En los inicios de la inacabable transición, ese “tahur del Mississipi”, (como le calificó el inefable zascandil Alfonso Guerra) que era Adolfo Suárez acuño dos frases de fortuna. “Puedo prometer y prometo”, como oferta-talismán a una ciudadanía que no terminaba de comprender cómo el secretario general del siniestro Movimiento Nacional y los cuarenta ladrones (el partido único de la dictadura) les convocaba a las urnas como carismático líder democrático, y “la madrastra”, calificativo de referencias casi freudianas para una banca avara en financiarle la aventura del Centro Democrático y Social (CDS).

En los inicios de la inacabable transición, ese “tahur del Mississipi”, (como le calificó el inefable zascandil Alfonso Guerra) que era Adolfo Suárez acuño dos frases de fortuna. “Puedo prometer y prometo”, como oferta-talismán a una ciudadanía que no terminaba de comprender cómo el secretario general del siniestro Movimiento Nacional y los cuarenta ladrones (el partido único de la dictadura) les convocaba a las urnas como carismático líder democrático, y “la madrastra”, calificativo de referencias casi freudianas para una banca avara en financiarle la aventura del Centro Democrático y Social (CDS).

Con esas burdas alforjas se trasquilaba al personal en una época en que los gurús electorales, los sociólogos de plantilla y demás cantamañanas adictos a fabricar expectativas en base a encuestas y sondeos del tres al cuarto eran tan escasos como la propia legitimidad de aquel proceso político.

Treinta años después, las cosas no son tan diferentes. Ha cambiado el atrezzo y los protagonistas, pero las “morcillas ideológicas” que se venden en el mercado político siguen siendo infectas. En un descarado intento de movilizar a los desencantados que han roto amarras tras el fallido “no nos falles”, el aparato del PSOE se ha sacado de la manga un kit muy mono que asimila como basura política a los abstencionistas asegurando que “no votar en no creer en tus ideas”. No es como la historia de la niña que Rajoy coló como colofón de su deposición televisiva, pero casi tiene la misma connotación de ofensa a la inteligencia ajena. Es un recortable para aquellos que, según los chicos de Ferraz, han decidido suicidarse políticamente abortando su propio ideario.

Y claro, entre las ocurrencias del Duque de Cebreros y las melonadas de los brujos del marketing zapaterista, lo que se pone de manifiesto es el carácter chusco y fantoche de un proceso pretendidamente democrático que pivota sobre la no declarada pero obvia intención de momificar al vivaz cuerpo electoral como cuerpo presente. O sea, ofrecer a la ciudadanía una vida de tercera bajo la golosina de un entierro de primera. Nuestra clase política ha creído siempre, como los fisiócratas de primera hornada, que la oferta crea la demanda y por eso pueden prometer y prometen no fallar, otra cosa es cumplir la palabra dada. Porque el sistema se basa en la eterna picaresca del ande yo caliente y ríase la gente.

Hay algo de SOS caricaturizado en ese kit antiabstencionistas manufacturado por los socialistas casi en tiempo de descuento electoral, una ocurrencia reveladora del fracaso que a la postre ha supuesto no poder fidelizar a ese contingente de la izquierda innominada que les aupó al poder en el 2004 al sumase en bloque contra la embestida de la derecha. A pesar de unas rebanadas de mejoras sociales aprobadas en la primera mitad de la legislatura, un Zapatero falto de tiempo y de voluntad política terminó resignándose a la lógica del poder y el statu quo dilapidando con ello un capital ciudadano que, aunque sobrevenido, secretamente ambicionaba constituirse en hegemonía civil. Y todo a costa de provocar el efecto bumerang del levantamiento de una reacción tan montaraz y agresiva que prueba el profundo fracaso de la modernización que se presumía con la transición democrática.

Pero al margen de esos juegos malabares tan elocuentes sobre la creciente cretinización de lo políticamente correcto, que con ser graves son previsibles en la sociedad del des-conocimiento que nos invade, lo peor está en la agenda oculta que se utiliza como hoja de ruta para trepar al poder. Todos hemos visto en el debate-culebrón que Rajoy y Zapatero mayormente hablaban del pasado. El futuro presente casi no existía. Salvo en asuntos de seguridad y orden público, en lo que mutatis mutandis ambos competían (más policías, más y mayores penas, numerus clausus en inmigración, palo a los radicales, etc), ni uno ni otro anticipaba medidas de calado para la próxima legislatura. Porque en el formato del debate estaba pactado todo y muy especialmente lo referente al programa-diana. Otra vez, todo atado y bien atado.

Una agenda oculta que si saliera a la superficie descubriría la impostura de la cosa esa que denominaron debate. ¿Se va a seguir financiando a la Iglesia con el dinero de todos ? ¿Continuará España traicionando al pueblo saharahui y armando al ejército marroquí ?

¿Se perseguirá a los ministros de Defensa y altos mandos del CNI y Ejército que facilitaron los vuelos de la CIA sobre nuestro espacio aéreo ? ¿Volveremos a integrar misiones de paz en países en conflicto con contingentes militares al servicio de los intereses estratégicos de Estados Unidos ? ¿Se abaratará el despido ? ¿Nos pueden asegurar que PP y PSOE no pactaran tras las elecciones un gobierno de “salvación nacional” como hicieron en Navarra ? ¿Se repercutirá la crisis de las hipotecas de la banca casino sobre el bolsillo de los ciudadanos ? ¿Habrá una decidida actuación de los poderes públicos contra una corrupción urbanística que ha llenado las arcas de empresarios sin escrúpulos y los bolsillos de dirigentes políticos ? ¿Se frenará la privatización de la sanidad ? ¿Se investigarán las presiones recibidas por el Tribunal Constitucional para librar de la cárcel a Los Albertos, caiga quien caiga, o todo quedará en una piadosa reprimenda del Fiscal general ? ¿Seguirá yendo la guarda civil a las casas de las abortistas para abrir una nueva causa general del infanticidio ficción ? ¿Denunciarán esa inquisitorial Ley de Partidos a cuyo reclamo se van a celebrar unas elecciones generales estando vigente un estado de excepción que impide en la práctica expresar su kit de ideas a una parte significativa de la sociedad civil vasca ?

Esas y otras muchas son las preguntas que ni PP ni PSOE quieren responder, el iceberg de sus respectivas agendas ocultas que se revelara con toda contundencia al día siguiente de las elecciones, cuando ya cada muchuelo haya volado a su olivo, y aquí paz y después gloria. Como esa promesa de listas abiertas que aparecía en el programa electoral del PSOE votado hace cuatro años. Nuestros líderes se han convertido en auténticos dráculas de la política, que conspiran en la oscuridad, sin luz ni taquígrafos. Por eso cargan las baterías contra esa famélica legión de los abstencionistas activos y responsables, a quienes siquiera conmueve el “imperativo legal” antaño usado por el soberanismo vasco. Son su mal de ojo, los antisistema, desechos de tienta, y hay que gasearlos mediáticamente. Aunque al hacerlo olviden sus propios y bastardos orígenes, cuando la izquierda canapé llamaba a la abstención ante la reforma trágala del 76 y la derecha cavernaria abjuraba de una constitución atea y rompepatrias. Como advierte el kit del no votante, una cosa es no creer en tus ideas y no votar, pero mucho peor es fiarse de las ideas ajenas y acudir a las urnas con la nariz tapada.

Cuanto más me veo sometido al fuego amigo de elegir entre las virtudes cardinales de la obediencia debida y la mano invisible más quiero a mi perro.


Fuente: Rafael CId