La calle es mía”. Eso proclamó Manuel Fraga en 1976 tras una larga etapa como ministro de propaganda de Franco, en cuyo bando militaba el actual presidente del PP dando el enterado a sentencias de muerte que la dictadura solía emitir contra los “enemigos del régimen”. Y ahora, esa misma ofrenda la acaba de hacer suya el ministro del Interior socialista Alfredo Pérez Rubalcaba, al mandar a la policía antidisturbios desalojar por la fuerza a los jóvenes contestatarios acampados en la Puerta del Sol de Madrid.

Fraga por su condición de
fascista interruptus, Rubalcaba interpretando en la lógica del poder
la cínica propuesta del presidente del gobierno Rodríguez Zapatero
de tener en cuenta las críticas de los indignados, después de
tildarlos de “bellacos”. Es su versión particular de la
subversión.


Fraga por su condición de
fascista interruptus, Rubalcaba interpretando en la lógica del poder
la cínica propuesta del presidente del gobierno Rodríguez Zapatero
de tener en cuenta las críticas de los indignados, después de
tildarlos de “bellacos”. Es su versión particular de la
subversión.

Fraga y
Rubalcaba, tanto monta, enarbolan expresiones de una intolerancia
política que encubre un ataque a los valores democráticos y
confirma los peores augurios denunciados por los manifestantes del
15-M: el nuevo bunker está en el bipartidismo turnista PSOE-PP.
Porque lo que en la madrugada del día 17 ha ocurrido en el kilómetro
cero de la capital es una demostración de miedo a la democracia real
por parte de los poderes públicos, que certifica la justicia de las
demandas de la ciudadanía activa. En la España socialista no se
permite lo que fue posible en las movilizaciones de Egipto y Túnez.
Es más, parece que aquí la postura de autoridades y regidores del
statu quo trata de imitar la política represiva emprendida en
Bahréin y Siria contra los “antisistema”.

Y llegados a
este punto, la cuestión es ¿qué hará el resto de la sociedad ante
un acto de fuerza institucional que elimina la justa disidencia del
pueblo soberano echando mano de prácticas propias de regímenes
totalitarios? Sobre todo, cuando los mamporreros hechos se producen
en vísperas de unas elecciones municipales y autonómicas que se
pregonan como el vehículo para que los electores hagan uso de su
derecho a decidir, que incluye por encima de cualquier otra opción
reglada el de decir que “se vayan todos” porque “no nos
representan”. Tras los últimos acontecimientos y de persistir en
la misma pendiente, alguien podría temer que cuando al amanecer
llamen a la puerta de nuestras casas ya no sea el lechero quien
espere en el umbral.

PSOE y PP,
con la complicidad silente de las cúpulas burocráticas de CCOO y
UGT y el auxilio preventivo de los medios de comunicación que no
escatimaron recursos para poner sordina -ex ante- a las convocatorias
que anunciaban una protesta sistémica en la mayoría de las ciudades
del país, se han puesto de espaldas a la democracia aunque
formalmente representen el Estado de derecho. Han perdido la poca
legitimidad que les quedaba desde que decidieron hipotecar el
presente y el futuro de los ciudadanos con el butrón
económico-social perpetrado para salvar a las grandes fortunas y a
sus protectores en las altas finanzas.

No hace
falta esperar al resultado de las urnas. El veredicto es elocuente.
La calle es suya, con Fraga y con Rubalcaba, porque el Estado, como
con Luis XIV, es de ellos y sólo de ellos. Y desde esa posición
dominante creen que todo les está permitido. Son los líderes y
nosotros los súbditos. Se descojonan cuando la gente crítica sus
políticas de matapobres y luego pasan la mano por encima de los
refractarios cuando se dan cuenta que la marea humana del 15-M les
puede fastidiar su bonita historia. Aunque la víspera, la delegada
del gobierno en Madrid, María Dolores Carrión, fichada de la
incubadora de Moncloa, haya ordenado “dispersar” a los
protestantes. Por cierto, en el 2001, un Partido Popular con mayoría
absoluta “toleró” durante 6 meses de la acampada de 1.500
trabajadores de Sintel en plena avenida de la Castellana.

Todo ello
nos lleva una vez más a recordar las palabras de Louise Michel,
aquella mujer que inmortalizó con su lucha en las calles de París
en 1871 a los indignados de todos los tiempos: “a veces es
necesario que la verdad ascienda desde los tugurios porque desde las
alturas sólo se desprenden mentiras”.

Rafael Cid