Un 18 de julio, hace 75 años, se produjeron los movimientos de tropas y paisanos que se sublevaron contra el gobierno legítimo de la II República Española, dando comienzo a uno de los más luctuosos eventos de la historia de este país. Los sublevados, siguiendo la técnica del golpe de estado que al uso se hizo frecuente mediante los llamados “pronunciamientos” de militares a lo largo del siglo XIX e incluso el XX, se prometían una acción rápida que, desestabilizando al gobierno, produjera la disolución del mismo y de las cortes, conformando un gobierno de “salvación nacional”, que una vez restablecido el “orden” promovería unas elecciones generales dentro de la República.

No fue en su inicio un ataque a la República, como intencionados pseudo historiadores han interpretado. El cerebro del golpe, el General Mola, no vivirá para contarlo víctima de un inexplicado accidente de aviación. De hecho la emisora de radio que emitía desde Sevilla terminaban con un «¡Viva la República!, grito de los sublevados cuando ocupaban instalaciones civiles y militares, o se atrincheraban en los cuarteles cercados por el pueblo en armas.

No fue en su inicio un ataque a la República, como intencionados pseudo historiadores han interpretado. El cerebro del golpe, el General Mola, no vivirá para contarlo víctima de un inexplicado accidente de aviación. De hecho la emisora de radio que emitía desde Sevilla terminaban con un «¡Viva la República!, grito de los sublevados cuando ocupaban instalaciones civiles y militares, o se atrincheraban en los cuarteles cercados por el pueblo en armas.

Lo cierto es que una vez materializado el “alzamiento”, como gustaba calificarlo a los sublevados, estos caen en la cuenta que han fracasado en su principal objetivo. Posiblemente la duda, tanto en la acción del gobierno republicano, hubo dos en 48 horas, como la falta de liderazgo en el estamento militar, permite producir el cambio de objetivo y de esta forma, una vez desembarcado el ejercito de Äfrica, única fuerza militarmente operativa en todo el Estado, los sublevados decidieran ir a por todas, sin importarles el terrible costo en vidas y haciendas que su decisión supondría. Porque hasta ese momento los “pronunciamientos” militares habían sido incruentos en general o con un pequeño número de acciones militares. Este 18 de julio cogió desprevenido al gobierno de la República, pero no a las fuerzas sindicales que desde hacía tiempo conocían de una conjura golpista y además, ellas mismas, estaban preparadas para producirla llegado el momento. Desde 1931 hasta el 1936 muchos acontecimientos dan más que motivos a la clase trabajadora para dudar muy mucho de las posibilidades que una democracia burguesa, como era la Republicana, tiene para producir la inaplazable revolución social. Siglos de postración, hambre, miseria, paro endémico e indigno trato, sufren las trabajadoras y trabajadores del momento y tienen que soportar además la tremenda tragedia de ver a sus hijos e hijas condenados a la esclavitud que ellos padecen, cuando no sufrir enfermedades dolores y hasta la muerte. Mucho, ¡demasiado!, para que la humanidad de aquellas gentes puedan soportarlo resignadamente.

El pueblo ruso dio una lección al mundo en 1917, no muy lejos en el tiempo y aún sonaban los triunfos de las clases populares rusas de la década de los años 20. Evidentemente la propaganda soviética solo trasladaba logros y triunfos del proletariado, ocultando la terrible y sanguinaria represión ejercida contra los anarquistas primero y, luego, contra el pueblo que aspiraba a su autogobierno. Ese ejemplo revolucionario da alas a las esperanzas de las gentes que aspiran a vivir digna y autónomamente en esta España del 36. Del arrepentimiento por este cambio brusco y terrible en los objetivos de los fascistas sublevados dn fé las palabras de Unamuno pronunciadas a semanas vista del inicio del golpe de estado. Las pronuncia, un hombre cabal que apoyó inicialmente un movimiento que él entendía de regeneración social y que se sintió traicionado en esas aspiraciones. Amargamente presenció, eso sí denunciándolo sin recato y valientemente, como una oscura e inmensa guadaña acabaría con la vida de cientos de miles de personas inocentes: “Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil. (…) Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo; y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión. ¿Por qué no mencionáis las tremendas penurias e injusticias que arrastra de siglos el Pueblo español? Palabras pronunciadas en el paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936, en un acto organizado por los afectos al nuevo régimen fascista.

Pero a ninguno de los golpistas militares o fascistas les importaban esas penurias, esas injusticias. Habían convivido, incluso las habían producido ellos mismos, durante siglos. Incluso la Iglesia Española del momento apuesta decididamente por el bando de los sublevados, segura de que obtendrá la restitución de sus derechos feudales puestos en cuestión por una República Laica. Hoy, después de 75 años, este 18 de julio es una fecha para no olvidar, sin odio, pero con la suficiente indignación como para evitar que nunca más vuelva a producirse.

Rafael Fenoy Rico