Es difícil sobreponerse a la sensación de impotencia, e incluso de depresión, que muchas personas padecen a causa de la crisis. Inmersos a la fuerza en un escenario espeluznante, inhumano con los menos favorecidos e indulgente con los facinerosos de altos vuelos, puedes llegar a tener la sensación de que nada de lo que hagas servirá para cambiar el estado de las cosas.
Es lo que pretenden, que nos resignemos a la carnicería neoliberal y asumamos nuestro papel de casquería de saldo. Y sin embargo, como diría Galileo, la resistencia ciudadana se mueve. Se mueven mareas de voluntades de todos los colores en defensa de la educación, de la sanidad, de los parados. Se mueven colectivos para frenar los desahucios, para denunciar las estafas de la banca, para reclamar las libertades y derechos que nos han arrebatado. La sociedad resiste o, mejor dicho, se resiste leoninamente al estupro orquestado por los p. amos del cotarro.
Es lo que pretenden, que nos resignemos a la carnicería neoliberal y asumamos nuestro papel de casquería de saldo. Y sin embargo, como diría Galileo, la resistencia ciudadana se mueve. Se mueven mareas de voluntades de todos los colores en defensa de la educación, de la sanidad, de los parados. Se mueven colectivos para frenar los desahucios, para denunciar las estafas de la banca, para reclamar las libertades y derechos que nos han arrebatado. La sociedad resiste o, mejor dicho, se resiste leoninamente al estupro orquestado por los p. amos del cotarro. He leído por ahí que resistir no consiste en amagarse en una esquina esperando a que escampe la tormenta. Hay que desafiar a la tormenta. Intentar fraccionarla desde dentro, atacando su núcleo para desactivar la potencia destructora. Resistir no es un acto pasivo, muy por el contrario. Es la única opción de un pueblo valiente que rechaza la sobredosis de injusticia que le administran los descastados «padres y madres de la patria». La red de resistencia se extiende, se conectan las ramificaciones, se toma conciencia de que los diferentes colectivos tenemos un enemigo común. Un sistema depredador que impone la ley del embudo para obligarnos a tragar la gran estafa de los ricos y los poderosos. Pero ¡ojo!, su dieta de ricino nos está haciendo más fuertes. Inmunes a las mentiras y altamente reactivos al escarnio. Resistiremos su veneno. Nosotros mismos somos el antídoto.
Ana Cuevas
Fuente: Ana Cuevas