En un mundo mejor es el título de una película que recomiendo sin rubor, donde se narra en buen lenguaje cinematográfico los trágicos efectos de la violencia en el mundo, tanto da si se trata del rico primer mundo como del tercero y mísero, de jóvenes como de ancianos, la violencia simbólica, institucional, subliminal o armada es la excusa del poder para tenernos dominados, explotados y amordazados a su carro de intereses.

Viene esto a
cuento del reciente atentado ocurrido en una de las plazas más
transitadas de Marraquech, con un saldo de muertos y heridos que
recuerda de lejos a nuestro 11-M. Siempre dijimos que la fuerza
imparable de las revoluciones populares en Túnez y Egipto radicaba
en su carácter pacífico y democrático.

Viene esto a
cuento del reciente atentado ocurrido en una de las plazas más
transitadas de Marraquech, con un saldo de muertos y heridos que
recuerda de lejos a nuestro 11-M. Siempre dijimos que la fuerza
imparable de las revoluciones populares en Túnez y Egipto radicaba
en su carácter pacífico y democrático. Pacífico y democrático
por parte del pueblo, porque a medida que la censura corre su velo va
aumentando la cifra de asesinados en la represión –en un principio
silenciada por los medios- que desataron aquellos gobiernos para
aniquilarlas.

También
dijimos que la introducción de la violencia armada en Libia contra
Gadafi, aunque fuera fuego amigo de la OTAN y la ONU en tándem,
podía ser el principio del fin en el imaginario colectivo porque
devolvía al Poder con mayúscula (vulgo razón de Estado) la
solución de los conflictos, y alejaba de la voluntad ciudadana la
acción directa para sellar la ruptura con las dictaduras y déspotas.
Esa interpretación vale lo mismo, sólo que a la inversa, al ver la
pasividad de la ONU con el terrorismo de Estado que está practicando
el régimen sirio.

Y ahora
entra en escena una mano negra en el feudo-enclave de Mohamed VI,
aliado privilegiado de occidente y cuyo trono estaba siendo acosado
por una vitalísima sociedad civil incompatible con corrompidas
teocracias medievales, aunque sus líderes hayan estudiado en los
mejores colegios de Suiza. Ojo al atentado de Marruecos, huele mal, y
sin duda intentarán utilizarlo para desactivar la democrática
marcha verde que protagoniza el mundo árabe y que anunciaba nueva
parada en el palacio de Rabat. La estrategia de la tensión (esa
vieja dama indigna que tan bien conocimos en la transición) y la
violencia indiscriminada en la era de la comunicación global suele
ser el último recurso de los Estados canallas, sea quien fuera la
mano que la practique. El atentado de Marraquech lleva firma: la de
los que buscan tumbar las revueltas democráticas árabes. Por
cierto, por si alguien no lo sabe, la Goma Dos no se vende en las
panaderías.

Rafael Cid