La crisis económica provocada por la especulación financiera está revelando de manera brutal cuál es la verdadera naturaleza del Estado. Basta con analizar sus prioridades. Es el mismo aparato del Estado que legisló desregulando para hacer posible los criminales artificios de la economía de casino quien otra vez, pretendiendo una autoridad renovada, se pone al frente del ejército de salvación. Pirómanos y bomberos en uno sólo troquel. ¿Con qué objetivo ? ¿Para sacar las oportunas consecuencias y rectificar el tiro promoviendo un sistema económico más justo y racional ? ¿Con la intención de explorar fórmulas que hagan posible una mayor prosperidad general, como sobre el papel se pregona de toda actividad económica ?
Evidentemente, no. Lejos de atender a esas necesidades, antiguas y nuevas, el Poder Político Capitalista reunido en Washington, en lo fundamental, ha decretado profundizar en las mismas recetas que incubaron la catástrofe. Otro experimento en cabeza ajena. Con la intención no declarada de ganar la última batalla de la lucha de clases que aún y todo impide el reinado absoluto del dinero sobre el trabajo. La prioridad es ejecutar esa colosal transferencia de renta que supone pagar con fondos públicos los latrocinios del capital financiero. De ahí la falta de referencias serias al empleo, ni a medidas para reducir el paro galopante en ciernes.
Cuando un Titanic se hunde, los caballeros permiten que los niños y las mujeres sean los primeros en ponerse a salvo. El capital monopolista, por el contrario, quiere aprovechar la crisis que él mismo ha perpetrado para infringir una derrota definitiva al mundo del trabajo. Como ave fénix que resurge de las cenizas, la nueva economía que viene, se pretende un gran panóptico global, en el que una élite armada hasta los dientes, a modo de gobierno mundial, controle todos los recursos básicos del planeta, en un entorno de precariedad laboral, subempleo y paro estructural de dos dígitos capaz de corroer en su raíz cualquier proyecto de cohesión social.
En ese contexto, la actual lobotomización general, fomentada por el gran cebo de la eterna lucha contra el terrorismo, cumplirá un papel similar al que, tras las Gran Depresión de los años treinta, desempeñó el nazismo alemán militarizando a la sociedad más culta de su tiempo. Entonces, con la consigna del pleno empleo bajo la disciplina del Estado totalitario para, de facto, asegurar la liquidación física del movimiento obrero.
La ofensiva ideológica que encubre la crisis económico-financiera no es menos importante que la categoría del expolio en marcha. La intervención de los Estados capitalistas en la presente situación de emergencia mundial no plantea medidas de rescate para los millones de personas que diariamente, en tiempo real, mueren por doquier a falta de lo más indispensable en alimentación o salud. Es una obviedad que con un solo una de las remesas multimillonarias que esos Estados han arbitrado a fondo perdido para sanear a las instituciones financieras afectadas se podría acabar en buena medida con esas lacras e incorporar a sus preceptores al mercado en su doble condición de productores y consumidores. Pero no interesa. La partida se juega en otros territorios y con las cartas ya marcadas.
No se trata de que la inversión pública tenga un eficaz destino social deslegitimando y compitiendo con el sector privado. La prueba está, por ejemplo, en cómo los gobiernos de la Unión Europea están haciendo compatible las medidas de rescate a la gran banca con el mantenimiento de fórmulas como el dumping laboral, la canallesca Directiva del Retorno o la propuesta Bolkestein, que busca su acomodo legal tras las recientes sentencias favorables del Tribunal Europeo de Justica en los casos Laval y Viking Line. Muy al contario, admiten con toda tranquilidad la necesidad de hacer un “paréntesis en la economía de libre mercado”, tal que la vulneración del límite sobre el déficit presupuestario consagrado en Maastrich, o la prohibición de ayudas públicas a empresas privadas que dicta el Tratado de Lisboa. Se exhibe así una ferocidad caníbal a la hora de aliviar los problemas sociales mientras se derrocha magnanimidad ante los principios fundacionales de los propios directores de orquesta.
De ahí que en la hoja de ruta, ex ante, de la crisis global esté ya previsto cuáles serán las reformas, ex post, que tendrán que aplicarse al mundo del trabajo, con el consenso cómplice de los llamados “agentes sociales” (sindicatos mayoritarios y sus correspondientes patronos políticos), para volver a su venal y rentable normalidad. Nada de políticas intensivas en factor trabajo, mayores inversiones públicas, mejores coberturas sociales, estabilidad laboral y reparto del trabajo (jornada de 35 horas). Y sobre todo nada de un ajuste financiado con un impuesto anual al capital (Tasa Robín o similar) o sobre los depósitos en paraísos fiscales. De lo que se habla ya es de todo lo contrario : de ERE’s, mengua de derechos sociales, laborales y ciudadanos ; abaratamiento del despido ; mayor precarización laboral ; centralización del sistema impositivo sobre el IRPF ; rebaja en las pensiones y seguro de paro ; de keynesianismo armamentista ; cerrojazo a la emigración ; etc.
El desempleo estructural forma parte intrínseca del sistema capitalista porque permite exacerbar las contradicciones sociales. Por eso hoy todos los economistas oficiales y los publicistas neoliberales consideran un cierto nivel de paro como “algo inevitable”, demostrando con ello la ineficacia consustancial del sistema. Una política que primara el pleno empleo de la sociedad civil, dentro de las posibilidades materiales y tecnológicas, fomentaría una cultura nueva y cierta conciencia anticapitalista. La letra con sangre entra. Citigroup anunció primero el despido de 50.000 trabajadores y sólo después se aprobó su plan de rescate para sus accionistas. Lo misma lógica que han seguido las multinacionales del automóvil que operan en España, aunque muchas de ellas se establecieron en nuestro territorio animadas por las subvenciones y otras facilidades ofrecidas por el gobierno.
El economista M Kalecki afirmaba que había tres razones fundamentales para la cerril oposición de los líderes industriales al pleno empleo obtenido a través del gasto gubernamental : la resistencia a la interferencia pública en ese área ; la resistencia a la dirección del gasto en sí mismo y la resistencia a os cambios sociales y políticos resultantes de un panorama sin desempleo. Pero concluía que la razón última y fundamental contra esa “concurrencia ilícita” radicaba en una cuestión de dominación política : la concepción del desempleo como ejército de reserva para controlar y sofocar las reivindicaciones laborales.
Pero una cosa son los planes-logorrea del capitalismo recauchutado y otra lo que en realidad ocurra en la vida real. El mapa no es el territorio. La profundidad y globalidad de la crisis actual encierra una oportunidad histórica casi única parta refundara el humanitarismo. Todo dependerá de la respuesta colectiva de la gente que aún no se ha jubilado como personas. Contra el pesimismo de los hechos inducidos, la voluntad transformadora de la gota malaya y el discurso imparable de la marcha verde. Gota malaya y marcha verde es la revolución que si quiere puede.
Fuente: Rafael Cid