«Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación. La comunidad participará en las plusvalías que genere la acción urbanística de los entes públicos» (artículo 47, Constitución Española).
El domingo pasado la consigna era : Por una vivienda digna. V de vivienda. El final fue : V de violencia. Tras la afluencia de gente de la semana anterior, se había repetido la convocatoria a través del correo electrónico, de los SMS y de algunos blogs, una llamada independiente que no lideraba ninguna asociación, partido político o sindicato : pura acción ciudadana. Se hizo el llamamiento a una sentada en la Puerta del Sol que concentró a más de 1.500 personas y que intentó convertirse en una marcha hacia las inmediaciones del Congreso contra la que la policía cargó con la saña que caracteriza a las fuerzas antidisturbios, ya sea de forma espontánea o atendiendo a las órdenes oportunas.
La del domingo era una protesta pacífica por el elevado precio y por las malas condiciones de la vivienda, la respuesta casi festiva a una especulación inmobiliaria que alcanza cotas de vergüenza, como todos los días podemos comprobar en las propias carnes contribuyentes o sencillamente abriendo el periódico para asistir al último escándalo financiero : el sector inmobiliario siempre anda implicado en los delitos de mayor trascendencia.
La V de vivienda se convirtió en V de violencia cuando los concentrados en Sol intentaron moverse hacia la Carrera de San Jerónimo, Alcalá o Preciados y la policía les impidió el paso, encerrándolos en la plaza. Ahí empezaron los primeros empujones, que pronto se convirtieron en porrazos. He visto marcas de porras que al Defensor del Pueblo también le interesaría ver y que la delegada del Gobierno debería llevar reproducidas a sus flamantes reuniones.
Es más que preocupante que una acción como la descrita sea sofocada a estas alturas democráticas con violencia policial. Tales cuerpos de seguridad justificarán su actuación con el viejo argumento de la provocación, pero llueve sobre mojado : en una de las manifestaciones pacíficas contra la guerra de Irak hubo casi doscientos heridos y convirtieron también la Puerta del Sol en una ratonera donde la gente permaneció aterrorizada. Los medios de comunicación apenas dieron cobertura al episodio y la policía aseguró que había habido provocación por parte de algunos manifestantes, pero doscientos heridos por golpes de quienes tienen que defendernos es algo inaceptable.
En menor medida, la carga del otro día fue similar. Y aun concediendo que en este tipo de circunstancias pueda haber algún elemento descontrolado que pretenda reventar el desarrollo pacífico de los acontecimientos, lo lógico en un Estado realmente libre y democrático es que los cuerpos de seguridad defiendan al resto de los participantes de esos mismos elementos, en lugar de atacar indiscriminadamente y con una fuerza que de bruta pasa con facilidad a brutal. El otro día hubo también detenidos, que pasaron por calabozos que describen como repugnantes y en los que recibieron un trato que si es como denuncian sería para abrir una investigación en todas las comisarías. Los sucesos de Fuenlabrada, en los que fueron también detenidos dos jóvenes hermanos por portar banderas y lanzar consignas republicanas al paso de Felipe de Borbón y su esposa Letizia, no es precisamente un buen índice sobre la libertad de expresión, sobre todo acerca de ciertos asuntos.
La única explicación para que esto se produzca se encuentra en el miedo que haya podido provocar en el Gobierno el éxito de la primera sentada, celebrada el domingo anterior al de la carga y representativa, por ser secundada rápida y fluidamente, de la necesidad de exponer en la calle uno de los mayores problemas del sistema y de la operatividad de los nuevos canales de comunicación social y de convocatoria. Tienen un miedo a que la cosa crezca y se les vaya de las manos : siempre les quedará París para ilustrarlo. Y la mejor manera, ya se sabe, de combatir el miedo es asustando. Les damos un susto a la segunda y no se atreverán a salir una tercera. Se equivocan, porque la tercera será el próximo domingo, pero además se equivocan si piensan que pueden tapar a porrazos un problema, el de la vivienda, que existe y que volverá a manifestarse tarde o temprano. Pero además se equivocan desatendiendo la voz de muchos jóvenes, y no tan jóvenes, que están en su derecho a ocupar las calles para su expresión. Cerrarles la boca con violencia es encender una mecha que nadie quiere ver arder.
Fuente: EL PAÍS