“Todo tiene que ser libre para que funcione” (F.Carrasquer)
Rolando Astarita es junto con Jorge Beinstein uno de los dos economistas marxistas de referencia en Argentina. Con el valor añadido en el caso del primero de tener tras de sí un currículum de trabajador industrial que le permite no sólo teorizar sino opinar desde el conocimiento directo de la realidad social.
En este sentido, Astarita
recuerda a aquellos comprometidos intelectuales norteamericanos que,
como Harry Braverman, se habían hecho a sí mismos codo con codo con
el movimiento obrero antes de pasar a las filas de la academia, la
universidad o la prensa. Por eso, sus escritos suponen siempre un
aporte de conocimiento crítico muy de agradecer en estos tiempos de
sicofantes y palanganeros del sistema.
En este sentido, Astarita
recuerda a aquellos comprometidos intelectuales norteamericanos que,
como Harry Braverman, se habían hecho a sí mismos codo con codo con
el movimiento obrero antes de pasar a las filas de la academia, la
universidad o la prensa. Por eso, sus escritos suponen siempre un
aporte de conocimiento crítico muy de agradecer en estos tiempos de
sicofantes y palanganeros del sistema.
En las
últimas dos notas publicadas en su blog (Indignados
y democracia e Izquierda, indignados y acción política)),
sucesivas y complementarias, Astarita deja presente esa enjundia al
hablar sobre el movimiento 15-M que, visto desde la realidad
argentina, parece un deja vu,
habida cuenta de la confrontación social que se desató en aquel
país cuando las autoridades rioplatenses decidieron imponer el
famoso “corralito” como plan de choque para contentar a los
mercados de capital. Una decisión que, conviene recordar por las
concomitancias que tiene con los agentes responsables de la crisis
que ahora asola al llamado primer mundo, benefició en gran medida a
la banca española, en especial al Banco de Santander, convertido hoy
en el sumo pontífice del sector en Latinoamérica.
Lo que
ocurre es que el análisis que Astarita realiza en el caso del 15-M
supone un veredicto de máximos sin paliativos. Su postura ante los
acontecimientos que aquí y ahora movilizan a una parte de la
juventud española es de exigencia revolucionaria y de desconfianza
ante eso “que llaman democracia y no lo es”. Con una diferencia,
mientras los acampados utilizan el reclamo para denunciar la
impostura de una democracia de fachada, y a su modo ciertamente
reivindican una verdadera democracia, el economista mantiene que esa
demanda significa en definitiva apuntalar el sistema. “Su idea –
deduce Astarita- es que para solucionar los problemas sociales que
los afectan es necesario ampliar la democracia capitalista”.
Pero esto no
está en el guión de los alzados del 15-M, por mucha autoridad que
impregnen las palabras de Astarita dado su indudable ascendente
profesional y su encomiable perfil militante. Y posiblemente la clave
de semejante conclusión radique en el hecho del oxímoron que
postula al hablar de “democracia capitalista” (en otros pasajes
de su texto cita la expresión “democracia formal capitalista”,
más en la tradición de los clásicos del pensamiento marxista).
Porque o es “democracia” o es “capitalista”, las dos cosas
juntas se repelen, por más que en el sistema capitalista neoliberal
la verbalización busca denodadamente su legitimación bajo el palio
del concepto “democracia”. De ahí que cuando Astarita afirma
que “la democracia burguesa permite canalizar conflictos sociales y
amortiguarlos, en la medida en que genera la ilusión de que con el
voto las cosas se pueden arreglar favorablemente para los explotados
y oprimidos”, no hace sino reconocer una realidad objetiva pero que
nada tiene que ver con los propósitos declarados del movimiento
“¡Democracia real, ya!”. En cierto sentido, al contrario. Sus
partidarios han blasonado su rechazo a la “votocracia” como una
impostura, y lo expresan en hermosas proclamas como la que grita
“nuestros sueños no caben en vuestras urnas”.
Por tanto,
esa crítica de Astarita se nos antoja improcedente. Está basada en
una extrapolación mecánica del proceso contestatario de Argentina
al caso español. Trasvase ideológico que su mismo discurso
contradice cuando, tras escribir “¿por qué tiene que ser distinto
en España o en cualquier otro país, desarrollado, que este sumido
en la crisis?”, encuentra el locus que identifica una cierta
impureza del movimiento 15-M en el hecho de que “a diferencia de
los manifestantes de Siria, Libia o Yemen, los indignados de Madrid
no arriesgan sus vidas por acampar en la Puerta del Sol”. Esta
variable diferencial sirve a Astarita para concluir que estamos antes
“mecanismo formales, que afectan al orden político”, por lo que
“no es mucho lo que va a alterarse”. En definitiva, una de las
viejas tradiciones de la escolástica marxista sobre la incapacidad
trasformadora de lo político (superestructuras) cuando la ruptura en
el plano económico (medios de producción, infraestructuras) no
aparece en la cabecera de la hoja de ruta del cambio. Prospectiva y
sospecha que el economista argentino extiende de paso a los
movimientos antiglobalización.
“La
tradición de la generaciones muertas oprimen como una pesadilla el
cerebro de los vivos”. Esta cita de Marx en El
18 Brumario de Luis Bonaparte podría
compendiar el pre-juicio que a nuestro entender gravita sobre la
tesis del intelectual argentino. Está diagnosticando la historia por
el espejo retrovisor y sin tener en cuenta el fracaso teleológico de
esas otras rupturas del pasado que primaron la estatalización de las
fuerzas productivas olvidando el compromiso vigilante de lo político
(léase, democracia). El terrible fiasco de la antigua URSS y el
esperpento de una China capitalista-comunista (esto ya no es un
oxímoron) son al alimón su prueba de cargo.
Por lo
demás, es obvio y constatable que en sus intenciones el movimiento
15-M se define como genéricamente anticapitalista. Es más, el
anticapitalismo constituye una de sus señas de identidad. Lo que
ocurre es que en un primer nivel aparece más como performance, y
toma carta de naturaleza en la profundidad y la “pureza” del
método (democrático) que rigen el proceso de toma de decisiones en
debates y asambleas. Claro que se trata de una democracia
deliberativa, de proximidad, inclusiva y confederal. Singularidad que
a otro pensador de izquierdas como Toni Negri no le ha pasado
inadvertido (15m: redes y asambleas),
a pesar de la lectura pendular y expectante que realiza sobre la
experiencia. Hasta el punto de que el filósofo italiano resalta su
“radical novedad con respecto a la experiencia de movimientos más
recientes (Seatle, Génova, etc.)” y el hecho igualmente notable de
que en sus asambleas “no hay necesidad de un saber hacer político
particular sino de competencia y capacidad de proyecto”.
La pregunta
que estimo pertinente después de reflexionar sobre lo expuesto por
Astarita es por qué estigmatizar el único movimiento cívico que
ante la crisis actual ha logrado sublevar a la gente precisamente
donde el frentismo maximalista sólo ha cosechado hiatos y fracasos.
¿No será porque hasta ahora la transformación social ha corrido a
cargo de un voluntarismo revolucionario excluyente que no se
sustentaba en convicciones democráticas? ¿No recuerda esta
reticencia una animadversión parecida a la que desarrolló el
partido comunista francés y su central afiliada ante el mayo del 68,
arruinando una oportunidad histórica? Precisamente han sido los
indignados, con su manifestación ante el Congreso de los Diputados
el miércoles 8 de junio para protestar por el recorte de los
convenios colectivos, quienes han abrazado la causa del mundo del
trabajo, mientras durante el casi mes de acampada en Puerta del Sol
las cúpulas de los sindicatos mayoritarios CCOO y UGT han hurtado su
apoyo al movimiento “¡Democracia real, ya!”.
Acabe como
acabe esta primera fase del revulsivo moral abonado por el 15-M y los
acampados, por primera vez en mucho tiempo estamos ante el intento de
construir una democracia con demócratas. El avatar está en la
eterna cuestión de los medios como fines, que la rigidez del
socialismo impositivo al parecer aún no ha logrado metabolizar. Con
Puerta del Sol no se despide el movimiento de los indignados. Se
centrifuga. Porque junto a un programa mínimo reivindicativo, su
mayor legado es una guerrilla sostenible de personas de toda
condición que han asimilado los valores de la democracia real y
evolutiva con la legitimidad social que les da haber predicado con el
ejemplo. La indignación siempre precede a la subversión.
Rafale Cid