Una caravana recorre pueblos de Andalucía para recuperar la memoria histórica de las víctimas del franquismo
Una adolescente francesa que dejó todo para irse con el español que habría de ser su marido, un anarquista recién llegado de la guerra. Un guerrillero que consiguió rebelarse contra el régimen. Un intelectual que siguió a sus compañeros hasta el último campo de concentración. Son las historias de las víctimas del franquismo, últimos testigos vivos de otra época, que la Caravana de la Memoria, organizada por la Asociación Guerra, Exilio y Memoria Histórica de Andalucía (AGEMHA), trata de recuperar en su periplo por esa comunidad.
Una caravana recorre pueblos de Andalucía para recuperar la memoria histórica de las víctimas del franquismo

Una adolescente francesa que dejó todo para irse con el español que habría de ser su marido, un anarquista recién llegado de la guerra. Un guerrillero que consiguió rebelarse contra el régimen. Un intelectual que siguió a sus compañeros hasta el último campo de concentración. Son las historias de las víctimas del franquismo, últimos testigos vivos de otra época, que la Caravana de la Memoria, organizada por la Asociación Guerra, Exilio y Memoria Histórica de Andalucía (AGEMHA), trata de recuperar en su periplo por esa comunidad.

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(GARCÍA CORDERO)
María Haro, viuda del miliciano anarquista Francisco Haro, en uno de los actos de la caravana.

«Creo que es fundamental que la juventud sepa lo que pasó, porque ésta es la única manera de que no pase nada igual», afirma José Hormigo González, militante comunista de 73 años y miembro de la Caravana. AGEMHA ha promovido esfuerzos para que en cada pueblo se recuerde a los que lucharon por «una sociedad más digna» y no abandonaron sus ideales con la llegada del régimen sino que, por el contrario, mantuvieron su oposición a la dictadura.

Muchos de los participantes de estas jornadas llevan puestas camisetas de color morado con un lema a la espalda : «Siempre guerrilleros, nunca gondoleros». Uno de ellos es el nonagenario Gerardo Antón, alias Pinto. «En 1944 aún existía la esperanza de poder recuperar la República, por eso me hice guerrillero». Y consiguió dar el golpe, aunque no fue tan fuerte como el de sus enemigos. «Entramos en Las Mesas de Ibor, un pueblo de Cáceres, y tomamos la comisaría, con la condición de no tener represalias con nadie. Estuvimos allí dos horas cantando los himnos republicanos y, después, nos fuimos. Al día siguiente, el jefe civil del municipio fusiló a los guardias que no matamos nosotros», recuerda Pinto, con una mirada nostálgica bajo su boina guerrillera.

Gerardo Antón tuvo suerte y no fue a la cárcel, a pesar de militar en la Unión Nacional, formada por republicanos socialistas y comunistas. Menos afortunado fue José Hormigo, de 73 años, que pasó cuatro años en la cárcel y fue detenido en numerosas ocasiones por formar parte del Sindicato Vertical, de Comisiones Obreras y, sobre todo, del Partido Comunista en la clandestinidad, donde es responsable organizador del comité provincial. «Mi padre era jefe municipal en Saucejo (Sevilla) antes de la guerra y luchó en el bando republicano hasta el final», relata.

Todos ellos reviven sus experiencias en unas narraciones tan pegadas a la realidad y con tantos detalles que parece que hubiese pasado una semana desde que ocurrieron. Y hace más de medio siglo de todo aquello. María Haro, de nacionalidad francesa, pero hija de emigrantes andaluces y esposa del anarquista sevillano Francisco Haro, se acuerda de las mil anécdotas que le trasladó su marido. Él se había escapado de un campo de concentración francés, después de fugarse de la cárcel en España y huir a pie siguiendo la vía del tren desde Sevilla hasta la frontera gala. Tenía 12 años más que María -nacida en 1930- y trabajaba en una mina de carbón cercana a la finca en la que estaba empleada la familia de ella, en Beaufort, al sur de Francia. Allí se conocieron y se enamoraron. Ella tuvo que abandonar su casa y se fue a vivir con él, aunque hasta que no tuvieron siete hijas no se casaron, algo insólito en la época. «Decía que no se casaría cuando lo dijera mi madre, sino cuando quisiéramos los dos», recrea esta mujer entre risas y en un castellano muy afrancesado.

Julián Antonio Ramírez, de 90 años, es otra de las joyas de esta caravana. Su historia es la de los miles de intelectuales que tuvieron que huir al exilio. «Luché en la guerra civil pero tuve que escapar a Francia para evitar el fusilamiento. Después, volví para participar en la batalla del Ebro. De ahí pasé a varios campos de concentración en Francia. Pude haber escapado, porque hablaba francés, pero quise seguir con mis compañeros». En todos los campos por los que pasó se encargó del comisionado cultural y, después de la guerra, pilotó Radio París durante 25 años.


Fuente: PILAR CHOZA / EL PAIS