El pasado miércoles el mundo recordó a las víctimas de Chernóbil 20 años después del accidente nuclear que provocó la explosión del reactor número 4 de la central nuclear. Hace 36 años Madrid sufrió un accidente de menor escala, uno de los más graves de la historia de España, según admite la Junta de Seguridad Nuclear. Ha pasado el tiempo y el Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (Ciemat), en el que se produjo la fuga de líquido radiactivo, está en desmantelamiento. En el otoño se iniciará el cierre de las instalaciones nucleares con la ayuda de Enresa y la supervisión del Consejo de Seguridad Nuclear. Vecinos y ecologistas están preocupados por el proceso.
El pasado miércoles el mundo recordó a las víctimas de Chernóbil 20 años después del accidente nuclear que provocó la explosión del reactor número 4 de la central nuclear. Hace 36 años Madrid sufrió un accidente de menor escala, uno de los más graves de la historia de España, según admite la Junta de Seguridad Nuclear. Ha pasado el tiempo y el Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (Ciemat), en el que se produjo la fuga de líquido radiactivo, está en desmantelamiento. En el otoño se iniciará el cierre de las instalaciones nucleares con la ayuda de Enresa y la supervisión del Consejo de Seguridad Nuclear. Vecinos y ecologistas están preocupados por el proceso.
El trabajo de los ratoneros
Faltaban 15 minutos para las tres de la tarde del 7 de noviembre de 1970 cuando Madrid vivió un accidente nuclear. Era sábado y en las instalaciones del Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (Ciemat) -antes conocido como Junta de Energía Nuclear-, los trabajadores se disponían a comenzar el fin de semana ; muchos a esas horas habían dejado ya sus puestos y estaban haciendo deporte en las instalaciones. En una de las salas se seguía realizando la tarea de trasvasar del tanque de la A-1 de la planta M-1 donde había un reactor nuclear, al depósito T-3 de la planta CIES, donde se trataban los residuos.
Pero en la operación algo falló. Algunos técnicos hablan de que una soldadura saltó y litros de líquido radiactivo llegaron al río Manzanares. Estos vertidos contenían estroncio-90 (se fija en la masa ósea y produce leucemia), cesio-137 (puede producir diversos cánceres y se fija especialmente en el tejido muscular) y partículas de plutonio (afecta a hígado y huesos). Del río Manzanares llegó hasta el Jarama y de allí se fue al Tajo. Cientos de huertas fueron regadas con aguas contaminadas. Nadie en esas fechas habló de lo sucedido. El accidente se mantuvo en secreto.
El 14 de enero de 1971, un informe confidencial de la Comisión asesora de Seguridad del Centro Nacional de Energía Nuclear Juan Vigón (JEN) hacía la siguiente recomendación : «Impedir el consumo de vegetales que crezcan en las parcelas contaminadas, (….) impedir el riego con agua de los canales y ríos que contengan agua o fangos contaminados». En el mismo informe se pedía una evaluación de «los riesgos a causa de la ingestión de alimentos contaminados con estroncio-90». A los dos meses del accidente, miles de hortalizas contaminadas ya habían sido consumidas.
Informes
Un documento fechado el 21 de diciembre de 1970 indica que se detectaron 48 parcelas con elevada contaminación, algunas de ellas con una radiactividad 20 veces mayor a la permitida. En estos informes ya se comienza a hablar de la cantidad de líquido fugado : en uno de dice que fueron 40 litros ; en otros, 80.
Los datos eran alarmantes, y más aún, cuando las autoridades portuguesas detectaron niveles altos de contaminación en la desembocadura del Tajo. Hasta allí llegó el líquido radiactivo.
De este accidente nuclear apenas se habló en ese momento. Fue muchos años después, en 1994, cuando el diario EL PAÍS tuvo acceso a algunos documentos oficiales. Por primera vez, en actas se hablaba de lo sucedido. De los datos reseñados en los informes secretos, en esos momentos desvelados, se desprendía que la contaminación era muy superior en el agua de los ríos y en los lodos de los canales de regadío. Uno de los técnicos de la JEN que realizó inspecciones, y que prefiere mantenerse en el anonimato, cuenta que iba por la vega del Jarama con un detector de radiactividad del tipo SPP-2 y que «en muchas ocasiones», recuerda, «el contador subía al límite, que era 15.000 cuentas por segundo, cuando lo normal en el ambiente suele ser entre 100 y 120 cuentas por segundos». Por los informes a los que tuvo acceso este periódico se sabe que la propia sede del JEN, muy próxima a la Ciudad Universitaria, se midieron dosis de radiactividad un millón de veces superior a lo tolerable a lo largo de todo un año. Diez días después del accidente, en los ríos Manzanares y Jarama se detectaron dosis de hasta 10.000 veces la permitida. Y en Aranjuez la cifra se elevó a 75.000 veces la dosis permitida.
Superficie afectada
José Ángel Azuara fue director general del Ciemat entre 1983 y 1992, y ahora es vicepresidente del Consejo de Seguridad Nuclear. Él conoce lo que sucedió porque tuvo acceso a los informes. «Fue un accidente grave, importante, probablemente el más importante que ha habido en España. Afectó a mucha superficie de terreno, ríos y vegas, y por eso tuvo muchas consecuencias medioambientales. Pero no puedo decir que afectara a la salud de las personas», explica. Azuara asegura que hace esta afirmación sin datos. «Porque no se hizo un informe epidemiológico, pero por los datos que recuerdo, una persona debería de haber consumido muchas hortalizas regadas con el agua de esos ríos para que su salud se viera afectada por la radiactividad». El secretismo con que se llevó el asunto es, en su opinión, «un reflejo más de la España preconstitucional en la que todo era oscuro y secreto».
Miguel Yuste, de la Confederación General del Trabajo (CGT) y miembro de la sección sindical del Ciemat, trabajaba en el centro el día que se produjo el accidente. Treinta y seis años después todavía sigue denunciando lo que pasó : «Durante todos estos años hemos sido en muchos casos los trabajadores los que hemos recabado datos para saber lo que sucedió. El lunes siguiente al sábado de la fuga fuimos a trabajar y nadie nos dijo nada. Somos muchos los que creemos que el daño fue muy grande y que afectó a la salud de las personas. En algunos estudios que manejamos se habla de que en 12 años hubo 42 muertes por procesos cancerosos entre los trabajadores del centro. Hoy todavía creemos que es necesario hacer un estudio epidemiológico».
«En el trasvase de residuos líquidos procedentes del reproceso de un elemento combustible, se rompió una tubería y se vertieron a la red de alcantarillado 60 litros de líquidos radiactivos, en total 300 Ci (curios), casi todo, conteniendo isótopos de corta vida y una pequeña fracción de isótopos de estroncio y cesio, con 30 años de vida media», explica Juan Antonio Rubio, actual director general del Ciemat. «La gravedad en dosis fue presumiblemente baja, ya que el vertido quedó diluido en los caudales del Manzanares y el Tajo», añade. «No se piensa que tuviera influencia en la salud de las personas, aunque no hubo un seguimiento histórico. Ya es demasiado tarde para hacer un estudio epidemiológico fiable».
El trabajo de los ratoneros
Anastasio Gómez Moya está a punto de jubilarse. Él fue ratonero. En el Ciemat se conoce así al equipo de personas que tras la fuga de líquido radiactivo trabajó durante meses por las acequias y las huertas buscando restos del accidente nuclear.
«No sabíamos muy bien qué era lo que había pasado. Con el paso del tiempo hemos descubierto el peligro que corrimos», recuerda Anastasio.
«Un día llegamos a la Junta de Seguridad Nuclear, ahora el Ciemat, y nos ofrecieron un trabajo voluntario. Nos iban a pagar dietas, la comida y un plus en el sueldo a cambio de salir cada día en unos camiones a realizar mediciones», recuerda. «Nos apuntamos casi todos los de mantenimiento. Sólo nos dieron un mono de trabajo y unos guantes. Había unos técnicos que realizaban las mediciones con unos aparatos y nos decían : ’Hay que retirar toda esta tierra’. Nosotros la metíamos en los camiones y la llevábamos hasta el Ciemat. Allí se enterraba en bidones y luego se trasladaba a las minas. Estuvimos muchos meses haciendo esta tarea. Sabíamos que se había producido una fuga, pero nadie nos advirtió del riesgo».
Anastasio es el único que queda en el Ciemat de ese equipo de ratoneros. «El resto ya se ha jubilado. Yo estoy deseando olvidarme de todo eso. Con los años me he ido enterando de lo que pasó y sólo quiero quitarme de allí», afirma.
El equipo de ratoneros del Ciemat también tenía una división comandada por el entonces jefe de cocina. «Se llamaba Muñoz Aguilar», recuerda Anastasio. «Él se encargaba de comprar a los agricultores las hortalizas que estaban contaminadas. Como en el caso de la tierra, se hacían mediciones, y sin dar demasiadas explicaciones, se compraban las cosechas a los hortelanos. Las frutas y verduras se llevaban al Ciemat junto a la tierra contaminada».
La recogida de cosechas y tierras contaminadas, que se hizo en secreto en los meses posteriores, en la denominada Operación Tajo, supuso así el enterramiento de importantes cantidades de residuos radiactivos en las instalaciones del Ciemat, en lo que es ahora la zona deportiva, aunque posteriormente se llevaron parte de ellos a una mina, donde permanecen desde entonces a varias decenas de metros bajo tierra.
Fuente: MÁBEL GALAZ/EL PAIS