Desde que se puso en marcha la tramoya electoral, allá por los prolegómenos del 9-M, España está sin gobierno pero no sin corte. Y esto no es la anarquía. Al contrario, supone la culminación de la arbitrariedad por el método braille. Y también implica un autoritarismo sin freno ni marcha atrás que deslegitima al Estado y muestra su cara más despótica y patrimonialista. Desde aquel “el Estado soy yo” del Luis XIV a este “porque nos da la gana” hay mucho trecho en el tiempo pero el mismo poco respeto al derecho. La soberanía del pueblo, ni está ni se la espera en la agenda política de los dirigentes y sus mariachis.
Al cesar las cámaras (Congreso y Senado, ni tal ni para cual) por imperativo legal, el país sigue su marcha. Reunión de pastores, oveja muerta. Sólo que las bases carismáticas de la legalidad -los padres de la patria, ministros y mandamases-, técnicamente, es como hubieran pasado a la clandestinidad. Su mandado ha caducado. No así el del mon-arca reinante, que sigue impasible el ademán en su papel couché de Jefe de Estado. Como el brazo incorrupto de Santa Teresa, pero con menos legitimidad. Porque él es irresponsable por gracia de la Constitución y su progenie (unos de los suyos) por el ukase del Código Penal. En estas circunstancias de ausencia de gobierno, lo suyo sería que la administración de las cosas reemplazara al gobierno de las personas. Sería lo decente
Pero lejos de ellos la funesta manía de pensar. Al revés, transgrediendo los mínimos de una conducta políticamente presentable, es aprovechando el hiato actual, con el gobierno y el parlamento de baja laboral, cuando se perpetran las mejores jugadas. En esta ocasión ha sido una pirueta militar, el compromiso por parte de España de enviar tropas a un país extranjero que la misma Constitución condiciona a su aprobación in cámara por mayorías reforzadas. En teoría. Porque a la hora de la verdad quien hace la ley hace la trampa y nunca lo paga. Y si encima quien la vende es un prócer con pedigrí de jurista progre, como el exministro de Defensa-Interior Alonso, la cosa adquiere categoría épica. Como dijo el antiguo portavoz de Justicia Democrática en plural mayestático, él no puede esperar a que se abra el nuevo Parlamento para mandar más soldados y aviones de guerra a Afganistán. ¡Sí hasta Aznar sometió el asunto de Irak a la votación de los representantes de la soberanía nacional ! Barrionuevo descubrió la Guardia Civil, ¿descubrirá el juez en excedencia otra vez los Tercios de Flandes ?
Y es que los tiempos avanzan (en lo material) que es un barbaridad y en lo moral una bestialidad. Ahora resulta que ha tenido que llegar el gobierno socialista para rehabilitar el decisionismo político. Ese mandar en temas esenciales “porque me da la gana” que inventara intelectualmente en infausta época Carl Schmitt, el teórico pronazi que argumentó la necesidad de actuar al margen de la legalidad cuando la excepcionalidad de la ocasión lo requiera. ¿Y que cuándo se produce una excepcionalidad ? Precisamente cuando se ponen en cuestión elementos clave del sistema, como la seguridad internacional, que por su misma naturaleza no pueden ser hurtados a la deliberación del parlamento que es donde reside (sic) la soberanía del pueblo.
Claro que la “joya Alonso” no está engarzada sólo por orfebres vernáculos. Tiene tradición atlantista y acumula ya su propia saga europea. ¿Qué otra cosa es ese Tratado para una Constitución en Europa aprobado en petit comité por los mandatarios del Viejo Continente donde algunos de sus pueblos se han pronunciado en contra en los referendos legalmente convocados ?. Decisionismo de la peor especie. Actitudes oligárquicas revestidas con el adobo democrático y sabiamente cocinadas en los fogones de los mentideros mediáticos. Todo para el pueblo pero sin el pueblo. Como esa dinámica del Estado de Bienestar mínimo en un Estado Gendarme máximo. Un clásico : vicios privados, virtudes públicas, y a costa del bolsillo del personal.
Alguien pensará que esto no tiene importancia. Y es cierto. No importa a nadie. La prueba es que todo el mundo pasa de largo. Están al negocio (qué hay de los mío) en el reparto postelectoral. Lo que no deja de ofrecer continuamente nuevos elementos para
la historia del esperpento. Como la elección de José Bono para el tercer puesto institucional del Estado como presidente del Congreso, el amigo de El Pocero, el hombre que deseó para los etarras encarcelados el final suicida que tuvieron los miembros de la Baader-Meinhof en la antigua RFA, el contumaz feligrés de El Corpus, el ministro de Defensa socialista bajo cuyo mandato continuaron repostando en territorio nacional los siniestros aviones-gulag de la CIA.
Es decisionismo ultramontano y antidemocrático. O en el caso del pío Bono, bonopartismo. Eso sí, bajo palio de Izquierda Unida, que le votó para luego intentar obtener “regalado” grupo parlamentario propio. Porqué recuerdo yo ahora a la vieja Duquesa de Alba, cuando, advertida de que habían llegado los periodistas, dijo aquello tan primario de : “bien, que pasen y coman.”.
Fuente: Rafael Cid