Vigilados las 24 horas, por la noche buscan agua en el bosque y comida en poblaciones cercanas
Debería encontrar aquí ya muertos. Nos estamos cuestionando si somos hombres, seres humanos. Ser un refugiado no es un delito, es una oportunidad. Nosotros vivíamos mejor en nuestras casas. Si no tuviéramos problemas en nuestro país, jamás habríamos aceptado esta situación", explica Thomas, un joven congoleño que lleva un año y siete meses viviendo de la caridad, junto a la frontera de Ceuta, mientras intenta alcanzar España.


Imagen : PEDRO ROJO
Un grupo de subsaharianos en el campamento de Benyunes, junto a la frontera con Ceuta



Vigilados las 24 horas, por la noche buscan agua en el bosque y comida en poblaciones cercanas

Debería encontrar aquí ya muertos. Nos estamos cuestionando si somos hombres, seres humanos. Ser un refugiado no es un delito, es una oportunidad. Nosotros vivíamos mejor en nuestras casas. Si no tuviéramos problemas en nuestro país, jamás habríamos aceptado esta situación», explica Thomas, un joven congoleño que lleva un año y siete meses viviendo de la caridad, junto a la frontera de Ceuta, mientras intenta alcanzar España.


Imagen : PEDRO ROJO

Un grupo de subsaharianos en el campamento de Benyunes, junto a la frontera con Ceuta


Divididos en comunidades por nacionalidades, cameruneses, nigerianos, malienses, congoleños o guineanos comparten las mismas condiciones de vida. Se refugian bajo las estructuras construidas con troncos y cubiertas por plásticos azules, y cada noche organizan escapadas al pueblo de Benyunes o a Fnideq (Castillejos) para comprar comida mientras otros se acercan sigilosamente a las tres tomas de agua que hay en el bosque para reponer las provisiones.

A principios de febrero había en el campamento de Benyunes, junto al perímetro fronterizo de Ceuta, más de 900 personas, que vivían de la caridad de poblaciones cercanas y eran visitadas regularmente por organizaciones humanitarias internacionales. Pero la situación cambió el 7 de febrero.

Según el relato de inmigrantes y cooperantes, el ejército marroquí realizó cuatro redadas en 48 horas y comenzó la táctica del acoso y el agotamiento. Una docena de militares vigila las 24 horas del día los movimientos de los subsaharianos. Poco a poco, ellos han recobrado su precaria normalidad. Encienden fuegos con los que se calientan y cocinan, intentan restablecer el contacto con amigos y han hecho el recuento de los que han huido a otras ciudades marroquíes o a otras zonas próximas donde suelen establecerse como en Tánger. Ahora no superan los 300.

«En Rabat está el Acnur y conoce nuestra situación. No queremos que reaccionen cuando estemos muertos. Lanzamos un llamamiento preciso a todas las organizaciones del mundo, a las instituciones, para que hagan algo por nosotros», declara Thomas desesperado. A su lado, Binous muestra el resguardo que le entregó el Acnur en Rabat en octubre y declara : «El Congo está en guerra y nosotros somos personas que sufrimos, pedimos socorro. No estamos al margen del mundo sino en el mundo. Sacadnos de ese agujero».

Todos insisten en que «es el momento de intervenir». Muchos de ellos llevan una media de dos años viviendo en el bosque, con muchos intentos fallidos de saltar la verja de 6 metros de altura del perímetro fronterizo, de intentar cruzar por el mar y también de, como cuentan, al lograr pisar territorio español ser expulsados ilegalmente por la frontera. De la misma manera que los autobuses de subsaharianos que detiene la Gendarmería Real marroquí son trasladados a Uxda y abandonados en Argelia.

Peter escucha paciente pero cuando se comenta la reacción de José Antonio Alonso, ministro del Interior español, quien al preguntarle en su visita a Rabat qué opinaba sobre la dura campaña contra la inmigración clandestina alegó que desconocía lo que ocurría, toma enérgicamente la palabra : «La Unión Europea empieza a violar derechos humanos en su juego con Marruecos. En Europa se respetan, en África, no». Sin dejar de vigilar las reacciones de otras comunidades que no hablan con periodistas, Thomas insiste en su condición de refugiado político. «Si no hubiera problemas en mi país, regresaría a mi hogar incluso descalzo. Ahora sólo pedimos protección».

CARLA FIBLA – 28/02/2005

Campamento Benyunes. Servicio especial

La Vanguardia