HAY pocos conceptos más en boga que el de desarrollo sostenible, una etiqueta que se aplica a todo lo que se vende y a todo lo que se proyecta. En realidad, es aterrador comprobar que prácticamente nada de lo que hacemos es sostenible. "Sólo puede sostenerse indefinidamente algo que todo el mundo pueda hacer sin agotar las reservas energéticas o sin destruir el planeta", resume Víctor Frago, ecosindicalista militante de Ecologistas en Acción y CGT. Diplomado en Ingeniería Técnica Química, trabaja en Telefónica, donde ejerce de delegado sindical.
Víctor Frago compartió su visión del progreso económico con los ciudadanos de Pamplona la pasada semana en Zabaldi (ciclo ’La Idea’, de CGT).
HAY pocos conceptos más en boga que el de desarrollo sostenible, una etiqueta que se aplica a todo lo que se vende y a todo lo que se proyecta. En realidad, es aterrador comprobar que prácticamente nada de lo que hacemos es sostenible. «Sólo puede sostenerse indefinidamente algo que todo el mundo pueda hacer sin agotar las reservas energéticas o sin destruir el planeta», resume Víctor Frago, ecosindicalista militante de Ecologistas en Acción y CGT. Diplomado en Ingeniería Técnica Química, trabaja en Telefónica, donde ejerce de delegado sindical.
Víctor Frago compartió su visión del progreso económico con los ciudadanos de Pamplona la pasada semana en Zabaldi (ciclo ’La Idea’, de CGT).
El histórico activista aragonés, que fue insumiso cuando aún no existía ni el concepto (nada menos que en 1977), visitó Pamplona el pasado miércoles para compartir con los asistentes al ciclo La Idea (organizado por CGT) una inquietante pregunta : ¿Es extensible nuestro nivel de consumo al resto de seres humanos del planeta ? Con un rotundo «no», Víctor Frago prepara al repertorio ante el colapso de la civilización tal y como la conocemos en Occidente, y cita al escritor Eduardo Galeano para ilustrar nuestra inconsciencia ante lo que se avecina : «Vamos directos al desastre, ¡pero joder en qué coches !».
diagnóstico
Consumo insostenible
«Entendemos que consumir es lícito y ético porque podemos pagarlo, lo que induce a valorar nuestro nivel de vida según las cosas que podemos comprar», explica Víctor Frago. Esta premisa inicial -«y nuestro buen corazón»-, nos mueve a desear para los 5.000 millones de personas de los países no desarrollados un nivel de confort equivalente al que disfrutamos los 1.000 millones de habitantes del Primer Mundo, pero «nuestro nivel de consumo no es extensible sin destruir el planeta».
Para demostrarlo, Frago se vale de multitud de datos oficiales que abocan al apocalipsis. «Sólo con los 1.000 millones que ahora consumimos a tope, el planeta ya corre un grave peligro, por lo que no cabe imaginar el mismo ritmo para toda la humanidad». Si todo el mundo llegara a comer al año los 118 kilos de carne que se consumen en el Estado español, harían falta varios planetas para sembrar el cereal que pudiera alimentar a semejante cabaña animal, ya que «se precisan 14 kilos de soja por cada kilo de ternera que llega a las carnicerías».
En el caso del petróleo, la proyección estadística es aún más desalentadora. Si toda la humanidad gastara combustible al ritmo español, las reservas de crudo se agotarían en 14 años, y si se universalizara el consumo estadounidense, en 2010 ya no quedaría petróleo. Por no hablar de la basura, y no sólo de la que tiramos al contenedor. «Cada ciudadano español produce 5.000 kilos de residuos al año, pero sólo 475 proceden del ámbito doméstico». Por ejemplo, todos los objetos que nos rodean han generado basura en su fabricación y en su mantenimiento. «En toda su vida útil, cada coche genera 54 toneladas de residuos, incluido el CO2 que emite a la atmósfera».
El mismo desequilibrio se observa en el consumo de electricidad, que se duplica cada 20 años, o en el vertido de dióxido de carbono, que ya es insostenible sin necesidad de que países como India o China se industrialicen. Organismos internacionales han establecido la frontera universal de lo sostenible en la emisión de dos toneladas de CO2 por habitante y año, pero «cada pasajero de un viaje aéreo ya produce cuatro toneladas por trayecto». Para apabullar e inducir a la acción parece suficiente. «La gente no es idiota, no se quiere suicidar ; si se informara lo suficiente, veríamos más cambio en las conductas», asegura Frago.
falsas soluciones
El ecologismo de los ricos
El ecosindicalista aragonés introduce el concepto de «deuda ecológica» para ilustrar «cómo saqueamos los recursos de todos e hipotecamos la atmósfera en beneficio de unos pocos, para luego llenar de basura el territorio de otros : enviamos nuestra contaminación a aquellos que ni la provocan ni disfrutan sus ventajas».
Hasta aquí, todo conduce al fin del mundo, más pronto que tarde. «Desde una sensibilidad de izquierdas, no es lícito tener objetos o servicios que no son extensibles a toda la humanidad», defiende Frago, en una reflexión que invalida la base de todo nuestro sistema social. La propia lógica de este discurso va cerrando las salidas a un laberinto oscuro y aterrador, pero aún y todo, hay varias soluciones según quién las proponga.
«Está lo que yo llamo el ecologismo de los ricos -explica Frago-, que ya asumen inconscientemente personas de toda condición. Sabiendo que nuestro nivel de consumo no es extensible, se aferran a que, por lo menos, nosotros sigamos disfrutándolo». Son aquellos que sólo se preocupan de que se pierdan paisajes, de que se extingan el lince y el oso pirenaico… «Mantengamos el subdesarrollo de los otros, pero con unas reservas ecológicas para ir de visita».
La segunda alternativa se basa en el principio de que «nuestro modelo económico sólo puede mantenerse con un crecimiento continuo de producción, consumo, poder adquisitivo y vuelta a empezar». Así se evitan las crisis, pero se avanza a toda velocidad contra un muro que está ahí, esperándonos. Como escribió Galeano, «vamos al desastre, pero ¡joder, en qué coches !». Esta dinámica genera problemas que se afrontan con soluciones tecnológicas. «Si se acaba el petróleo, inventamos el biodiésel, pero harían falta dos Penínsulas Ibéricas para obtener el aceite de girasol suficiente para sustituir a la gasolina», advierte Frago. «Y si no, que los coches anden con hidrógeno ; sin embargo, no hay minas de hidrógeno, y para producirlo hay que emplear mucha energía y liberar más CO2 «. ¿Y la energía nuclear ? «Ahora hay 429 reactores atómicos en todo el mundo, y para satisfacer la demanda energética global de hoy en día habría que poner en marcha otros 7.000 ; además, el uranio se acabará dentro de 40 años, como mucho». Por otro lado, la tecnología de fusión nuclear «no llegará a tiempo, porque no será operativa hasta dentro de 40 años».
las tres ’r’
Reducir, reutilizar y reciclar
Fiel a su trayectoria sindical y a su conciencia ecológica, Víctor Frago vislumbra una solución solamente si ésta se encamina «a eliminar la pobreza del mundo, y siempre que el consumo quede limitado a la capacidad del planeta y de la atmósfera». La ecuación sólo se despejará respondiendo a las siguientes preguntas : «¿Cuánto CO2 puede emitir cada ciudadano para que el desarrollo sea sostenible ? ¿Cuántos residuos podemos generar ? ¿Tenemos derecho a reorganizar la naturaleza a nuestra medida ?» Según el ecosindicalista aragonés, las respuestas deben pasar obligatoriamente por las tres R : reducir el consumo, reutilizar y reciclar. Y además, en este orden : «No es más ecologista el que más recicla, sino el que menos consume. Lo que ocurre es que las instituciones impulsan el reciclaje porque permite que el consumo siga aumentando mientras el ciudadano lava su conciencia separando la basura», señala Frago.
Indudablemente, un bajón del consumo provocaría la superproducción de bienes, la caída de los precios y los salarios y el descenso del nivel de vida. En fin, la crisis total y el colapso definitivo del sistema. «Quizá sea el momento de iniciar el camino inverso al que hemos recorrido desde la revolución industrial : ser más austero no significa vivir peor, pero seguro que tendríamos que trabajar mucho menos -concluye Víctor Frago-, dispondríamos de mucho más tiempo libre y, sobre todo, no destruiríamos el mundo».
La marcha atrás, el método más seguro
Está universalmente asumido que el fin de los recursos (petróleo, carbón, uranio e incluso el agua) tiene una fecha, dado que no son renovables. Si imaginamos esa fecha tope como un muro de hormigón, y nuestro incremento en el consumo y el despilfarro energético avanza a la velocidad de un Fórmula 1, es evidente que el impacto será brutal (mortal para todos nosotros) y, si seguimos a este ritmo, inminente. Parece claro que ese Fórmula 1 debe ralentizar su marcha (es decir, debemos reducir nuestro consumo). Sin embargo, el muro de hormigón va a seguir en el mismo sitio, esperándonos. En el mejor de los casos, el choque sería un poco más leve. Entonces, ¿es inevitable el desastre ? No, porque siempre nos quedará frenar del todo y dar marcha atrás. Es el espíritu básico de la teoría de las tres R (reducir el consumo, reutilizar y reciclar). Es decir, emprender el camino inverso al que venimos recorriendo desde la Revolución Industrial, y que está basado en un ciclo económico endiablado que, a la vista está, nos conduce a toda velocidad contra el muro fatal : más trabajo para producir más, para ganar más, para consumir más, para trabajar más… >i.g.
Fuente: Noticias de Navarra