complicado señalar el camino del banquillo a los artífices de aquella canallada sin que el asunto salpicara a un estrecho colaborador de aquel régimen que ahora ocupa la decisisva cartera de Defensa con Syriza.
Tienen razón los Premios Nobel de Economía Stiglitz y Krugman: hay que votar “no”. Pero para salirse del euro, volver al dracma, devaluar la moneda para reequilibrar la economía doméstica y con ello abrir la senda de un nuevo tipo de sociedad, justa, libre, pacífica, solidaria, inclusiva, democrática y sostenible (haciendo de la austeridad virtud decrecentista). Un mundo en el que el hombre y la mujer sean la medida de todas las cosas y donde la riqueza esté al servicio de las necesidades reales y no copada por rentistas de altos vuelos. Entonces el plebiscito contra los mercaderes de la deuda podría traducirse en una gran ágora donde reinaría la isonomía (igualdad ante la ley), la isegoría (igualdad de palabra) y la parresia (decir verdad), estableciendo así las bases para una democracia integral capaz de empatizar con otros pueblos en parecido trance, uniendo fuerzas, voluntades e inteligencias para derrotar al Minotauro global.
Pero para eso Tsipras debería ser otro Pericles. Alguien que fue capaz de trascender su status para favorecer un cambio que inauguró en el mundo un modelo de democracia autogestionaria en muchos aspectos aún insuperado. Pero lejos de mirarse en el “si se puede” de Pericles, la Syriza de Tsipras parece inspirarse en la misma lógica del poder que ha caracterizado la trayectoria de todos los proyectos de la sedicente izquierda concebidos como un rutilante juego de tronos. Como dice Varoufakis: “en nuestro momento de Crisis quizás resulte tranquilizador recordar que las crisis actúan en la historia como laboratorios de futuro” (El Minotauro global, pág. 53). Pero, claro, descontando que el brillante superministro de Syriza es un experto en teoría de juegos, con lo eso conlleva de corredor de apuestas.
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid