Desde Wittgenstein y Saussure sabemos que el lenguaje conforma el mundo como representación y que no sirve para transmitir los pensamientos del hombre sino el exactamente al revés, lo que piensan las personas está condicionado por su idioma. Por eso ya resulta un clásico que la primera víctima en una guerra es la verdad. Y en esta crisis, primero negada y después sobreactuada unilateralmente, el nominalismo rampante ha hecho su oportuna aparición estelar para contarnos cómo paso. Para vendernos la moto. Por el morro.
¿No sabían que venía una crisis ?
Esa es la primera en la frente del nuevo paradigma que pretender colocarnos. Y supongamos que es cierto, que no lo sabían. Como dicen las generales de la ley, el desconocimiento de las normas no exime de su cumplimiento. Quien la hace la paga. O sea, el mínimum democrático exigible es que si un gobernante crea un perjuicio social tan pavoroso como la crisis actual, por desconocimiento, incompetencia o negligencia, in vigilando o in actuando, debe irse a casita. Por vergüenza torera o por las bravas, si existe una mínima cultura democrática. Como en la liliputiense Islandia. No en España, una, grande y rancia, que desde la transición para acá ni la huele. Aquellos vientos trajeron estos lodos y los que le cuelgan.
Pero el tema es que si lo sabían. Y lejos de hacerse los corderos deben afrontar su condición verdadera : la de victimarios. ¡Fuera caretas ! Lo que pasa es que la simbiosis gobierno-capital impide que sea real la realidad. Las cosas ocurren cuando apetecen a los intereses que rigen la vida política convencional. El tándem marca la agenda. No cuando suceden. Nulla estética sine ética. Un simple aficionado podría citar un montón de libros y estudios que previeron con todo lujo de detalles lo que se veía venir. Por ejemplo, Robert Brenner y Jorge Beinstein, en sendos y documentados textos, escritos tras el derrumbe de los “tigres asiáticos” en 1989. Citemos, para más inri, un párrafo del segundo autor :”La interacción perversa de tres fenómenos, desaceleración del crecimiento económico, crecimiento del endeudamiento público y financierización empresarial, generó un monstruo que creció sin cesar hasta convertirse en hipertrofia financiera alimentada por tasas de interés relativamente altas que desaceleraban la inversión y las demandas. Esos negocios atraparon también a familias y pequeños ahorradores que se incorporaban así de forma directa o indirecta, principalmente en los EE.UU, a la euforia de la élites” (La larga crisis de la economía global, 1999, 160).
Cree el ladrón que todo son de su condición. Y mira por dónde, resulta que los bribones de la bicefalia que nos domina dejaron huella de su delito (porque una crisis provocada por los ricos del sistema y transferida sobre las espaldas pobres y sus descendientes es un crimen social). Allá en el 2006, antes de que los idus de las elecciones de marzo convirtieran el ruedo ibérico en un mentidero-basura para no dañar la imagen feliz de “la gran fiesta de la democracia”, el Banco Santander, de Botín, primero, y el Bilbao Vizcaya, de González, después, sacaron a la venta todo su patrimonio inmobiliario, para ponerse en situación de liquidez por lo que pudiera pasar. Lo sabían, pero necesitaban tiempo y complicidad para que otros pagaran la factura y sus efectos colaterales.¡ Qué maravilla aquel programa de la Tele pública, Informe Semanal, dedicado íntegramente a que los grandes de la banca a que nos contarán que eran un dechado de virtudes y que teníamos el mejor sistema financiero del mundo !. Y ahora, a la vuelta de la esquina, acuden al rescate del dinero público como zánganos al panal y hasta se habla ya de quiebras, “corralitos”, fusiones y opas-trampa entre entidades para no tener que sacar a la luz sus pufos en los balances.
El mito de la desregulación
Esta es la segunda trinchera con la que nos quieren vender la moto para que sigamos resignándonos a la condición de paganinis. Dicen reconocer que la cosa se vino abajo por el pecado mortal de la desregulación de los mercados financieros y de sus prácticas de ruleta rusa. Para, acto seguido, proponer como propósito de enmienda una nueva etapa de más control (regulación). Y a eso, que en sustancia es privatizar los beneficios y colectivizar las pérdidas, lo llaman (otra vez el fecundo nominalismo) nacionalización y estatalización. Pero es falso de toda falsedad. La crisis nació, creció y estallo precisamente porque hubo una férrea regulación de parte, unilateral y compinche. Porque desde el Estado (que siempre han sido ellos desde Luis XIV) se aprobaron disposiciones laxas que permitían esas actuaciones. La trampa es llamar a eso regulación, para así justificar la vuelta al control por el Estado del que nunca se han apeado. Esa es la fechoría en lo que la participa cierta izquierda autoritaria que percibe la refundación del Capital por el Estado como un atajo sobrevenido al socialismo de Estado. Pero lo cierto es que si este consenso entre bribones y nostálgicos se consuma en una especie de “cosa nostra” tendremos el más difícil todavía de la vuelta las andadas. Los mismos perros con los mismos collares. Los mismos pirómanos que con su latrocinio fomentaron la crisis serán los llamados a sofocarla, aplicando las mismas recetas y, eso sí, con el beneplácito de los agentes sociales. Buen ejemplo para la posteridad.
Se premia el delito y se corona al delincuente.
Porque lo del mercado libre, el laissez-faire laissez-passer es una mandanga. Ni está ni se le espera. Fue un desideratum en la economía clásica, cuando Adam Smith y demás pioneros de la ciencia lúgubre, identificaron unas reglas del juego decorosas como medio de avance frente a los restos del sistema feudal-mercantil. A partir de ahí, todo fueron palabras, buenas intenciones y supersticiones. No es posible hacer un paréntesis en la economía de libre mercado porque sencillamente no existe, es una falacia. Lo que denomina en la economía real del siglo XXI, neoliberal y megafinanciera, es el oligopolio, la competencia imperfecta y abusiva, el reparto de la tarta entre los más grandes, que tienen la sartén por el mango y el mango también. De ahí el peligro de creer que las lanzas de los tiburones económicos se pueden convertir en cañas por un simple acto de contrición. En este sentido es ilustrativo recordar las palabras del profesor Michel Perelman reflexionando sobre las alternativas barajadas ante el crac del 29 : “El capitalismo del bienestar tenía la capacidad de transformarse en fascismo sin demasiada dificultad. Ya contenía un alto grado de nacionalismo y de racismo. Estaba más que dispuesto a ceder más poder al Estado, siempre que este actuara en interés de los capitalistas del bienestar” (El fin de la economía, 1.997, 180).
Por eso, el Keynes desarrollista que añoran algunos ya no sirve para esta crisis, está descatalogado por insostenible. Salvo que deseen perpetrar una experiencia de keynesianismo militar, como hizo Hitler en los años treinta o Bush tras el extraño 11-S con la invasión de Irak. Cualquier salida cierta de la crisis sistémica actual pasa por salirse del sistema. Por sistema.
Fuente: Rafael Cid