Artículo de opinión de Rafael Cid.

El sorpasso de Pablo Casado en las primarias del Partido Popular (PP) frente a Soraya Sáenz de Santamaría (58%-42%) significa la vuelta del revés. Gana la caverna a caballo del dirigente más joven del tablero político. Resucita el aznarismo insepulto,  el de la guerra de Irak por las fake news de las “armas de destrucción masiva”. Regresa el nacionalcatolicismo y la recentralización de España “una, grande y libre”. Y con él toda la carcundía que arrastraba aquella Alianza Popular  (AP) inscrita genéticamente bajo palio del franquismo.

El sorpasso de Pablo Casado en las primarias del Partido Popular (PP) frente a Soraya Sáenz de Santamaría (58%-42%) significa la vuelta del revés. Gana la caverna a caballo del dirigente más joven del tablero político. Resucita el aznarismo insepulto,  el de la guerra de Irak por las fake news de las “armas de destrucción masiva”. Regresa el nacionalcatolicismo y la recentralización de España “una, grande y libre”. Y con él toda la carcundía que arrastraba aquella Alianza Popular  (AP) inscrita genéticamente bajo palio del franquismo. La “reconquista” de Casado (Dios, Patria y Rey), gracias al impulso del aparato del partido, y contra el escrutinio de las bases en el envite inicial vuelta (37%-34%), deja la era Rajoy como la de un líder moderado.

Llega la nueva derecha camisa vieja, y Ciudadanos hereda como trofeo el cetro del centro derecha. Mientras, el PSOE de Pedro Sánchez, el otro beneficiado en la rifa,  ya puede reivindicarse como exponente de la izquierda sin haber hecho nada para merecerlo. Porque ni geometría asimétrica ni mandangas: el centro siempre depende de donde se sitúen los extremos. La elección de Casado implicará una redistribución de espacios, habida cuenta de que la primera fuerza de la oposición se ha movido hacia atrás y a la derecha. Temas como las autonomías, la seguridad ciudadana, la educación concertada, el feminismo, los derechos de la  familia, la eutanasia, el aborto, la confesionalidad, la política penitenciaria, la memoria histórica y los guiños  a la policía y a la monarquía militarán a partir de ahora en el devocionario de sus ancestros.

Pero por encima de todo, la llegada de Casado a la cúpula del PP tiene que contemplarse como una prueba del miedo generado en la Marca España por el reto del soberanismo democrático. Ha sido la expectativa de desestabilización del statu quo provocado por el auge del procés y el estrepitoso fracaso de las políticas de represión, policiales y jurídicas, lo que ha armado el  botón del pánico para esta renovación del pasado. Solo hay que ver la rara unanimidad de muchos medios de comunicación a favor del pretendiente, inoculando una percepción de la realidad a su favor que anulara la primitiva decisión de la afiliación popular por el continuismo marianista en la persona de la ex vicepresidenta del gobierno.

Es posible que el trabucazo político e ideológico que ya ha avanzado Casado consiga detraer para Génova 13 efectivos de Ciudadanos y de Vox, sus sangrías más evidentes en los últimos años, dando una impresión de reagrupamiento. Otra cosa es que esas nuevas señas de identidad resulten atractivas a un electorado moderno poco dado a comprometerse con ideales que exhiben la fragancia a naftalina característica del tardofranquismo. También existe el país movilizado del 15-M, del 8-M, de los jóvenes del Erasmus, del activismo ciudadano contra los gobiernos que perpetraron los ajustes y recortes que han provocado la actual precariedad vital mientras la corrupción institucional campaba a sus anchas. Dos legitimidades, una anclada en el pasado, “la España de las banderas”, y la otra  mirando al futuro por elevación, sin consenso posible.

Y es precisamente de esa incompatibilidad innata de donde puede surgir la oportunidad para abrir una alternativa constituyente. Porque “el alzamiento” que pronostica la derecha sin complejos que pilota Casado supone una clara amenaza por las fuerzas políticas y sociales situadas a su izquierda y especialmente para los grupos nacionalistas proclives al derecho a decidir. O sea, esa jeringonza a la española que hizo posible con vascos, gallegos, catalanes, la moción de censura “de perdedores” que tumbó al PP sin necesidad de pasar por las urnas. Si esa alianza de circunstancias responde coherentemente a la ofensiva unionista del PP del ¡a por ellos!, afirmándose como una confluencia en el terreno de los hechos, podría configurarse una suerte de Pacto de San Sebastián como el que en 1930 se coordinó para desalojar a la corte de Alfonso XIII. Algo que, solo y exclusivamente, dependerá de la que desde ahora en adelante haga el PSOE de Pedro Sánchez.

Rafael Cid


Fuente: Rafael Cid