El monismo es la principal característica de la praxis política en la España actual. Derecha e izquierda están cortadas por el mismo patrón. De ahí nuestro déficit en Ilustración, apenas solapado por el avance material. Una misma fe taumartúrgica en el capitalismo ha hecho indistintos a regímenes oficialmente opuestos. Las diferencias entre derechas e izquierdas se han ceñido a temas colaterales.
Y no en todos los casos. Aspectos como la religión y la tradición son también compartidos como parte de una constitución natural, o interior, común, a preservar. Derechas e izquierda, aquí, comparten intereses y una misma formación del espíritu nacional.
Salvo en breves periodos “anormales”, como la Segunda República, que destronó a la monarquía, acabó con la prepotencia de la Iglesia (“España ha dejado de ser católica”) y proclamó la soberanía popular como imperativo legal (“España es una República democrática de trabajadores de toda clase que se organiza en régimen de libertad y de justicia”). Esa mismidad ideológica identifica la pobreza democrática de la etapa que se inicia con la Constitución del 78. Frente a república, monarquía. Frente a laicismo, nacionalcatolicismo (la única confesión que se cita con nombre y apellidos en la Carta Magna y a la que honran los miembros del gobierno jurando sus cargos ante una biblia y un crucifijo). Frente al trabajador como legislador soberano, el mercado competitivo que marca la “directiva” de la Unión Europea. Monismo. Pensamiento único.
Esta complicidad entre derechas e izquierdas es lo que explica el escaso cambio ético, cívico, social y cultural del país tras 32 años de Estado de Derecho. Consumidas dos generaciones, más allá de los hábitos espabilados por el abundante consumismo y el despliegue de libertades que el mercado necesita para alcanzar sus objetivos, la España de principios del siglo XXI no es mejor que la de finales del Siglo XX. Los valores transformadores de la izquierda no han modificado la naturaleza esencial de la piel de toro porque sólo eran simulacros. Integrismo religioso, conservadurismo político y tradicionalismo cultural siguen siendo sus señas de identidad. Media España continúa votando a una derecha ultra que vuelve por sus fueros. La izquierda real es la derecha por otros medios. Una izquierda que sólo consigue mantenerse en el poder acarreando continuamente los votos y las ideas de la derecha.
El toro de Osborne, símbolo del macizo de la raza, fue indultado por votación popular como un acto de patriotismo. Y ahora, ante un intento del parlamento catalán para prohibir la orgía de sangre y tortura en las corridas (el arte de matar) en esa comunidad, Madrid, Valencia y Murcia, los bastiones del reaccionarismo y la España eterna, contraatacan declarándolas “bien de interés cultural”. La opinión pública no entendería que se ilegalizara a la “fiesta nacional”, argumentan sus líderes políticos. Además podría tener consecuencias negativas en las urnas. Por eso el Partido Popular ha decidido dotarlas de inmunidad total, como a la Corona. Ello, después de que gobierno del PSOE, o sea el Estado español, concediera la Medalla al Mérito en las Bellas Artes en su categoría de oro al “matador” Luis Francisco Esplá Mateos.
¡Vivan las caenas !
Rafael Cid