Un día antes de morir asesinada, Gabriela Toledo se presentó ante la Guardia Civil para contarles el último episodio de su infierno. Les dijo que René se había saltado la orden de alejamiento y había ido a buscarla al restaurante donde trabaja de camarera ; declaró que la agarró fuertemente del brazo y la arrastró hasta el coche. Pagó una habitación de un hostal y consumó la humillación. Después la dejó en su casa.
El agente pregunta a la víctima si accedió a acostarse con el agresor
Pero a la Guardia Civil parecen faltarle datos y le somete a todo un interrogatorio, que pone en aprietos a la muchacha. Ella no quiere reconocer las muchas veces que René ha estado a su lado a pesar de tenerlo prohibido sin que ella lo denunciara. Por eso les dice que él le promete por teléfono que va a cambiar y le pide que lo perdone. «¿Por qué no cambia de teléfono ?», le pregunta el agente. «No sabía que se podía», dice ella. Y añade que es el número en el que la localizan en el trabajo.
El agente tampoco parece entender que la muchacha no se resistiera a las pretensiones de su ex novio. Le pregunta si no intentó salir del coche y la chica contesta que no. ¿Tampoco intentó huir de la habitación del hostal ? Tampoco. O sea, ¿que accedió ?, insiste. Sí. En el parte de la denuncia el agente hace constar un «supuestamente por miedo».
Gabriela no tiene testigos ni parte médico. Y el agente quiere saber por qué. «No quería que se enteraran mi madre ni mi hijo», contesta.
Por último, el agente no parecen comprender cómo la mujer, después de ir arrastrada hasta un hotel y sufrir una violación consentida, deja que el agresor la lleve hasta su casa, en lugar de sugerirle otro destino para que él no conozca la dirección de su domicilio. Y de nuevo, en la denuncia consta, como una letanía, que tampoco a eso opuso resistencia. Del interrogatorio sobre el papel, se infiere que la Guardia Civil busca que la mujer reconozca que el agresor sabe perfectamente dónde vive porque ella le deja entrar.
En un momento le preguntan por qué ahora tiene miedo de él si hace dos meses que le está viendo. La mujer responde sin mucho tino. Ella sólo ha ido para decir que él se está saltando la orden de alejamiento.
Y lo volvió a hacer unas horas más tarde con total tranquilidad. Gabriela murió de siete puñaladas a la puerta de su casa.
Son muchas las cosas que Gabriela no contó. Tampoco a su familia, que ha ido entreviendo poco a poco que aquel chico educado que la trataba como a una reina, que le cocinaba, le compraba ropa, le concedía caprichos, ocultaba una personalidad oscura. Aquella noche, hace ahora poco, en que una gran tormenta cayó en media España, René se quedó en un banco mojándose a conciencia para hacerla sentir culpable por no dejarle subir. A cada chantaje ella se veía obligada a volver, sumisa.
Mientras, él se paseaba por las comisarías sin miedo ninguno. Fue para poner una denuncia a la madre de ella -otro chantaje- y para solicitar un permiso de ida y vuelta a Bolivia, que le fue concedido.
A su regreso le esperaba una condena de expulsión y una mujer que se atrevió a denunciarle de nuevo. Ella iba ganando la partida.
Fuente: CARMEN MORÁN | EL PAIS