España suele aparecer en los rankings como una de las sociedades más generosas del mundo, por ejemplo en el nivel de adopciones de niños y, sobre todo, en la donación de órganos para transplantes. Esa es una realidad que habla de un pueblo solidario, cosa que, por otra parte, suele enmarcarse en nuestra historia y tradición social. De ahí que cuando han surgido profundas crisis los españoles y españolas de a pie hayan asombrado al mundo por su valiente comportamiento. La respuesta a la invasión francesa entre 1808 y 1912 y la frontal oposición de ciudades como Madrid y Barcelona en 1936 al golpe militar de Franco, son dos de esos referentes inevitables.
Pero es en el pueblo llano, que aún existe, aunque mistificado y encanallado. Pero por arriba, por las alturas, la cosa es radicalmente distinta. En la cúpula dirigente, entre la élite y asimilados, la contrario es ley. Desde esa atalaya social, España es uno de los países desarrollados más corruptos de la tierra. Basta con ver la serie interminable de escándalos de todo tipo que regularmente salen a la luz (cuando salen y los que salen ). Gescasteras, Fondos Reservados, Gal, Filesas, Marbellas, Afinsas, Tierra Míticas, Yak 42 y tantas y tantas chorizadas protagonizadas por ciudadanos de reconocido prestigio lo demuestran tozudamente. Estamos en un país de golfos, tunantes, picaros, caraduras, mafiosos, cleptómanos, ladrones, sinvergüenzas, crápulas, bandidos, chantajistas, arrebatacapas, malhechores, matapobres, pandilleros, mangantes, aprovechados y jetas.
Corrompidos y corruptores, que tanto monta monta tanto, han hecho del territorio nacional un inmenso patio de monipodio. Una gran rifa o rebatiña en donde la gente humilde se suele llevar la peor parte, víctima de renovadas estafas piramidales (que empiezan ganando y terminan en la ruina). En pocas naciones como en la nuestra se cumple tan milimétricamente el aserto de Mandeville “vicios privados virtudes públicas”. Nuestra clase dirigente (nunca sabremos sus méritos) explota un auténtico chollo. Llega al poder por una elección democrática de los de abajo (con cuatro que la eligan vale para el sistema en que un hombre es un voto y una boina también) y ocupado el sillón se dedica a hacer negocios públicos para su propio beneficio o el del partido de turno, donde comprará con sus “aportaciones” la cuota de poder necesario para seguir en el machito.
Se trata de una especie de cadena trófica que contamina todo cuanto toca. La saga corrompido-corruptor es interminable porque entre uno y otro hay decenas de intermediarios que se lucran en el proceso a costa de los infelices contribuyentes. Ya sea
fiándose de informaciones oficiales y periodísticas que recomiendan invertir en sellos o por la radiante credibilidad de algunos chiringuitos financieros que, como el caso Gescartera o AVA, contaban con el respaldo mercenario de funcionarios de la Comisión Nacional del Mercado de Valores o de instituciones afines. Y aquí no se salva nadie. La mangancia es olímpica. Contamina a derecha y a izquierda, y a menudo desde las alturas, como decía la siempre recordada Luisa Michel, sólo se desprenden mentiras.
Todo es posible en capolandia. Asistir al espectáculo de un Jefe de Estado que gasta su abundante ocio navegando con un imponente yate, regalado por la cara por unos cuantos hombres de negocios que esperan ser recompensados con creces, que lleva bien visible la publicidad de una conocida marca de cigarrillos. O instigar una campaña de prensa para que la gente se manifieste ante la “inaceptable” presión de Evo Morales contra una Repsol que ha “distraído” en propio beneficio un 25% de las reservas de hidrocarburos de Bolivia como si los beneficios de la multinacional fueran para pensiones no contributivas. O, el más difícil todavía, exigir un golpe de autoridad contra los top-manta mientras se metaboliza con patológica normalidad que buena parte de la cúpula de la banca española haya pasado por los tribunales (BSCH, BBVA, Los Albertos, etc), la de iglesia incluida (caso “cura” Castillejo en Cajasur).
Por algo, y como elocuente resumen de esta estirpe de hampones que nos contempla, está ese dato incontrovertible : España acapara una tercera parte de los billetes de 500 euros que circulan por Europa. Dinero negro de asuntos sucios. Dinero sucio que aflorará en asuntos negros cuando se logre el nihil obstat de la autoridad competente. Vía donación anónima a un partido político, vía fundación o simplemente vía astilla a la persona adecuada en el momento preciso. Llegado el caso, siempre está la banca para condonar esas deudas refinanciadas, procedente de créditos blandos, concedidos al aparato político de la clase dirigente. Banca que, por lo demás, se muestra inflexible a la hora de sangrar al común de los mortales con hipotecas de auténtica usura.
Y todo esto ¿por qué ? ¿Cómo es posible ? ¿A qué es debido este imperio del crimen de alta y baja intensidad democráticamente organizado ? Sin duda, no es algo de antesdeayer, ni fruto de una maldición bíblica sobre la condición del homus hispánicus. Se trata de un mal que arrastra siglos en el macuto y tiene su origen en la constitución política de nuestra historia colectiva. Se debe a la falta de una ética pública, de una trama colectiva, de un compromiso social, que haya servido como cemento de nuestra convivencia. El voraz parasitismo de lo público por lo privado en España no proviene sólo de una aceptación de la competitividad capitalista con entusiasmo de gañanes. Está inscrito en nuestro ADN vernáculo. Es parte insoslayable de eso que se llamado el macizo de la raza.
Se debe a una terrible tradición de falta de verdadera autodeterminación y de sometimiento al dictado de las élites depredadoras que históricamente han representado al Estado, usurpando a la sociedad civil. Una España oficial instrumento de un tinglado de poder dominado por una casta militar, el despotismo monárquico, la intransigencia eclesial y la clase dirigente, que utiliza la fuerza de las instituciones para imponerse sobre la España real y de paso pervertirla en sus genuinos intereses, contaminando sus fuentes con ediciones periódicas del ¡vivan las caenas !. En suma, en palabras del sabio Pedro Bosch Gimpera, “una entelequia creada por al superestructura”.
Claro, que frente a tanta mandanga y llevadero folclore, la española solución es reírnos de todo Dios. Y ya sabe que Freud consideraba el chiste como una válvula de escape de una conciencia frustrada, sometida e infeliz.
Fuente: Rafael Cid