Toda España era en 1940 una inmensa cárcel habilitada. Cines, conventos, teatros, plazas de toros, estadios deportivos, escuelas, reformatorios, fábricas, fuertes, castillos, barcos, seminarios, almacenes, cualquier recinto público o privado fue utilizado por los dueños de la Victoria para estabular a los vencidos, siempre en penosas e insalubres condiciones, en el delirante y monumental ajuste de cuentas contra los que se habían resistido a la exacción de España por su Movimiento Salvador. Frente a las 12.000 personas que componían la población reclusa española en julio de 1936, un número de prisioneros que podría situarse entre los 300.000 que reconocían las propias autoridades carcelarias franquistas y los 700.000 computados por algunos historiadores, purgaban en 1940 delitos recién inventados por los vencedores, la mayoría con carácter retroactivo.

Toda España era en 1940 una inmensa cárcel habilitada. Cines, conventos, teatros, plazas de toros, estadios deportivos, escuelas, reformatorios, fábricas, fuertes, castillos, barcos, seminarios, almacenes, cualquier recinto público o privado fue utilizado por los dueños de la Victoria para estabular a los vencidos, siempre en penosas e insalubres condiciones, en el delirante y monumental ajuste de cuentas contra los que se habían resistido a la exacción de España por su Movimiento Salvador. Frente a las 12.000 personas que componían la población reclusa española en julio de 1936, un número de prisioneros que podría situarse entre los 300.000 que reconocían las propias autoridades carcelarias franquistas y los 700.000 computados por algunos historiadores, purgaban en 1940 delitos recién inventados por los vencedores, la mayoría con carácter retroactivo.

En el tenebroso Madrid de la Victoria habían comenzado a funcionar, luego de los casi tres años de impaciente espera a sus puertas, los tribunales militares de justicia aberrante y sumarísima que arrojaban diariamente a cientos de hombres jóvenes, trabajadores honrados, cargos públicos y soldados de la República a las fosas comunes o al pudridero de las mazmorras. Destruida la cárcel Modelo durante la guerra por haber quedado en la misma línea del frente de Moncloa, el insuperable hacinamiento de los cautivos en las diversas cárceles y prisiones habilitadas decidió a Franco a construir en 1940, con la mano de obra esclava de los propios prisioneros republicanos, esa cárcel de Carabanchel hoy felizmente vacía cuyos terrenos desatan la codicia, de suyo desatada, de los especuladores y de los ladrilleros. Pero no hace falta ser un perturbado de las ciencias ocultas ni un psicofonista para comprender que no puede levantarse ninguna habitación humana sobre aquel escenario de sufrimiento, desolación e injusticia.

Los restos esmaltados de horrendos graffiti que contribuyen a acentuar la naturaleza espectral y sórdida de la vieja cárcel apenas aluden, sin embargo, a las fatigas y a los horrores que sus internos padecieron, si bien la fraternidad entre penados, la calidad personal de tantos de ellos y el establecimiento en sus galerías de arcádicas comunas lograron el suceso insólito de que en la prisión se respirara una atmósfera de mayor libertad que extramuros.

La historia de la cárcel de Carabanchel desde que fue inaugurada en junio del 44 es un diorama de la Historia de España durante la dictadura. Por su frío cuerpo inacabado de galerías tentaculares corrieron ríos de lágrimas y de sangre : allí fue ajusticiado Cristino García Granada, héroe de la Resistencia francesa, el mítico Jarabo, señorito del trueno dorado, y los anarquistas Granados y Delgado. Allí pasó algunos años Stuart Christie, el ácrata escocés que llegó a Madrid con unos explosivos para matar a Franco, allí se vistió de luces por primera vez, en 1944, el diestro Fernando Robleño, bien que cuando los presos ya tenían televisor en sus celdas y la dirección programaba novilladas, allí se cortaron las venas los desesperados de la Copel, allí escribió Alfonso Sastre su libro Ahola no es de leil, y allí, en los altos de la Tercera Galería, en El Palomar, purgaron miles de homosexuales el delito de serlo.

¿Un hospital allí ? Tal vez, aunque tampoco, pues los enfermos precisan de buenas y apacibles vibraciones. ¿Pisos ? Sólo para quienes disfruten con las vistas al interior de la pena.


Fuente: El Mundo