Que esto de la Renta Básica será posible cuando de verdad se reparta socialmente el trabajo y la riqueza es casi un axioma. Hay quien piensa que este ingreso universal (a todas las personas), incondicional (que no depende de nada) y que es básico, porque percibirlo no impide que se reciban otros ingresos, es imposible, aunque pudiera ser justo.
Cuando las personas nos agrupamos, formando sociedades, y organizamos comunitariamente servicios y formas económicas de mantenerlos, es precisamente porque pretendemos cuidar unas de las otras. Cuando el sistema económico capitalista no permite que todas las personas tengan asegurada una vida digna, actuamos organizando servicios sociales para las personas desfavorecidas, para las marginadas.
Cuando las personas nos agrupamos, formando sociedades, y organizamos comunitariamente servicios y formas económicas de mantenerlos, es precisamente porque pretendemos cuidar unas de las otras. Cuando el sistema económico capitalista no permite que todas las personas tengan asegurada una vida digna, actuamos organizando servicios sociales para las personas desfavorecidas, para las marginadas. Mientras el conjunto de lo que aportamos, entre quienes tenemos posibilidad de hacerlo, a la caja común, permita atender a estos colectivos, estaremos ante situaciones, injustas muchas de ellas, pero mitigables. El problema se presenta cuando el sistema de producción capitalista se tecnifica, a unos niveles donde la intervención humana se reduce drásticamente, generando millones y millones de personas que no tienen trabajo. Es entonces cuando ya no se sostiene el discurso del “hombre hecho a sí mismo”, y que si no tiene trabajo es por su “culpa”. Ya no es posible culpabilizar de falta de trabajo a los millones de desempleados, por lo tanto no queda más remedio que concluir que el sistema económico basado en los mercados tiene sus días contados. Porque es este sistema el que privatiza el beneficio, obtenido por la actividad laboral en la producción de bienes y servicios, y socializa las pérdidas económicas y financieras. Permite la apropiación de la plusvalía de quienes trabajan, sin introducir en su esquema el costo verdadero de la reproducción de la mano de obra. Y de hecho, hace tiempo comprendió que era inevitable que la sociedad les pasara la factura real, que supone procrear, criar, educar, instruir, alimentar, vestir, cobijar, a la futura fuerza de trabajo y la de cuidar a aquellos no aptos para ser “explotados”, porque no pueden generar plusvalías que aumenten el patrimonio de la clase dominante. La reproducción de la fuerza de trabajo supone una cantidad ingente de energía humana que no es remunerada por ingresos o salarios. La reproducción de la especie no está retribuida y en la raíz de la expropiación de la plusvalía se encuentra la existencia de un ser humano como productor de la que se pueda expropiar. ¡O no! Un tiempo de trabajo dedicado exclusivamente a la producción de bienes y servicios, que supone que esas personas sean cuidadas y atendidas por otras, que no reciben ingresos algunos por ello. Por ello han llegado a la conclusión de que en la producción, cuantas menos personas mejor, y se han dedicado las últimas décadas a la automatización y tecnificación de los procesos productivos de bienes y servicios. Esto está generando el aumento del desempleo de forma exponencial. Hay que analizar la necesidad del reparto de trabajo y riqueza, desde este contexto, y encontrar fórmulas, como la renta básica, para resolver esta profunda, peligrosa e inhumana contradicción. Pero eso exige un mayor compromiso social de la ciudadanía, porque a quienes no le saldrán las cuentas son a los que ahora generan el escaso empleo que existe y absorben toda la plusvalía.
Rafael Fenoy Rico Comunicación Educación CGT
Fuente: Rafael Fenoy Rico