Cuando el PP toma las calles para desestabilizar al gobierno, la pregunta que cabría hacerse es ¿por qué el primer partido de la oposición compromete su estrategia como alternativa política por un movimiento de desobediencia civil virulento, ultra y antiparlamentario ? Y la respuesta es doblemente pertinaz. Primero, porque la derecha española nunca ha logrado ser un partido autónomo, sino la palanca de poder mediante la cual la nomenklatura posfranquista y los poderes fácticos -iglesia, militares, oligarquía, etc- han protegido su statu quo. Segundo, porque dada la hegemonía mediática de la derecha, en la cúpula de Génova 13 se piensa que la batalla de la percepción en la opinión pública la tienen ganada, con el resultado final de una ampliación de su base social electoral con nuevos compañeros de viaje.
Pero ese viaje puede ser un descenso a los infiernos. Un viaje a ninguna parte. Por más que las movilizaciones junto a los sectores más reaccionarios, xenófobos y golpistas del sistema arrojen una apariencia de “alzamiento nacional” placebo. En una democracia convencional el poder se obtiene en las urnas, y sin una mayoría absoluta en las elecciones del 2008 es muy difícil que aparezca un fuerza política con representación parlamentaria dispuesta a asociarse con quienes han resucitado la parafernalia fascista como señas de identidad. Salvo una crisis social imprevista, no hay ataque de patriotismo, por muy crónico, publicitado, televisado y radiado que sea, capaz de encumbrar al Congreso a sectores de extrema derecha que obren el milagro de dar una mayoría en escaños al Partido Popular.
No estamos en el 36, ni siquiera en el 33, aunque algunos lo crean así. Ni siquiera la continua, decidida y persistente intromisión política de la iglesia sería capaz de tal milagro. Por más que el partido de las sotanas haya cambiado con renovada eficacia la capacidad de adoctrinamiento de los viejos púlpitos por la comida de coco de los medios de comunicación que hoy administran impúdicamente. Todo indica que hipotecar la posibilidad de coalición con grupos afines en el parlamento por una dudosa ampliación de su apoyo social gracias a las movilizaciones antisistema es una quimera.
Habrá quien encuentre similitudes, y por tanto eximentes, entre esta situación promocionada hoy el PP y la del PSOE tras la insurrección ciudadana del 11-M. ¿Busca el PP otro sorpasso semejante ? ¿Cree que con el discurso nacionalcatólico y patriotero pueden conseguir derrotar al Gobierno ? Si lo piensan es que no piensan, porque ambos acontecimientos son, como dijo Leopoldo Calvo Sotelo en memorable ocasión, distintos y distantes. Zapatero se puso a rebufo de una revuelta ciudadana de perfil ético que estalló en vísperas de las elecciones generales. Mientras ahora la oposición conservadora está dinamizando un vendaval antidemocrático a meses vista de la gran cita electoral. La única “genialidad” de este pretendido sorpasso involucionista es que junto al protagonismo de todos los líderes del PP sin distinción de matiz, en las manifestaciones populares se ha dejado su momento de gloria como teloneros a socialistas vascos de la cantera redondista -los Buesa, Rosa Díaz, Mora, Ezquerra y tutti quanti-. Y eso les da un cierto barniz transversal y algo de confusión, aunque muy fugaz y evanescente. Roma si paga traidores.
Se mire por donde se mire, las divergencias entre ambos supuestos son mayores que las coincidencias. El descalabro electoral del 14-M surgió por una rara reacción en cadena : el PP había perdido calle y era un apestado en el Parlamento en el momento más inconveniente. Y con semejante cuadro clínico delante cometió el error de cálculo de suponer que la mayoría absoluta de sus 184 escaños era un escudo inexpugnable. Por el contrario, la actual ofensiva contra Zapatero se inscribe en un contexto más manejable para el gobierno : la calle se le está alzando al PSOE pero nuevamente en el Congreso de los diputados nadie secunda la estrategia del PP. Aunque eso no garantiza nada. Aquí, cuando menos se espera salta la liebre y hasta el más listo emborrona. Estamos en un país donde todo es posible : que un grupo de guardias de tráfico de un golpe de Estado el 23-F y un puñado de quinquis de la droga, la masacre del 11-M.
¿Y entonces donde está la clave de ese misterio envuelto en un enigma que hace que el Partido Popular se arriesgue en transformarse en Movimiento Nacional ? La clave está en el fracaso de la transición. O si se quiere en su confirmación como experimento del continuismo franquista. Cuando los nuevos patriotas hablan de que el gobierno de Zapatero ha traspasado todas las líneas rojas, están reconociendo implícitamente su condición de guardianes de los Santos Lugares de aquel “atado y bien atado” con que se selló la dictadura. O sea, el carácter profundamente lampedusiano de la cosa transada. Más de lo mismo. Tres décadas de posfranquismo no han sido suficientes para crear una cultura democrática en la derecha española. Seguramente porque de eso se trataba. Cambiar algo para que todo siguiera, y si se traspasaban los límites propiciar otro alzamiento nacional por Dios, por la Patria y el Rey. Como está mandado.
Fuente: Rafael Cid