Temíamos que la cosa terminara así. Pero hicimos un acto de fe para no pecar de aguafiestas. Los mensajes eran tan claros como inimaginables. El presidente del gobierno y los líderes de los dos sindicatos mayoritarios (¿más representativos ?) se daban palmadas en la espalda mientras escenificaban su particular ¡no pasarán !
Ellos, los líderes (como reza en su enunciado el Tratado de Lisboa impuesto a buena parte de los europeos) no dejaban de prometer (ay, aquél premonitorio “puedo prometer y prometo” de Adolfo Suárez, que ya indicaba por dónde irían en lo sucesivo los tiros) su voluntad incondicional de impedir cualquier recorte salarial, laboral o social para acometer la salida de la crisis causada por la rapiña del sistema financiero.
Escuchamos de todo. A Rodríguez Zapatero, con los mineros de Rodiezno, pañuelo rojo sanferminero al cuello, que él no les fallaría y que la crisis la pagarían los ricos que se habían puesto las botas a su costa. Y a los varas de CCOO y UGT, amenazar con movilizaciones si la patronal seguía en sus trece perpetrando recortes laborales. Pero las palabras de los políticos (y de los sindicalistas profesionales) se las lleva el viento. A la hora de la verdad, la retórica de ZP, el birlibirloque del inefable ministro Corbacho, no dejando jamás que la realidad le estropee una bonita estadística, y el flato contestatario de los oligarcas sindicales (la tradición confirma que desde la secretaria general de Comisiones se pasa a presidente de la Comisión de Economía del Congreso por el PSOE, caso de Antonio Gutiérrez, o a asesor del Instituto de Empresa Familiar, la patronal de las sagas, caso de José María Fidalgo) ha devenido en complicidad con los rivales, la famosa pinza.
Porque después de tanto gesticular mientras se cocía la omertá sobre el saqueo del dinero público para la banca (cajas y bancos), presentado como una medida progresista por el gobierno, la cierto y verdad, al final de túnel, es que estaban distrayéndonos poniendo el intermitente a la izquierda para en el primer derrape girar en redondo hacia la derecha. El nasciturus que han alcanzado patronal y sindicatos es todo menos una buena noticia. A cambio de desbloquear los convenios, se importa una medida utilizada por Alemania (un modelo productivo que poco tiene que ver con el nuestro) y que se miré por dónde se miré consiste en legalizar un nuevo tipo de contrato temporal. Las empresas con problemas (¿quién toma la temperatura al enfermo ?) podrán en lo sucesivo recortar la jornada a cambio de hacer otro tanto con la parte de salario comprometida…y el resto será sufragado a cargo de la Seguridad Social.
O sea, como en el caso de la Operación Rescate para el sector de la construcción, automovilístico y banca, socializar las pérdidas (presuntas o ciertas) con dinero público mientras se privatizan los beneficios en algún paraíso fiscal del esos que el G-20, con Zapatero dentro, dijo que se iban a terminar. Con esos amigos no necesitamos enemigos. Es más de lo mismo, pero con celofán de postín. Atrezo para comediantes de feria. Fraude y frustración. La crónica de una iniquidad anunciada. Ellos, los líderes, y nosotros, los consentidores. ¿O acaso no ha intentado la CEOE desde un primer momento una reducción en varios puntos de las cuotas empresariales ? Pues ya lo ha conseguido, y además con el visto bueno de sus hasta ayer tenaces oponentes. Tiene coña la cosa. Las empresas multinacionales y transnacionales (bancarias, automovilísticas o inmobiliarias) líderes de la deslocalización no sólo se niegan en redondo a bajar los precios de sus productos para estimular la demanda (intereses en los créditos, precio de los pisos, etc.), sino que además se dinamiza la oferta con cuantiosas subvenciones (dinero público para el FROB, RENOVE y autocongelaciones salariales), mientras el diálogo social se queda en un vuelta de tuerca más sobre la ya macabra precarización laboral.
La ilógica al poder. No vaya a ser que a alguien se le ocurra que es el momento de poner en la agenda política el tema del reparto social del trabajo. Hemos construido una sociedad global en la que el 20 % de la población ostenta el 80% de la riqueza y un 7% causa el 50% de las emisiones contaminantes, y ahora caminamos hacia un nuevo nirvana en el que habrá una exigua aristocracia de trabajadores, buenos y disciplinados con el sistema dominante, que tendrá a gala retener la mayoría de los contratos fijos disponibles. Y todo ello porque nosotros lo hemos querido a través del libre ejercicio de la voluntad de nuestros legítimos representantes. Casta que hace tiempo no representa más que a sus afiliados, en su mayoría honestos militantes con trabajo asegurado. Mientras para el resto, a la inmensa mayoría laboral y social, sobre todo jóvenes, mujeres e inmigrantes, lo que les espera es un abultado calendario con todos “los lunes al sol”. El gobierno, por su parte, mientras gasta los fondos sociales para beneficio de los empresarios, podrá maquillar las cifras del paro en los años que están hasta las críticas elecciones generales del 2012.
La jugada no tiene nombre. La cúpula de CCOO y UGT negocia con la patronal el desbloqueo de los convenios colectivos, para lógico solaz de sus bases, y a cambio aceptan otra contrarreforma laboral y social para todo el conjunto de los trabajadores a los que nunca representaron ni i Cristo que lo fundó.
(Nota. En los 5 minutos que usted lector ha dedicado a leer este artículo han muerto de hambre 50 niños en el planeta. Cada 6 segundos fallece un niño en el mundo por desnutrición, según las últimas estadísticas de la ONU).
Rafael Cid