Artículo de opinión de Rafael Cid

En abril del 2018, Íñigo Errejón negaba rotundamente estar implicado en un plan para desbancar a Pablo Iglesias del control político y orgánico de Podemos junto a Carolina Bescansa, como figuraba en un borrador filtrado por error por la dirigente de la coalición morada en su canal de Telegram.  Apenas año y medio más tarde, el pasado domingo 22 de septiembre de 2019, Pedro Sánchez enviaba un carta a los militantes socialistas culpando a la derecha y a Unidas-Podemos de bloquear la investidura por la izquierda, al tiempo que pedía a las bases que movilicen el electorado progresista.

En abril del 2018, Íñigo Errejón negaba rotundamente estar implicado en un plan para desbancar a Pablo Iglesias del control político y orgánico de Podemos junto a Carolina Bescansa, como figuraba en un borrador filtrado por error por la dirigente de la coalición morada en su canal de Telegram.  Apenas año y medio más tarde, el pasado domingo 22 de septiembre de 2019, Pedro Sánchez enviaba un carta a los militantes socialistas culpando a la derecha y a Unidas-Podemos de bloquear la investidura por la izquierda, al tiempo que pedía a las bases que movilicen el electorado progresista. ¿Si Unidas Podemos hace el juego a la derecha, como sugiere el sanchismo rampante, quién sino el partido de Errejón será el compañero de viaje para captar al votante en que piensa Ferraz?

En las sociedades de masas de la era digital los partidos políticos no existen. Ya no hay polis ni ciudadanía stricto sensu, sino democracias de mercado con partidos-empresa como canales de representación y participación. Plataformas de captación de votos en cruda competencia por el poder. Organizaciones que viven “de” la política y no “para” la política. Para hacerse con el botín que supone controlar la Administración del Estado a todos los niveles.  O sea, el derecho a decidir legislando, ora regulando ora desregulando, sobre activos de bienes y servicios, públicos y privados. Con la derivada de la fidelización de sus estructuras institucionales con personas de su confianza (afilados, amigos y conversos). Robert Michels y Moisei Ostrogorski a principios del siglo XX, y Josep A. Schumpeter después, estudiaron el fenómeno con valor aún no superado.

Hoy lo principal en un partido que aspire a gobernar es establecer una eficaz dirección estratégica. Eso requiere, de entrada, contar con una marca bien posicionada y un liderazgo corporativo reconocido por el gran público con los que dar valor a la acción (ahí interviene de manera decisiva el agit-prop de los medios de comunicación) y mantener la tasa de beneficio. Con semejantes pilares, el reto consiste en surfear la rutina habitual de las inversiones a largo plazo: introducir nuevos productos para  satisfacer a la cambiante demanda; modernizar operativas de acceso al  consumidor; expandirse a nuevos mercados; optimizar sistemas de organización interna; y capturar yacimientos de materias primas de reserva. Traducido al lenguaje partidista, ese trabajo lo diseñan y preparan una legión de sociólogos, publicistas, demoscópicos, economistas, sicólogos, periodistas y consultores multidisciplinares en nómina.

El problema viene cuando, por razones de crisis sobrevenidas, de rivalidad entre grupos o de imprevistos, el partido-empresa ve comprometido su objetivo finalista al no superar el umbral de control  político tras la criba de las elecciones. Entonces se suele recurrir a la herramienta de la “integración horizontal”. Consiste en satelizar a sus intereses a otra organización que, aunque con marca, liderazgo y mercados diferentes, puede reforzar su influencia en el sector que aspira a hegemonizar. Generalmente eso se ejecuta tras un concienzudo análisis de mercado. Algo  que, en el caso de los negocios políticos conlleva la previa realización de sondeos estímulo-respuesta y otros mecanismos de prospectiva sobre el nicho de potenciales adherentes.

Algo de esto se vislumbra en el “no, es no” con que Pedro Sánchez despachó a Pablo Iglesias para ir a los comicios del próximo 10 de noviembre. Parece lógico que unas nuevas elecciones con los mismos partidos, líderes y candidaturas, den iguales o parecidos resultados. El orden de los factores no alteraría el producto. La clave, pues, está en saber de verdad si repetirán toros, toreros y banderilleros o si la dirección estratégica cambiará el guion. La presencia al frente del comité electoral socialista de  Iván Redondo, el gurú de la mercadotecnia política que el presidente en funciones ha colocado como jefe de Gabinete en Moncloa, indica que la cosa no quedará ahí. Algo inventarán para alterar la relación de fuerzas y la consiguiente percepción que ha impedido el desbloqueo. En la pasada convocatoria del 28-A el conejo que Redondo sacó de la chistera se llamó “trifachito”, y funcionó como un tiro. Pero ahora esa munición está casi caducada y tendrán que recurrir a otras artes para que el trofeo del poder recaiga  de nuevo en el sanchismo. Como, por ejemplo, incentivar la integración horizontal de la casa común.

Pero antes de abordar la OPA en diferido que supone esa integración electoral hay que prestar atención a las maniobras que se ejecutan para abonar el terreno. En el caso del actual PSOE han sido por partida doble. Por un lado, el diario “amigos para siempre” se ha encargado de tomar el pulso al mercado electoral mediante globos-sonda temáticos que aparecían en sus páginas como exclusivas periodistas, siendo en realidad meros “canutazos” de Ferraz. A ese negociado pertenecen las noticias esparcidas en los últimos meses por El País procedentes del ministerio  de Fomento (una de las carteras que más publicidad licita en los medios). La primera hablaba de penalizar fiscalmente a propietarios con viviendas vacías, y la última se refería a la intención de cobrar por usar la red de autopistas públicas sin reducción de la carga impositiva que  existe para sufragarlas.

Junto a esas escaramuzas, Pedro Sánchez y su equipo han esgrimido otras mañas para adoptar un perfil de partido atrapatodo (catch-all) que permitiera drenar las capacidades de Unidas Podemos, el rival a su izquierda que cuenta con una considerable cantera en los movimientos sociales. A reseñar el intento de subordinar la marea violeta (“el feminismo no es de todas, bonita, se lo han currado los socialistas”); los guiños a los millones de pensionistas; y la promiscuidad con colectivos de la sociedad civil mientras se censuraba la tarea humanitaria de la ONG Open Arms (“no tiene permiso para rescatar”). Tres fuentes de inspiración para optimizar el sanchismo que representan una cuota de mercado político casi decisiva en las urnas. Al margen de los llamados “viernes sociales” como método de sortear la prohibición de publicidad institucional en periodos electorales.

La dinámica del modelo atrapatodo exige una ambigüedad calculada, adoptar una ideología pendular, que no errática. De hecho el primer experimento en catch-all  en España fue el de la Unión de Centro Democrático (UCD) de Adolfo Suárez. Se trata de mostrarse capaz de ofertar una representación de intereses de amplio espectro, que en UCD se materializó aprobando medidas que parecían contradecir sus orígenes tardofranquistas (La Ley de Reforma Universitaria, la Ley del Divorcio o la de Reforma fiscal). Oscilación que ha estado visible en lo actuado por Sánchez en distintos momentos de su trayectoria. Inicialmente, al abrirse a Ciudadanos como aliado acordando un paquete de 200 medidas para “un gobierno reformista y de progreso”, a pesar de que en ese momento Unidas Podemos era la segunda fuerza con representación parlamentaria y Rivera abanderaba la tercera en discordia. Y recientemente, en el amargo de negociaciones cara a la investidura con UP que devino en una carrera de obstáculos preconcebida para desarbolar a la confederación de partidos de Pablo Iglesias.

La apuesta de Sánchez para el 10-N, ganadora sobre el papel, entraña riesgos y el tándem Ferraz-Moncloa lo sabe. El más directo para sus respectivos intereses es que la desafección y el hartazgo con la clase política (más casta que nunca) que expresan todas las encuestas se traduzca mayoritariamente en absentismo de izquierdas. Y la más grave para el conjunto de la sociedad sería que ese descrédito democrático fortaleciera a un populismo ultra y en concreto a los neofranquistas de Vox que se presuponía en declive. Recordemos que el partido de Santiago Abascal irrumpió en la política en las pasadas elecciones andaluzas de 2018, precisamente aprovechándose del clima de rechazo cosechado por la corrupción del bipartidismo y el papel antisocial que desempeñaron tanto el PSOE como el PP al gestionar a favor de los poderosos la crisis económica. Ese malestar puede verse cebado ahora con la negativa del PSOE a formar gobierno de coalición con la formación de izquierda que le regaló el triunfo en la moción de censura contra Rajoy, su “socio preferente para un gobierno progresista”.

Y aquí entra la “operación Errejón” en la recámara. Fletar una nueva formación compatible con el sanchismo que permita rediseñar a su favor el espacio político que Unidas Podemos impidió por no abdicar de su autonomía ideológica y programática. Sin restar un ápice de mérito al antiguo fundador de Podemos, Íñigo Errejón, existe más de un indicio para sospechar que puede haber en marcha un plan de integración horizontal con vórtice en el PSOE. El veto a Iglesias y la falaz “tachadura” de no ser un demócrata, lanzado por Pedro Sánchez en plenas negociaciones para su investidura, serían casi un testigo de cargo. La dirección estratégica exige que en una corporación haya un solo liderazgo visible y asumido. Esa fue la lógica por la que Santiago Carrillo resultó vetado para ingresar en el PSOE de Felipe González cuando buena parte de los cuadros del PCE procedentes del municipalismo ya se habían incorporado a la formación en puestos de responsabilidad. La condición partido atrapatodo del felipismo, su vocación centrista y centralista, se había ensayado también captando a miembros destacados del Partido Socialista Popular (PSP) de Enrique Tierno Galván y a dirigentes del ala reformista de UCD, como Francisco Fernández Ordoñez, ex alto funcionario en la Administración de la dictadura.

El otro expediente histórico es más reciente y se aproxima a lo que, de cumplirse plazos y consecuencias del 10-N, podría acometerse para arrinconar a Unidas Podemos en su vigente conformación. Se remonta a la campaña de Ferraz contra la Izquierda Unida de Julio Anguita, cuando su entonces coordinar general lanzó la teoría de las “dos orillas” para diferenciarse de un partido socialista cercado por la corrupción (Filesa, Malesa, Fondos Reservados, Caso Roldán) y el terrorismo de Estado (GAL), y en respuesta desde el felipismo se urdió la patraña de la pinza Anguita-Aznar que tanto recorrido periodístico tuvo en los medios del Grupo Prisa. Una realidad paralela que ahora se intenta reeditar culpando a la derecha y a Unidas Podemos de la repetición electoral, ilustrándola con la foto pirateada de Rivera e Iglesias de cháchara en la cafetería del Congreso. Conviene recordar que a la pólvora de “la pinza” se añadió entonces el fulminante de la escisión de Nueva Izquierda desde las entrañas de IU, pilotada por veteranos antifranquistas como Diego López Garrido y la abogada Cristina Almeida. Una integración horizontal en tiempo real que terminaría en la vertical del poder socialista cuando más tarde sus principales dirigentes ocuparon escaño de diputados, nacionales y autonómicos, en las listas del PSOE.

La historia ni se repite ni tropieza, pero la escriben los vencedores. Íñigo Errejón ha dado muestras sobradas de ser un hombre de consensos al pactar junto al PP, PSOE y VOX la aprobación de la Operación Chamartín.  

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid