Treinta aniversario del intento golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. De nuevo celebración institucional por todo lo alto. Los medios de comunicación, públicos y privados sin distinción, vuelven renuevan el mantra del patriotismo constitucional: el rey salvó la democracia; los políticos en la reserva dieron el tipo; los directores de los periódicos jugaron un papel fundamental para cortocircuitar el levantamiento; los generales amotinados eran un grupo de nostálgicos franquistas y Tejero un conspirador de opereta. Nada nuevo bajo el sol.

Año tras año desde
aquel no frustrado pronunciamiento militar repiten idéntica tabarra.
Tres décadas, dos nuevas generaciones, permiten suponer que esa
verdad oficial terminara siendo simplemente la verdad para cuantos no
conocieron los hechos de primera mano. Pero la verdad es la verdad la
diga Agamenón o su porquero. Y si miramos alrededor, en la tabla
redonda de complicidades que se ha forjado en torno al 23-F en todos

Año tras año desde
aquel no frustrado pronunciamiento militar repiten idéntica tabarra.
Tres décadas, dos nuevas generaciones, permiten suponer que esa
verdad oficial terminara siendo simplemente la verdad para cuantos no
conocieron los hechos de primera mano. Pero la verdad es la verdad la
diga Agamenón o su porquero. Y si miramos alrededor, en la tabla
redonda de complicidades que se ha forjado en torno al 23-F en todos
estos años mentidos, no vemos ningún Agamenón y muchos menos un
Rey Arturo.

Pero, qué indecencia,
qué vergüenza (que a nadie avergüenza ya) de toneladas de papel,
entrevistas, testimonios, análisis y crónicas para sepultar unos
hechos tachados por la censura. Unos sucesos en el secreto del
sumario que año tras año nos recuerdan desde la óptica de sus
cancerberos. Una falsa construcción de lo acontecido la noche de los
tricornios para suplantar la realidad de lo ocurrido. Porque, ¡cómo
coño vamos a saber la verdad del 23-F si toda la documentación del
golpe sigue siendo secreto de Estado y ni siquiera han salido a luz
las conversaciones telefónicas de la trama!

Lo que nos cuentan es lo
que narran, en primer tiempo de saludo, muchos implicados y bastantes
espabilados. Empezando por el rey, al que sus más directos vasallos
dieron sin él preverlo un golpe de Estado que no pretendía
derrocarle, y tenemos que creerlo. ¡Bendita ignorancia! No es
extraño que cuando se conmemora la efeméride la prensa no tenga más
que agradecimiento para tan supina ignorancia y le recompense con
los titulares de ordenanza. “El rey lloró al oír las escuchas
sobre su extutor”, decía El País el domingo 20 de febrero al
recoger el relato en exclusiva de Francisco Laína, el entonces
director general de la Seguridad del Estado. Mientras el diario El
Mundo, adversario y sin embargo amigo en los menesteres de la corte,
dejaba su versallesca impronta días antes aprovechando que el
Pisuerga pasaba por el Magreb: “Bahréin reprime a los
manifestantes que piden un Rey como Juan Carlos”, tituló en
primera para lujuria del periodismo de investigación.

Y sin embargo, lo único
no interpretable, lo que vimos y oímos en esa noche, no sigue la
lógica que nos llevan vendiendo desde hace 30 años. Con nuestros
propios ojos:

  • Vimos un golpe de Estado
    ejecutado por un destacamento de la Agrupación de Tráfico de la
    Guardia Civil al mando del teniente coronel Antonio Tejero.
  • Vimos a la inmensa
    mayoría de los representantes del pueblo mordiendo moqueta bajo los
    pupitres del Congreso.
  • Vimos al preceptor del
    rey, el general Alfonso Armada, llegar a la Cámara para tomar las
    riendas del golpe.
  • Vimos a mandos del CESID
    (servicios secretos) junto a Tejero al frente del asalto al
    Congreso.
  • Vimos al general más
    monárquico del ejército Milans del Bosch sacar los tanques y
    decretar el estado de excepción en Valencia.
  • Vimos a las tropas
    ocupar la sede central de RTVE en Prado del Rey en Madrid.
  • Vimos al rey Juan Carlos
    mudo durante horas hasta que en la madrugada del 24 de febrero
    apareció en las pantallas de televisión vestido de militar llamando
    al orden.
  • Vimos al embajador de
    Estados Unidos proclamar su indiferencia por tratarse de “un asunto
    interno”.
  • Vimos al jefe del Estado
    nombrado por Franco –y de las Fuerzas Armadas- rectificar ante
    Milans y decirle “ahora, Jaime, ya no puedo echarme atrás”.
  • Y vimos un proceso
    militar que ignoró la responsabilidad de la trama civil que apoyó y
    financió durante años el golpe.

Todo lo demás son
habladurías, melonadas y armas de manipulación masiva. Mientras no
hablen con luz y taquígrafos los archivos secretos del 23-F que
ningún gobierno, ni de derecha ni de izquierda, ha desclasificado.
El propio Tejero lo dijo a preguntas del fiscal en el Consejo de
Guerra: <…Lo que yo quisiera es que alguien me explique lo del
23-F…porque yo no lo entiendo>.

¿Por qué no se conocen
las pruebas del 23-F?

¿Quién tiene miedo a
que el pueblo sepa la verdad, toda la verdad y nada más que la
verdad?

La
inmunidad que la Constitución otorga al rey no debe ser un gratis
total. A riesgo de pensar que, como Bono ante el tirano Obiang, entre
monarca y los sublevados era mucho más lo que les unía que los que
les separaba.

Rafael Cid