El capitalismo neoliberal parece triunfar hasta en las derrota, porque nosotros nos sometemos. Aceptar los presupuestos del sistema, en las simas y en las cimas, es la condición del vencido convencido. De ahí a metabolizar como propias sus mismas señas de identidad hay un paso. “Bajar los impuestos es de izquierdas”, dijo uno de sus acólitos en ensordecerá genuflexión que marca tendencia.

Y ahora estamos en
otra de esas coyunturas históricas que pintan mal, aunque aún queda
mus por pelear. Me refiero a todo lo que circula alrededor de la
crisis sistémica y en especial a ese final de fiesta o traca que nos
tiene en vilo: dentro del euro o el abismo. Algo que se va pareciendo
al trascendental “ser o no ser”, pero más que shakesperiano
jeremíaco


Y ahora estamos en
otra de esas coyunturas históricas que pintan mal, aunque aún queda
mus por pelear. Me refiero a todo lo que circula alrededor de la
crisis sistémica y en especial a ese final de fiesta o traca que nos
tiene en vilo: dentro del euro o el abismo. Algo que se va pareciendo
al trascendental “ser o no ser”, pero más que shakesperiano
jeremíaco

Porque esa la cuestión a
la que no damos respuesta y ni siquiera nos atrevemos a plantear
desde la izquierda. Téngase en cuenta que durante la pasada campaña
electoral no hubo ningún partido que sacara el debate, al menos como
reflexión intelectual, sobre si hay vida después del euro. Con lo
que todas las ideologías concurrentes el 20-N han estado imbuidas
del mismo yugo: aceptación del euro y por tanto aceptación del
modelo económico hegemónico. Ya digo, nadie, nunca, aquí y ahora.
Ni la derecha terca, formalmente antieuropeista, ni la izquierda,
electoral o radical, han mentado en sus debates públicos la bicha.

Con lo cual hay que
partir de que el asunto era de suyo impopular, mejor no meneallo. Lo
que nos lleva a aquello tan manoseado de la “ideología dominante
es la ideología de la clase dominante”, que aunque pasado de rosca
sigue cumpliendo su función. La gente, el pueblo, la ciudadanía
podría no comprender que los “líderes” cuestionaran la probidad
de la moneda comunitaria (que no común, es de los que poseen dinero;
ni genera comunidad, media y condiciona). Ergo, de partida el sistema
salía ganador porque su ADN fundacional nadie lo problematizaba. De
esta forma tan atrabiliaria salió la izquierda concursante a batirse
en duelo: ganara quien ganaba el régimen no peligraba.

Y ello porque los
electores, que cada vez se identifican más con la cohorte social de
los consumidores y los ciudadanos con empleo (lo excluidos, parados
y jubilados, cuentan menos, son bocas improductivas), constituyen una
clase aparte que ha “prosperado” dentro del sistema-cucaña.
Sienten el vértigo de perderlo todo: el empleo, la casa apalancada
en una suculenta hipoteca, los viajes de vacaciones, el coche, la
seguridad, los telediarios, etc. Creemos tener algo en propiedad sin
darnos cuenta que es la propiedad quien nos tiene a nosotros. Y así
se escribe la historia, de tumbo en tumba, expropiados a perpetuidad
el casero nos domina.

Pero sí concurrir a una
competición electoral donde las reglas del juego están ya dadas (la
Constitución) por unos anfitriones que además se reservan cartas
marcadas como comodines (Ley Electoral) es un empeño vano, ir de esa
guisa, con la divisa (en su doble aceptación) de “el euro va a
misa”, significa aceptar la claudicación como barrera de entrada y
la capitulación como espita de salida. Cambiar algo para que todo
siga mejor para los de siempre. Conjurar cualquier atisbo de
transformación real. Aceptar el statu quo. Consagrar que hay otros
mundos políticos pero que están en este sistema. Pocos, muy pocos,
llevan realmente un mundo nuevo en sus corazones.

La fetichización del
euro por parte de la sedicente izquierda competitiva tendrá serias
consecuencias en el devenir social. Resulta difícil movilizar a una
población contra un sistema injusto, criminal y ecocida cuando una
parte significativa de esa misma ciudadanía contempla la ruptura del
euro como un desastre bíblico, y sus dirigentes son incapaces de
marcar un escenario alternativo ex ante. Así las cosas, lo lógico
es que, visto que los desbordamientos por el flanco izquierdo son
harto improbables, sean los mismos falaces protagonistas de la crisis
quienes nos diseñen los caminos de servidumbre, con sus sacrificios
sin cuento, que nos harán salir del túnel…y nos harán más
ciegos. Para los asalariados de los países de la periferia, prePIGS,
la introducción del euro y las paridades cambiarias establecidas con
sus monedas significó un notable encarecimiento de la capacidad
adquisitiva, un robo de Estado. Ahora, una vez encumbrado el euro
como el fetiche que todo el mundo teme perder, la solución
correctora vendrá de los mismos que impusieron las condiciones que
abonaron el holocausto social vigente. Una Europa a dos velocidades o
de tres tocinos, tanto da. Entre tantas idas y venidas, con el alma
en vilo por el trauma de un euro en fuga premeditada, la soberanía
popular reside más que nunca en los mercados de capital. Los
verdugos han tomado el poder con nuestra bendición. Y la izquierda
electoral anda templando gaitas. ¡Como si la idea y el destino de
Europa se fosilizara en una convención de curso legal!

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid