Hablar de uno mismo, aunque sea en el orden de las ideas, siempre es una horterada. Pero guión obliga. Porque las múltiples crisis (políticas, económicas, financieras, sociales, éticas y medioambientales) que gravitan sobre el sistema están demostrando lo acertada de la histórica aversión del anarquismo al Estado.

Ha
bastado una situación de emergencia generalizada para que el
artefacto Estado, tan bendecido por conservadores y radicales, rojos
y azules, haya mostrado su bruñida calavera: como imagen
filantrópica para la gente en tiempos de normalidad y como espadón
de los poderosos para el control social en momentos de excepción. El
Estado Leviatán de Hobbes puesto al día al servicio del dinero.


Ha
bastado una situación de emergencia generalizada para que el
artefacto Estado, tan bendecido por conservadores y radicales, rojos
y azules, haya mostrado su bruñida calavera: como imagen
filantrópica para la gente en tiempos de normalidad y como espadón
de los poderosos para el control social en momentos de excepción. El
Estado Leviatán de Hobbes puesto al día al servicio del dinero.

En este
sentido, el rescate de Portugal por un gobierno en funciones resulta
paradigmático. De nada ha servido la voluntad general expresada
mayoritariamente en el parlamento votando “no” a las
contrarreformas propuestas por el ejecutivo socialista. Disueltas las
cámaras y convocadas nuevas elecciones, con la rotunda falta de
legitimidad que otorga ser el presidente del gobierno saliente, José
Sócrates ha aprovechado el vacío democrático para solicitar en
nombre del pueblo portugués el rescate a Bruselas, sin importarle
que ese pueblo le acababa de decir “no” en el parlamento y le
había refutado multitudinariamente en la calle por patrocinar la
brutal purga exigida por los mercados. Y como la acción unilateral
del mandatario socialista tiene todos los visos de un “autogolpe de
Estado”, y su encaje en la normativa comunitaria se antoja espurio,
los gurús del ECOFIN han pontificado que se trata de un acuerdo con
el Estado portugués y no con su gobierno.

Desde que la
moneda única empezó a rodar entre los países de la Unión Europea,
nunca se había dado un ejemplo más canalla de lo que significa la
pérdida de soberanía de una nación. El pueblo no cuenta. Su
parlamento tampoco. Son organismos internacionales off shore, no
votados por los ciudadanos de los países afectados, los que pueden
decidir sobre su futuro en una versión sui generis de la injerencia
humanitaria. Un vuelco espectacular en el principio de subsidiaridad
que nos revela una UE sometida al capricho de una nomenklatura
enfeudada a los intereses de las grandes finanzas. Algo sabíamos de
esa deriva desde el momento en que los referendos negativos sobre la
Constitución alcanzados en Holanda y Francia fueron abortados
mediante maniobras de ingeniería jurídica de nula entidad
democrática.

Y han sido
los grandes bancos, los mismos que están en el origen de la crisis
que asola a medio mundo, los que han actuado de verdugos del pueblo
portugués para justificar el rescate. Esos financieros que durante
estos años de crisis han hecho su agosto recibiendo dinero barato
del Banco Central Europeo (BCE) para ofrecérselo al Estado luso a
mayor precio (el BCE no puede financiar directamente a los Estados)
son los “brutos” de nuestra tragedia. Al negarse a seguir
asumiendo deuda soberana con la excusa de que los altos tipos de
interés alcanzados problematizaban su cobro futuro, han entregado a
Portugal a los inquisidores. Con lo que ahora, aprobado el rescate
por Bruselas con el dinero de todos los ciudadanos europeos, esos
mismos bancos usureros y cleptómanos tendrán garantizada su
cartera. Todo porque, como Luis XIV, el Estado son ellos.

Una imagen
que a los españoles no debe sorprendernos, acostumbrados como
estamos a ver al gobierno socialista correr a recibir órdenes de la
plana mayor del empresariado y aceptar consejos políticos de Emilio
Botín, el presidente del Banco Santander, en lo que
iconográficamente la opinión pública admite como un gobierno
bicéfalo PSOE-BSCH.

Pero el
Estado tiene arreglo. Basta con ignorarlo sometiéndole al mandato
del pueblo soberano. Como han hecho en Egipto y Túnez sus
respectivas ciudadanías, sin esperar a recibir órdenes de las
autoridades, autogestionando la realidad y dejándose de gaitas,
predicadores y salvadores patrios. Siguiendo el ejemplo pionero del
admirable pueblo islandés que ha dicho “no” en dos ocasiones
seguidas a las pretensiones de sus políticos para que se prorratee
entre la gente la deuda contraída por su banca privada, haciendo
cierto eso de que “la crisis la paguen los capitalistas” que aquí
coreamos sin sustancia. Metiendo en la cárcel a sus responsables y
reclamando una nueva constitución que evite el latrocinio del pueblo
por el Estado. Ojo, mientras en Grecia e Irlanda, los rescates
impuestos no han saneado la economía, la fórmula islandesa de
“quien la hace la paga” ha hecho que el país crezca ya al 3%.

Un ejemplo a
seguir, sobre todo en España, el único país de la Unión Europea
que tiene un índice de paro superior al 20 por ciento de la
población activa. Donde los banqueros se atreven a ignorar olímpica
e impunemente condenas de cárcel e inhabilitación dictadas por el
más alto tribunal de la nación porque saben que el Estado les
pertenece y el gobierno proveerá el indulto de los grandes corruptos
para que la crisis la paguen las víctimas.

Rafael Cid