Artículo de opinión de Rafael Cid
Referendos vendo que para mí no tengo. Ese podría ser el lema del momento político. Fuera de las tradiciones democráticas británicas, donde sendas consultas se han llevado hasta sus últimas consecuencias, la de Escocia y la del Brexit, la práctica entre la clase política en la Unión Europea parece dictada por el oportunismo puro y duro. Primero fue Alexis Tsipras, convocando un referéndum que ganó por goleada para luego ser el primero en boicotearlo.
Referendos vendo que para mí no tengo. Ese podría ser el lema del momento político. Fuera de las tradiciones democráticas británicas, donde sendas consultas se han llevado hasta sus últimas consecuencias, la de Escocia y la del Brexit, la práctica entre la clase política en la Unión Europea parece dictada por el oportunismo puro y duro. Primero fue Alexis Tsipras, convocando un referéndum que ganó por goleada para luego ser el primero en boicotearlo. Y ahora es Matteo Renzi, con otro corte de mangas parecido, al pasar de verbalizar su renuncia la noche electoral a demorarla hasta la aprobación de los presupuesto en 2017. Esperpéntico: un cadáver político condicionando social y económicamente desde ultratumba a todo un país con la herencia recibida. Atado y bien atado.
En ambos casos se ha hecho un uso ilegítimo de la voluntad general buscando el atenuante de “causa de fuerza mayor”, vulgo razón de Estado. El primer ministro griego habló cínicamente de golpe de mano dado por Bruselas para cubrir su traición, milonga que fue repicada religiosamente por una izquierda que veía en el líder de Syriza al nuevo mesías antisistema. Su homólogo italiano ha sido menos chusco pero igualmente taimado, porque se ha desdicho en veinticuatro horas aplazando su salida para “evitar el caos en el país”. En ningún caso se ha tenido en cuenta el criterio expresado con rotundidad por los ciudadanos llamados a decidir. Como Juan Palomo, ellos se los guisan y ellos se lo comen.
El resultado es un nuevo paso atrás en la democracia realmente existente, que sin duda agrandará aún más la brecha entre representantes y representados. Hoy Tsipras, según todas las encuestas, tiene el rechazo mayoritario de la población, pero carece de oposición dentro del partido, como se demostró en el último congreso, donde resultó reelegido por más del 92, 39 % de los votos. Por su lado, Renzi, ni siquiera eso, porque nunca pasó por las urnas, y es muy posible que ahora esté dando largas para evitar que se convoquen nuevos comicios, siguiendo esa rutina antidemocrática de gobiernos técnicos que comenzó tras la dimisión de Berlusconi en 2011 (Mario Monti, Enrico Letta y Matteo Renzi) de taponar la voz del pueblo.
Y todo para evitar que los sufridos contribuyentes ejerzan el papel de titulares de la democracia que nominalmente les otorgan sus respectivas constituciones. Da la impresión de que existe una ley no escrita que, mientras duren las turbulencias de la crisis, activa un estado de excepción en la UE que deja a sus habitantes como meros figurantes. De ahí que los referendos sean bien venidos cuando sirven para incrementar los poderes de los dirigentes dispuestos a aplicar las contrarreformas y las medidas de austeridad de la Comisión Europea, caso Renzi, y sean papel mojado si nacen desde la óptica contraría, caso del converso Tsipras.
Curiosamente, el referéndum de reforma constitucional que Renzi se sacó de la manga plagiaba el artículo de la ley electoral griega que otorga un suculento plus de escaños al partido más votado, patada hacia arriba que permitió a Tsipras endosarse el Ejecutivo y dominar al Legislativo para hacer lo contrario de lo que predicaba desde la oposición. Otra forma de socializar las pérdidas y privatizar las ganancias.
Rafael Cid
Fuente: Rafael Cid