Sobre el movimiento 15-M se han dicho muchas cosas, se dirán muchas más y pronto veremos a algunos colgarse medallas, cambiarse de chaqueta e iniciar el festín del negocio de los souvernirs de esta nueva revolución de mayo como si fuera un best-sellers a lo Belén Esteban. Es humano, inevitable y nos va en el sueldo, como se suele decir. Eso junto a las boludeces de los todólogos-tertulianos del régimen, no importa de qué cadena se tire, que insisten en que los acampados “sólo saben lo que NO QUIEREN y no tienen un programa”. ¡Pobres!

Pero la
calle ha hablado. Los alzados contra el statu quo, nuevos Comuneros
de Bienes Comunes, precisamente están contra todos ellos. Han dicho
“adiós a todo esto” y se han puesto manos a la obra.

Pero la
calle ha hablado. Los alzados contra el statu quo, nuevos Comuneros
de Bienes Comunes, precisamente están contra todos ellos. Han dicho
“adiós a todo esto” y se han puesto manos a la obra. Contra la
clase política, las cúpulas de las centrales sindicales clonadas
por el sistema, la banca del botín permanente, los gurús
intelectuales pagados de la prensa, los académicos que han
secuestrado la universidad para convertirla en zoco de los mercados
financieros, el trabajo denigrante y mísero, las guerras de sus
mayores y los medios de comunicación para el embrutecimiento de las
masas.

 

Y piden
(disculpas por osar interpretaros) justicia, libertad, solidaridad,
paz y acabar con el modelo caníbal y matapobres del capitalismo
dogal que hace de la indignidad su divisa. Exigen “democracia real,
ya”; dicen “lo queremos todo y los queremos ahora” (Juan García
Oliver) y lo plantean desde la alta exigencia ética que supone
predicar con el ejemplo, sin líderes ni organizaciones
providenciales en cabecera. El convoy que partió el pasado 15 de
mayo desde la Plaza de Cibeles de Madrid, tiene su primera parada en
la Puerta del Sol, como kilómetro cero, pero su primer destino se
llama Demo-Acracia, porque cuando todo el pueblo gobierno nadie
manda.

Rafael Cid