Artículo de opinión de Rafael Cid

Tras la espantada de Syriza, retorna la (a)normalidad donde solía. Repiten ganadores los gobiernos que aplicaron el austericidio (en Portugal porque los socialistas no quieren una confluencia de las izquierdas); los cuadros del duopolio dinástico vuelven a la gresca para trepar a las listas electorales (PP-PSOE/PSC); y emergentes y sumergidos (Podemos-IU) parodian con avaricia a sus rivales en la lucha por el poder. El único resquicio trasgresor que aún emite señales de vida inteligente despunta en la periferia con una candidatura de unidad popular de estirpe municipalista.

Tras la espantada de Syriza, retorna la (a)normalidad donde solía. Repiten ganadores los gobiernos que aplicaron el austericidio (en Portugal porque los socialistas no quieren una confluencia de las izquierdas); los cuadros del duopolio dinástico vuelven a la gresca para trepar a las listas electorales (PP-PSOE/PSC); y emergentes y sumergidos (Podemos-IU) parodian con avaricia a sus rivales en la lucha por el poder. El único resquicio trasgresor que aún emite señales de vida inteligente despunta en la periferia con una candidatura de unidad popular de estirpe municipalista. El tiempo dirá si se trata de un revulsivo para que una minoría obstinada dispute los signos de capitulación del tablero político convencional o el definitivo canto del cisne de la alternativa refractaria al sistema.

De momento, los dos partidos-ideología que de manera exclusiva y casi excluyente se han repartido el poder en España desde la aprobación de la Constitución en 1978, PP y PSOE, han sido colocados en la puerta de salida por los electores catalanes el 27-S con unos resultados poco menos que irrelevantes. Entre ambos, a través de sus respectivas filiales, sumaron 28 escaños de un Parlamente compuesto por 135 diputados y una raquítica equivalencia en votos del 21,22%. Pretender con esos datos condicionar la política de aquella comunidad solo cabe interpretarse con un rasgo de arrogancia propio de mentalidades feudales, que de nuevo confunden el mapa con el territorio, las personas de carne y hueso con las estadísticas, la realidad con lo que sale en la tele.

Vacua prepotencia por partida doble, ya que el declive del duopolio dinástico hegemónico también confirma su escasa representatividad a nivel estatal. El barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) del pasado julio, último de los realizados, cifraba en un ajustado 53,10% las expectativas de socialistas y populares juntos en unas hipotéticas elecciones generales. Esa dinámica del desplome que todavía puede acentuarse tras los comicios del 20 de diciembre, ser marginales en Catalunya y apenas superar el quorum a escala país, indica una enmienda a la totalidad del régimen del 78 y de su carcasa constitucional (una democracia asentada en el principio monárquico).

Con esas referencias, la insurgencia de la Candidatura d`Unitat Popular (CUP) con su propuesta bifronte de insurrección política (la autodeterminación) y social (el anticapitalismo) introduce una novedad respecto a las expectativas de otras formaciones de izquierda surgidas a rebufo de las movilizaciones del 15-M, las mareas ciudadanistas y las plataformas reivindicativas. Y ello en el sentido de lectura rupturista. Porque mientras, por ejemplo Podemos, tras un primer periodo de gracia en el que acariciaba valores refractarios (impago de deuda odiosa o renta básica universal), pasaba a la clandestinidad para trepar al poder a cualquier precio, la CUP mantiene su envite original de impugnación al statu quo incluso después de su exitosa apuesta.

Lo que hace creíble su aterrizaje antisistema, que entronca en la memoria con aquellos otros proyectos pre o pro constituyentes que bajo el nombre de Junta Democrática o Plataforma Democrática insinuaban el sorpasso del postfranquismo para luego ser transados por las cúpulas del PCE y del PSOE de la época, es su reiterada voluntad de desobedecer las reglas del juego. Cuando el cabeza de lista de la CUP, el independiente Antonio baños, afirma que la victoria electoral supone que “el proceso ha muerto y ahora empieza la construcción republicana”, está ratificando que la clave de su propuesta consiste en activar el envite constituyente que enterró el consenso de la transición. República popular frente a monarquía hereditaria; anticapitalismo frente a economía de mercado; autodeterminación frente a unidad indisoluble: los pilares para una deconstrucción del atado y bien atado de la Segunda Restauración que hizo posible el paso de la dictadura a una democracia coronada con indignidad y alevosía.

Con las reservas propias que requiere todo ejercicio de prospectiva política, cabría decir que en la ideología de la CUP hay vestigios de maceración del viejo conflicto que durante la Primera Internacional enfrentó a socialistas autoritarios (marxistas) y socialistas antiautoritarios (bakuninistas). O al menos eso puede deducirse de su constitución como partido-estructura (el rasgo marxista) y su entronque asambleario, horizontalista y municipalista (sesgo libertario). Aunque ello interpretando la participación política reglada por mor de “imperativo legal” para desarrollar proactivamente su proyecto emancipatorio, sin caer en el error históricos de rechazar los circunstanciales avances democráticos que vengan de fuera. Si tenemos en cuenta que el paso de la dictadura a la monarquía constitucional se consumó de “ley a ley”, nada impide que pueda revertirse esa misma transición para ir de una monarquía a una república con procedimientos democráticos. La cuestión, una vez más, radicará en el flujo de mayorías que haga de esa demanda una necesidad objetiva inaplazable.

En este sentido, a favor de la CUP figura la decisión explícita de aunar la movilización ciudadana permanente a su capacidad de intervención parlamentaria, en una secuencia sin solución de continuidad que busca permitirla polinizar con su propuesta de confluencia popular pro-constituyente al resto de la sociedad catalana. Máxime con el “momento republicano” que ofrece el hecho de abrirse el juicio oral a la infanta Cristina por el caso Nòos a primeros de 2016, por donde desfilara medio Palacio real a testificar. Un planteamiento abortado in nuce en el caso de Podemos, cuando optó por fidelizar el apoyo de las bases a mayor gloria del partido y de sus líderes, mientras pablo Iglesias obsequiaba a los reyes con un pack de Juego de Tronos durante su visita al europarlamento. Prendado de sí mismo, como se demostró en la concentración-autobombo del 31 de enero en la Puerta del Sol de Madrid, y convirtiendo de facto a Podemos en el principal vector para subordinar la desobediencia civil a circuito cerrado de los intereses partidistas.

Ni las últimas elecciones europeas, ni las andaluzas, anunciaron algo nuevo en el mapa político nacional que cuestionara la lógica de la democracia sin demócratas que troqueló el régimen del 78 y su constitución cepo. Solo las iniciativas ciudadanistas, espoleadas por la crisis y la corrupción sistémica, inventaron sobre la marcha mecanismos de participación política inéditos y transgresores. Con su apuesta comunera cuestionaron el “no hay alternativa” coral que ya cacareaban los partidos al descartar el ámbito local como escenario de acción política para concentrar sus fuerzas en el poder con mayúscula de las elecciones generales. De ahí que la reincidencia de la CUP permita pensar en que la desconexión no es tanto una cuestión de poder como de querer.

(Nota. Tomo prestado el título “Rebeldes periféricos” del libro publicado en la excelente editorial La Linterna Sorda sobre la historia de las mujeres-coraje que, como escribe su autora Ana Muiña, “desde la periferia demostraron que persistiendo en las utopías, tarde o temprano, acaban por hacerse realidad”).

Rafael Cid

 

 


Fuente: Rafael Cid