La situación política en que nos encontramos es una perfecta encerrona. El giro ultra de los gobiernos de la Unión Europea, el acoso a las tímidas reformas de Obama en EEUU tras la embestida del Tea Party y la descarada capitulación de la socialdemocracia continental ante las posiciones más virulentas del neoliberalismo, parecen abocarnos a una situación sin salida.
Pero el concepto “sin salida” no existe en el vocabulario civilizatorio, por más que Margaret Thatcher pretendiera imponer esa disciplina con su famoso “no hay alternativa”, referido a la inevitabilidad de las recetas que dictaban los mercados contra el modelo de Estado de Bienestar.
Pero para esbozar coherentemente la calidad de esa salida, primero es preciso analizar bien todo el complejo puzle que nos tiene enredados. La situación real podría definirse así : los mercados mandan, los Estados obedecen. Y es una ofensiva general, a pesar de lo que pudiera parecer por la relativa autonomía con que los diferentes países están enfrentando la crisis. Un margen de maniobra que, bien mirado, lo único que hace es reafirmar el poder de convocatoria de esos nuevos agentes soberanos (gran banca, multinacionales, etc.) que, sin salirse del guión trazado a escala global, adoptan medidas ad hoc según sus intereses estratégicos concretos, posicionamiento y relación de fuerzas en cada país.
En realidad se trata de un paradigma que encierra una aparenta paradoja. El planteamiento neokeynesiano aplicado por Washington ante la crisis es diferente, aunque no contradictorio, de las políticas anti-cíclicas esgrimidas por las naciones europeas y el BCE, que han aprovechado la coyuntura para impulsar la “revolución liberal” que años atrás propalaron Thatcher y Reagan a nivel local. La única diferencia es una cierta ucronía en su implementación. Hubo una primera fase, representada por la “tercera vía” de Tony Blair en Gran Bretaña y por José María Aznar en España, que pretendía una alianza teleológica y multilateral con la Norteamérica de George Bush a través de la colaboración en la ocupación y saqueo militar de Irak. Episodio frustrado en parte en Europa debido a las respuestas adversas recibidas de sus respectivas opiniones públicas, que en nuestro caso originó incluso un brusco cambio de gobierno y en teoría (sólo a primera vista) también de régimen.
No obstante, al efecto llamada de la crisis financiera y con cierto gap de acoplamiento, la Unión Europea, que se pretendía ante los pueblos en ella representados como una alternativa al burdo esquema imperial estadounidense, ha terminado plegándose a los superiores intereses de los mercados que antes evitó. El seguidismo de la UE en la igualmente desproporcionada y brutal guerra de Afganistán y la fervorosa e implacable aplicación de la lógica neoliberal por parte de los gobiernos socialdemócratas de España, Grecia y Portugal, demuestran la consolidación de un pensamiento único conservador económico-productivo, pero no sólo eso como ha puesto de manifiesto el vuelco electoral en Suecia a favor de la derecha intolerante. El viraje xenófobo iniciado por el presidente francés Nicolás Sarkozy con las deportaciones de gitanos a Rumania desautorizando clamorosamente a la comisaria europea de Justicia, Viviane Reding, secundado con entusiasmo por Rodríguez Zapatero primero y más tarde por Ángela Merkel, que ha reconocido como un pecado original “el fracaso del multiculturalismo” alemán, revelan que estamos ante una ofensiva cultural de amplio espectro, que es la dimensión de conciencia batida que históricamente han promovido todos los totalitarismo para lograr la servidumbre voluntaria de las mayorías silenciosas.
Visto en perspectiva, el flujo-reflujo europeo, ni contigo ni sin ti, fue más virtual-coyuntural que real. Se contrajo mientras duró la última fase constituyente que generó el Tratado de Lisboa y la problemática hostil creada por los reveses de los referendos en Francia y Holanda, pero neutralizado el desencuentro con el apaño de la rectificación irlandesa, las aguas volvieron a su cauce al apoyar la UE la cosmovisión de la Casa Blanca con el efecto placebo que representó la llegada de la administración demócrata. Aunque metafóricamente, la presencia ambidiestra de Durao Barroso en la trama, primero como anfitrión en la cumbre de la Azores y más tarde como presidente de la Comisión Europea, ejemplifica la sincronización del proceso euro-atlántico. La última prueba de este nuevo fantasma integrista que recorre la vieja Europa está en el acoso del Pentágono y la denegación del permiso de residencia y de trabajo en Suecia a Julián Assagne, responsable del portal Wikileaks, la web pacifista que ha filtrado miles de documentos secretos sobre la guerra sucia en Irak.
Por eso, el planteamiento que se hacen honestos ciudadanos sobre la oportunidad de si al criticar al gobierno socialista, incluso al enfrentarle y combatirle con huelgas y movilizaciones, no se estaría haciendo el juego a la derecha y favoreciendo su llegada al poder, carece de todo significado más allá de la retórica procedimental de quienes emplean el “y tú más” para negar sus propias bribonadas. Hoy la derecha que hace pupa, la que está imponiendo la mayor involución laboral y social nunca vista, es la que se hospeda en La Moncloa, y será principalmente a esa derecha fáctica a la que habrá que pedir responsabilidades cuando la derecha-caverna, nominal y de carné, alcance el gobierno. Al abdicar de sus principios socialdemócratas ante la presión de los mercados utilizando el aparato del Estado para el giro reaccionario, el PSOE ha tendido una alfombra roja para que la oposición logre una victoria aplastante en las próximas elecciones. Una sociedad desconcertada y acobardada, sin referentes institucionales en que ampararse, más allá de la medrosa respuesta de los sindicatos oficiales, y alienada en el pragmatismo más insolidario por la golosina tóxica de los medios de comunicación, termina echándose en los brazos de aquellos que le ofrecen la seguridad de ser el original y no la copia.
Estamos sin duda en una situación de emergencia democrática y la salida que se arbitre debe ser de urgencia y democrática, como la que inspiró al escritor Ignacio Silone, fundador del Partido Comunista Italiano, cuando rompió para siempre con el estalinismo. Y la única salida estable, nuestro “adiós a todo eso” radical y persistente, tiene que hacerse sobre valores radicalmente solidarios y transformadores. Hay que reinventar la democracia como auténtico gobierno del pueblo, refutando como dictadura totalitaria con pretendido rostro humano ese gobierno de los mercados instalados en el bulímico consumo que compromete la dignidad de las personas y la sostenibilidad del planeta. Para impedir que nos devuelvan al siglo XIX con la opulencia material del siglo XXI.
La gente debe saber a qué grado de peligrosidad social ha llevado una fórmula política que bajo el falso nombre de democracia encubría como mucho una demoscopia basada en dejar en manos de élites oligárquicas escasamente representativas los asuntos públicos y la gestión del interés general. Con sólo un 8% de afiliación sindical y apenas un 51% de la población contra la reforma de las pensiones, Francia va por la enésima huelga general y movilizaciones continuas donde España, con el 18% de afiliación y un 71% de apoyo ciudadano en los sondeos, sólo tiene en su haber una moderada huelga general y mucha resignación. Importa la cantidad, pero decide la calidad y el apoyo mutuo. Dignidad y lucha.
Rafael Cid