Dos hechos ocurridos a miles de kilómetros uno de otro y en esferas de la vida política también muy distantes han sacudido los medios y nuestras conciencias en los últimos días. Seguramente está de más recordarlos, pero ahí van.
Por un lado el asesinato el pasado lunes del joven antifascista Carlos cuando se dirigía a apoyar a los inmigrantes del madrileño distrito de Usera ante la protesta convocada por el ultraderechista partido Democracia Nacional “contra el racismo antiespañol, contra la inmigración”.
Por otro, un día antes, Juan Carlos (de Borbón) profería una de las frases por las que seguramente más se le recordarán cuando pase a mejor vida (si eso es posible) al “interrogar” al Presidente venezolano por las razones de su negativa a cerrar la boca durante la celebración de la Sesión Plenaria de la XVII Cumbre Iberoamericana. El ya famoso “¿por qué no te callas ?” surgía abruptamente de su real boca en el momento en que Rodríguez Zapatero defendía a Aznar tras llamarle Chávez fascista, entre otras cosas, por apoyar el golpe de Estado en Venezuela de 2002. Chávez tomó la salida de tono del Jefe de Estado de la antigua metrópoli, heredero directo de aquella estirpe que reinó en una España en la que nunca se ponía el sol, por supuesto, más que como una invitación al silencio, como una pregunta que debía ser respondida como se merece y, en ese sentido, ha dejado ya muy claro cuáles son esas razones y quienes, además de él, se niegan a permanecer en silencio.
El punto de encuentro de ambos sucesos : la lucha y la muerte de muchos en la lucha contra el fascismo.
Por que el fascismo es mucho más que una corriente ideológica del pasado que algunos rememoran con obscena nostalgia. Es una forma de entender la vida en común, es decir, una forma de hacer y comprender la política (también económica). Y desde este punto de vista hay fascistas de muy diversa índole, pero todos de la misma calaña. Algunos se rapan la cabeza, y otros se engominan el cabello y se peinan el mostacho cada mañana ; unos no acaban la secundaria y otros dan clases magistrales en universidades “de prestigio” en donde la extinción de los dinosaurios se muestra como una hipótesis sólo deseable ; unos, a pesar de su exacerbado patriotismo, no saben ni donde está su propio país y otros envían tropas a lugares lejanos a liquidar infieles. Y también están, por supuesto, los que no dudan en masacrar pueblos a cambio de sustanciosos beneficios conseguidos gracias a los recursos naturales de los territorios “recuperados”, ya no para la causa evangélica, sino en nombre del progreso, el desarrollo y la democracia.
Y por otro lado están los que luchan contra el fascismo. O bien apoyando a aquellos que han tenido la suerte de no morir en aguas del Atlántico o en cualquier otro lado intentando escapar de una miseria provocada por los países a los que pretenden llegar ; o bien saltándose las normas de cortesía creadas por unos pocos para poder llamar maleducados a quienes no quieren callar ; aquellos que, aunque no siempre de manera digna de aplauso, tratan de devolver a sus legítimos dueños aquello de lo que por siglos se les ha privado.
Y luego están aquellos que prefieren que todo permanezca en el olvido ; aquellos cuyo cargo más que vitalicio y emanado de no se sabe bien qué vetusta concepción de la legitimidad política, les cree con el derecho a hacer callar a los demás ; aquellos que en nombre de las buenas maneras acusan de irrespetuosos a quienes en foros creados para goce y disfrute de mandatarios educados en las mejores instituciones, se atreven a levantar la voz cuando no tienen la palabra. Como si el fascismo y el genocidio tuvieran que esperar su turno para ser denunciados.
Pero ninguno de los dos ataques a la lucha contra el fascismo ha resultado exitoso. Las muestras de solidaridad con Carlos y la lucha en contra de los fascistas de medio pelo y de quienes lo apoyan, continúan adelante ; y la llamada al silencio de Juan Carlos (de Borbón) no ha conseguido más que todo lo contrario : que se escuche todavía más alto que quienes ostentan el poder en el Estado Español (y quien sabe cuántos más) son incapaces de dejar atrás una mentalidad colonialista que les ha reportado en los últimos cinco siglos no sólo pingues beneficios económicos, sino también la creencia en que pertenecen, miserablemente, a la elite política mundial.
Fuente: SERGIO DE CASTRO SÁNCHEZ