Artículo de opinión de Rafael Cid

Las elecciones del pasado domingo en Catalunya se han celebrado bajo el mismo signo de excepcionalidad que las de octubre 2017. Entonces la ciudadanía acudió a depositar su voto con la espada de Damocles del artículo 155 y la autonomía intervenida por el gobierno de Mariano Rajoy sobre sus cabezas, y las de este 14F han tenido lugar en pleno estado de alarma por la emergencia sanitaria que nos embarga, debido a la obstinada oposición de los socialistas a aplazarlas. Dos registros que para nada hablan de una ideal democracia plena, tan cacareada últimamente por las autoridades.

Las elecciones del pasado domingo en Catalunya se han celebrado bajo el mismo signo de excepcionalidad que las de octubre 2017. Entonces la ciudadanía acudió a depositar su voto con la espada de Damocles del artículo 155 y la autonomía intervenida por el gobierno de Mariano Rajoy sobre sus cabezas, y las de este 14F han tenido lugar en pleno estado de alarma por la emergencia sanitaria que nos embarga, debido a la obstinada oposición de los socialistas a aplazarlas. Dos registros que para nada hablan de una ideal democracia plena, tan cacareada últimamente por las autoridades. La participación, amplísima hace cuatro años (79,09%), y magra hoy (53,53%), confirman una doble norma no escrita: que contra la injusticia y el despotismo se lucha mejor, y que el instinto de supervivencia es la ley suprema en la naturaleza humana. Con esas constantes vitales hay que leer el veredicto de estos comicios, sabiendo que el mapa nunca es el territorio. Porque una vez repartidas las cartas tras el escrutinio, en la democracia sin valores de lo común que nos troquela, la cuestión se reduce a explorar todas las combinaciones posibles que sumen 68 escaños para avalar el gran juego de poder.

A falta de asignar el VAR de los votos por correo, el marcador en escaños ha quedado así: PSC (33); ERC (33); JxCAT (32); Vox (11); CUP (9); En Comú Podem (8), Ciudadanos (6) y PP (3) La alienación ganadora (tres en raya: PSC; JxCAT y ERC) supone una éxito compartido. Por un lado, da satisfacción a Madrid al confirmarse los pronósticos sobre el candidato Illa como socorrista de último recurso del socialismo catalán. Y al mismo tiempo deja casi en tablas el plebiscito subliminal abierto entre la línea Carles Puigdemont, partidario de mantener vivo en contencioso con el Estado central, y la que postula oriol Junqueras, en línea con buscar caminos menos atropellados para asaltar los cielos en cómodos plazos. Lo demás, es mercancía de segunda división a beneficio de inventario.

Solo desde el ceremonial de confusión que se ha instalado en Catalunya cabe asimilar el hecho de que las recientes elecciones hayan coronado a alguien cuyo mérito inmediato es haber sido uno de los peores gestores de la pandemia de toda Europa. Un ministro de Sanidad a la fuga que ni siquiera sebe que no sabe nada, como pregonaba aquel manifiesto de la clase médica: <<En Sanidad ustedes mandan pero no saben>>. El <<efecto Illa>> tendrá su inefable aquél, y mucho de ese share de audiencia (cuota de pantalla) tiene que ver con el <<efecto arrastre>> de las encuestas lanzadera del CIS cocinadas por el chef Tenazos. Estamos ante un raro ejemplo de publicidad negativa basado en las utilidades del algoritmo <<me gusta>>. Un extravagante escarceo que pivota sobre el estúpido dicho narcisista <<que se hable de uno aunque sea mal>>. Cosas de la política espectáculo y las mentes planas. Auténticos carpantas, cuando salen en los telediarios dejan de ser don nadies para encumbrarse como celebridades. En la antigua Grecia, lo normal era justo lo contrario. Incluso a los representantes del pueblo que lo hacían bien se les sometía a un severo marcaje para bajarles los humos. Un triunfador como Temístocles, el legendario héroe de la batalla de Salamina, tuvo que sufrir el ostracismo con el fin de volverle a la realidad del día a día.

Aunque el empujón inducido de Illa no es lo único que sorprende en esta kermese heroica. Despunta también una vertiente casi escatológica. El rigodón protagonizado por los que antaño aporreaban a quienes ponían urnas en las calle el 1-0 convertidos ogaño en fervientes cruzados del 14-F así caigan chuzos de punta. Por no hablar de los toboganes demoscópicos, igualmente atrabiliarios. Como el hecho de que el chupinazo de Ciudadanos en las anteriores autonómicas se haya convertido ahora en un colosal batacazo para Arrimadas y su esquelética escudería (se desploma en 30 escaños), y que el partido liderado por Illa (escala otros 16 escaños) reivindique el legado de un PSC que protagonizó el primer escándalo de corrupción política en España por financiación ilegal. Allá por los años noventa con Filesa, Malesa y Time Export, llevándose por delante a varias eminencias de su ejecutiva. Eso sí, en incomparable medida con la sospecha que en este momento procesal acosa a su presidenta, Núria Marín, incursa en una trama de malversación de caudales públicos. Cabezas trocadas.

Esta ha sido la primera convocatoria electoral en que el sainetesco <<no es no>> golpea al Partido Socialista y no al Partido Popular. Antes fueron el Pacto del Tinell, el Tripartito y el genuino negacionismo de Pedro Sánchez que le aupó a la presidencia del gobierno traicionándose a sí mismo nada más rechazar cualquier posibilidad de pacto con la menguante formación de Pablo Iglesias. Ya va siendo habitual que cada vez que hay una consulta autonómica las <<confluencias>> de Podemos dejen mucho que desear. Ocurrió en las pasadas gallegas y vascas, y puede decirse que el resultado del 14-F les deja otra vez a verlas venir, a pesar de contar con el unicornio del ayuntamiento barcelonés. Unidos Podemos y sus satélites componen un raro espécimen federalista que Gobierna a nivel de Estado siendo prácticamente testimonial fuera de Madrid, donde sigue labrándose un decadente porvenir. Lo contrario que el estirón de la CUP, otra vez decisiva para la gobernabilidad en Catalunya. Eso sí, como pasa a nivel general, también en Catalunya el bloquismo sirve de rampa de aterrizaje para la extrema derecha de Vox, que entra en el Parlament y <<sorpassa>> y fulmina al PP. Aquí se ha instalado como cuarta fuerza, con grupo propio y representación en las cuatro provincias del territorio catalán, un escalón menos del que ocupa en el Congreso, allí incluso por delante de Ciudadanos y Unidas Podemos. Salto cualitativo que ha permitido a Santiago Abascal oficiar de árbitro para que el denostado Ejecutivo <<socialcomunista>> revalidara el decreto ley que ponía en manos de Pedro Sánchez la gestión del <<Plan Marshall>> de la Unión Europea (UE).

Ni eje izquierda-derecha, ni eje arriba-abajo, ni siquiera eje unitarismo-independentismo, la política no es la rosa de los vientos y mucho menos una veleta. Los resultados de las elecciones en Catalunya han evidenciado que el único eje que puede hacer avanzar a la sociedad pasa por el reconocimiento en la práctica del principio de autodeterminación. Algo tan sencillo y democrático como lo que hicieron últimamente los escoceses al votar para independizarse del Reino Unido o lo que, en el extremo contrario, consumaron los británicos al pronunciarse sobre la salida de la Unión Europea. Mientras desde arriba se obstinen en estigmatizar el derecho a decidir, manteniendo inalterable una constitución concebida como una jaula de hierro de la sociedad civil, seguiremos partidos por el eje. Eso que Salvador Illa, el hombre que quiso reinar, calificó premonitoriamente de <<descabellado>> en una reciente entrevista (El País, 7 de febrero de 2020).

Rafael Cid

 

 


Fuente: Rafael Cid