Que el aborto supone en cualquier caso una respuesta fallida, un drama personal, para aquellas futuras madres que han de afrontar la decisión de llevarlo a cabo, nadie puede estar en desacuerdo.

Que el aborto supone en cualquier caso una respuesta fallida, un drama personal, para aquellas futuras madres que han de afrontar la decisión de llevarlo a cabo, nadie puede estar en desacuerdo.

Mucho se habla de la regulación legal del aborto o interrupción del embarazo. Mucho se comenta y se debate sobre conceptos morales, éticos, médicos, jurídicos e incluso políticos. No hay que ser un lince para advertir la verdad, la tremenda verdad de que detrás de cada interrupción del embarazo se sufre tremendamente. De ese sufrimiento ¡que poco se dice o se escribe ! Antes de que una mujer acompañada de afecto y cariño o una mujer, en tremenda soledad, tome la grave decisión de no llevar a término un embarazo, ha vivido momentos dramáticos que a nadie se le desean. El sufrimiento, la angustia y la desesperanza producen siempre esta decisión. Detrás de cada una de estas situaciones hay sufrimiento y de esto nada se comenta.

Posiblemente si como pueblo pudiéramos enfocar este asunto desde el sufrimiento de las futuras madres, veríamos con mayor claridad la necesidad de apoyarlas para paliar la angustia que las sobrecoge y de esta forma dar una salida humana al conflicto que les crea un embarazo muy problemático.

Cuando la naturaleza descarta al futuro ser no nacido por ser imposible una vida humanamente digna, es preciso aliviar el sufrimiento que ese mal nacimiento conllevaría. Cuando la continuidad del embarazo hace peligrar la vida de la madre, es evidente la solución al dilema moral que ello plantea. Es humano apostar por la vida de la madre, ya que ella tiene una vida, tiene una historia cargada de afectos y sentimientos, mientras que el no nato es un proyecto.

En ambos casos, si hay que fijar responsabilidades, asumamos colectivamente que no dedicamos, al esfuerzo investigador, los recursos precisos, para poder prevenir estos “caprichos de natura”. Incluso la posibilidad de poder trasplantar al gestante en los casos de embarazos forzados. Y aunque el desarrollo de la cirugía prenatal y la farmacología algo han avanzado deberán hacerlo más, permitiendo que aquello que no es viable hoy lo sea mañana.

Cuando no es la naturaleza quien descarta, sino que es la sociedad en su conjunto quien pone tal multitud de trabas, a la vida de la mujer en cinta o con la criatura en sus brazos. Cuando para muchas de esas mujeres se hace insostenible el presente y casi imposible un futuro, podríamos convenir que la situación tiene soluciones, no ayudando a la interrupción del embarazo, sino removiendo esa multiplicidad de trabas y obstáculos de suerte que esa mujer perciba que el embarazo no deseado puede llegar a buen fin, porque contará con ayuda, mucha ayuda, para afrontar la venida de un nuevo ser.

Muchas mujeres no abortarían si el estado (todos nosotros) aportara los elementos necesarios para atender adecuadamente la vida que llega y que debe permitir a su vez la de aquella que la engendró. El debate sobre el aborto en el fondo es una cuestión de medios y recursos para permitir la digna existencia de la mujer que libremente decida mantener su embarazo o que también libremente ofrezca a su hijo recien nacido en adopción. Una manera también de darse y dar una oportunidad tanto a ella como persona y a la del recien nacido. Pero ello debe estar apoyado institucionalmente por el estado de forma que las garantías sean las máximas.

Desde el Ministerio de Igualdad, que únicamente se centra en las desigualdades de la mujer, como si no existieran en nuestra sociedad miles de desigualdades, se aborda el tradicional asunto del Aborto, como si éste solo le afectase a la mujer en gestación. Desde una óptica de “libre mercado”, donde la voluntad queda al arbitrio de las condiciones materiales marcadas por un mercado que compra y vende mano de obra. El gobierno socialista acepta la “realidad” tal cual y afronta este, radicalmente humano, asunto desde la perspectiva de remover los obstáculos legales (que no reales) para que no sea delito el abortar. Cuando el delito, en miles de casos, se encuentra en las condiciones socio económicas y culturales que empujan a las mujeres a adoptar una dramática decisión. Sin que ese gobierno se pare ni un momento en comprender las circunstancias causantes de ello. Sin que manifieste la voluntad de vencer la realidad a fuerza de hacer posible lo necesario (eso es hacer política).

Es necesario centrar el debate sobre la despenalización del aborto, precisamente en el ámbito de lo social, ya que cualquier mujer en gestación es un valor social, comunitario, que debemos preservar y garantizar, dentro del respeto a la libertad de las gestantes.


Fuente: Rafael Fenoy Rico. Secretario de Jurídica CGTA.