El Banco de España (BE) reconoce que el paro en 2010 es mucho peor socialmente que el registrado cuando en 1994 alcanzó su máximo histórico relativo. Las estadísticas constatan que 1,8 millones de parados, un 40% del total, pertenecen a hogares con todos sus miembros desempleados. Lo que supone el 8% de la población activa, una cifra similar al promedio del paro total en la Unión Monetaria Europea (UEM).

El Banco de España (BE) reconoce que el paro en 2010 es mucho peor socialmente que el registrado cuando en 1994 alcanzó su máximo histórico relativo. Las estadísticas constatan que 1,8 millones de parados, un 40% del total, pertenecen a hogares con todos sus miembros desempleados. Lo que supone el 8% de la población activa, una cifra similar al promedio del paro total en la Unión Monetaria Europea (UEM).

El último Boletín Económico del BE correspondiente al mes de noviembre ha desmontado una de las últimas trincheras del gobierno para maquillar la verdadera dimensión de la crisis. Según el informe que acaba de hacer público la entidad gobernada por Miguel Ángel Fernández Ordoñez, aunque aún no hemos llegado al 24,1 por ciento de paro del 94 (en términos absolutos hace tiempo que se superó), alcanzado bajo la presidencia de Felipe Gonzalez, el tipo de desempleo actual es mucho más dañino socialmente que el padecido entonces.

Este auténtico estado de alarma se debe a la debilidad de la familia actual como válvula de protección interpersonal y a la enorme cantidad de hogares que tienen ahora a todos sus componentes desempleados. Así, el Banco de España constata que a finales de 2010 el porcentaje de paro simultáneo entre miembros de las unidades familiares llegó al 40%, dos puntos por encima del registrado hace 16 años. Esto representa “aproximadamente un 8% de la población activa, una tasa de un orden de magnitud similar a la tasa de paro total de muchos países de la UEM”, asegura el documento de la institución.

Estos datos, a pesar de su contundencia, adquieren toda su crudeza en el contexto de la desestructuración sufrida en la última década por la familia convencional, “una fuerte red socioeconómica que permite a los hogares amortiguar las situaciones transitorias de desempleo”. Y ello debido a la emergencia de “un patrón diferente al observado en episodios anteriores, en parte por los cambios demográficos en relación con su estructura, pero también, porque el riesgo relativo de desempleo de determinados miembros del hogar ha cambiado”. Entre las nuevas pautas (“segunda transición demográfica”) que hacen la situación del paro sea peor hoy que la habida cuando trepó a máximos históricos, destacan “el retraso de la emancipación familiar, del primer matrimonio y de la paternidad ; el aumento del número de divorcios y de parejas sin hijos, y el incremento del número de personas que viven solas”. La modernización del modelo de familia clásica dinamizado por la movilidad social, el mayor nivel de vida y los cambios culturales, está resultando un hándicap para los hogares que sufren el azote del desempleo.

A falta de estudios oficiales que aborden la problemática, aparentemente la vulnerabilidad de la red familiar está detrás del aumento de casos relacionados con trastornos mentales y suicidios. Según estadísticas del 2009 recientemente divulgadas, el pasado año hubo un notable incremento de enfermedades mentales en personas que estaban sin trabajo o lo habían perdido debido a la crisis. Igualmente se ha constatado que el suicido es hoy la primera causa de muerte violenta en España. Y no siempre los afectados ponen fin a su vida de forma anónima, en la privacidad, como solía ocurrir antes. El ahorcamiento en un parque público de la localidad catalana de Hospitalet de un padre de familia al que iban a echar de la vivienda que ocupaba ilegalmente tras haber perdido el empleo y carecer de medios para pagar un alquiler, fue un suceso que conmovió a la opinión pública y sacó a la luz el lado más cruel de la plaga del paro. El informe del BE citado, sin hacer referencia a estos supuestos de morbilidad social, concluye que el número de parados afectados por situaciones simultáneas de desempleo en el hogar supera al de 1994.

En el análisis de estas cifras coexisten variables contrapuestas en lo concerniente al papel de mujeres y los inmigrantes. Porque si por un lado la masiva incorporación de la mujer al mundo del trabajo ha sido una de las constantes de los últimos años, ahora su mayor índice de “mortalidad laboral” compromete el rigor de las políticas de igualdad que dieron a Zapatero prestigio en el terreno de los derechos civiles durante su primer mandato. Por su parte, el flujo-reflujo de la mano de obra barata ligada a la inmigración, sobre todo en el vaivén boom-crac del sector inmobiliario, es otro de los factores a tener en cuenta para valorar el nuevo escenario. Hay que resaltar que, contrariamente a opiniones interesadas carentes del necesario rigor, los trabajadores inmigrantes han contribuido de manera sustancial a mejorar la caja de la seguridad social, ya que si bien muchos de ellos disfrutan de su correspondiente seguro de paro, son pocos los que traspasan el umbral de los 15 años de cotización mínima para tener derecho a jubilación, cuando han hecho sus aportaciones como el que más.
Con el desolador panorama que se deduce de lo hecho público por el Boletín Económico del Banco de España, intuyendo además que el paro se ceba en los hogares más humildes, que son los más deficitarios en formación y recursos ahorrados para coyunturas adversas, aún choca más que la aberrante política del gobierno socialista contra la crisis sólo sea creativa militarizando a los disidentes. Unas recetas envenenadas, facturadas por Bruselas como catarsis dum-dum, que implican desmontar el magro Estado de Bienestar existente, recortando derechos sociales y laborales para acudir al rescate del sector inmobiliario-financiero que ha provocado el peor paro de toda la historia de España. Después del engaño de las armas de destrucción masiva esta es la mayor estafa a la ciudadanía del siglo XXI.

Rafael Cid