El 12 de diciembre pasado, Comisiones Obreras y UGT protagonizaron en Madrid una curiosa manifestación para reclamar una salida progresista del conflicto económico desatado por el capital financiero. “Que no se aprovechen de la crisis y “por el diálogo social” eran dos de los eslóganes de la protesta, que no contó con la adhesión de otros sindicatos ni movimientos sociales porque el formato de la marcha implicaba un apoyo indirecto al gobierno.
Sólo un mes y medio después, los hechos han venido dar la razón a los refractarios. En el fondo, la movilización liderada por CC.OO y UGT estaba sirviendo a los intereses estratégicos del PSOE para mantenerse en el poder a cualquier precio. Y salvo que ahora CC.OO y UGT rectifiquen radicalmente, o el empuje de sus bases – que no de sus liberados- les obligue a cambiar de postura, convocando una protesta general con el resto de los colectivos para echar abajo el “pensionazo”, varias generaciones de ciudadanos españoles sabrán que el mundo peor que les espera se debe a su negligencia o a su complicidad.
Porque tras años de subvenciones del Gobierno a las centrales sindicales mayoritarias, Zapatero acaba de anunciar en el Comité Federal, donde ha defendido sin oposición el “pensionazo” (quien se mueve no sale en la foto : 248 miembros lo componen)), que piensa promover cambios legales para reforzar institucionalmente a los sindicatos. El Gobierno de un partido que se dice socialista y obrero y sus representantes en el Parlamento, los autores del guión del “pensionazo” para los demás, porque ellos se jubilan por ley con el 100 por 100 del sueldo con sólo 11 años de cotización. Zapatero ha hecho con el CC.OO y UGT lo mismo que hizo con el Estatut en su día. Cortejó a Maragall y luego pacto con su adversario Arthur Más. Ahora ha estado un tiempo de colega con Fernández Toxo y Cándido Méndez, y a la hora de la verdad ha buscado acuerdos bajo cuerda con CiU y el PP para una de las mayores contrarreformas laborales desde la transición : el “pensionazo” y esos 50.000 millones euros a recortar del gasto público en los tres próximos años.
La crisis económica está derivando hacia una refundación de un capitalismo aún más desalmado. Porque los ciudadanos, trabajadores y movimientos sociales no fuimos capaces de articular una respuesta adecuada. Ni en la ideas ni en la lucha. A pesar de que el rescate de la mafia financiera causante de la crisis se hace a costa de nuestro dinero, pasado, presente y futuro. Ni siquiera eso conseguimos. Hacer entender a la gente que se trataba de un robo a plena luz del día y en su propio nombre. No se tuvo conciencia de lo que la situación entrañaba. Y sin la presión de la calle, los gobiernos siguieron en su turbio oficio de tinieblas. Nominalmente eran representantes nuestros, en realidad estaban al servicio de ellos. Otra vez, las víctimas pidiendo perdón a sus verdugos, como en la transición política.
Por eso ahora asistimos al segundo acto de un expolio anunciado. Caretas fuera, al fin y al cabo el mastín social no es tan fiero como lo pintaban, Zapatero se ha permitido anunciar la guillotina en la cumbre de Davos : una contrarreforma del sistema de pensiones que hará retroceder lo poco que aún queda de Estado de Bienestar hasta el fondo pozo de los deseos. Delante de los amos del planeta y de su amiga Ana Patricia Botín, presidenta de Banesto, y con la bilis que enseñorean los que pugnan por entrar en el Olimpo de los poderosos, el presidente del Gobierno ha sentenciado a trabajos forzados a varias generaciones de españoles.
Hace dos años escasos, en el electoral y bullangero marzo del 2008, el mismo Zapatero que ahora saca el hacha y justifica ajustes para blindar el amenazado sistema de pensiones, negaba la crisis, prometía el pleno empleo, regalaba cheques-bebés por importe de 2.500 euros a todos los nuevos padres y subvencionaba la renovación del parque automovilístico, mientras se retrataba con los líderes sindicales de CCOO y UGT en prueba de su gran sensibilidad social. Pero no hay dos Rodríguez Zapateros, hay uno sólo en dos tiempos. El primero para hacer amigos y el segundo para entregarlos como presa. Y con él todo el PSOE, que se sigue apellidando Socialista y Obrero, porque conviene recordar que el programa que ahora está ejecutando (esa es la palabra) fue aprobado por unanimidad en su último congreso ordinario antes de las últimas elecciones.
Hablamos de un país que en 2006 tenía aproximadamente 7 millones de pensiones contributivas, de ellas 4,8 de jubilación y 2,2 de viudedad ; 285.000 asistenciales y 200.000 de orfandad, sobre un total de 19 millones de afilados a 31 de diciembre de 2007. Hablamos de un sistema de prestación cuya Fondo de Reserva un año más tarde, el 31 de diciembre de 2008, alcanzaba a los 57.223,18 millones de euros, caja única que nada más despuntar la crisis financiera-inmobiliaria sufrió el acoso de la patronal, llegando su cleptómano presidente Díaz Ferrán a sugerir su usufructo por beneficio de la CEOE haciendo un “paréntesis en el libre mercado”. Y hablamos también de una potencia mundial cuyo salario hora de trabajo es una de los más bajos de la Unión Europea (UE-15) y la OCDE ; posee un gasto por persona en protección social un 40% menor que el promedio comunitario (el último tras Portugal) y tiene uno de los niveles de fraude fiscal más altos del continente.
Estamos, pues, ante una batalla ideológica para que no sólo paguemos su crisis sino también para que de paso aceptemos un nuevo contrato social a la baja que permita al gran capital mantener sin merma sus posiciones de dominación y explotación. La contrarreforma no está justificada, es artillería ideológica. Y menos por la crisis que ellos han desatado. Pero aquí, como en todas las batallas, y más en las ideológicas, la primera víctima es la verdad. Por eso los grupos de comunicación, recientemente beneficiados con un antidemocrático reagrupación de sus activos televisivos que vulnera la pluralidad informática, se han convertido en sus principales aliados. Todo conspira en la misma dirección. Para legitimar una situación que además de aberrante (en vez de repartir el trabajo existente entre el mayor número de personas posible se agigante su concentración convirtiendo la vida laboral en una auténtica ruleta rusa) pretende instituir un modelo convivencial caníbal, precisamente cuando está demostrado que el sistema competitivo y depredador vigente pone en peligro la vida en el planeta.
En un primer momento el aumento del paro fue visto con cierta indulgencia. Los afectados eran principalmente inmigrantes y trabajadores precarios damnificados del sector de la construcción. Carne de cañón que no obstante desestabilizaba el statu quo al ser receptores en avalancha de los servicios sociales (educación, sanidad, etc.). El coste del paro inmigrante a 8 de enero de 2008 se elevaba a 116 millones de euros. De ahí que desde los mismos púlpitos políticos y mediáticos -que ya no utilizan las señas de identidad del fascismo de correajes- se hayan empezado a postular medidas para reducir el peso de la población inmigrante, financiando acciones de retorno a sus países de origen, endureciendo las leyes de extranjería o fomentando directamente la exclusión social con la negativa municipal al empadronamiento. Política klinex -usar, criminalizar y tirar- que no obstante se ha mostrado insuficiente para los objetivos pretendidos.
De ahí que ahora la proa de la refundación capitalista se haya puesto sobre el mundo del trabajo, estableciendo como una necesidad incontrovertible penalizar en tiempo, condiciones y cuantía salarial a los trabajadores para que los jubilados (ex trabajadores) conserven un cierto nivel de ingresos al final de sus vidas, tratando de solapar que lo que se plantea encubre en realidad un saqueo social, que a su vez sirve para tapar el pecado original del sistema. Cree el ladrón que todos son de su condición. No hay un desequilibrio insostenible entre devengos de rentas de trabajo y prestaciones por un desfase entre tasa de natalidad y de mortandad y el mejor diferencial de vida activa de las personas. El problema radica en el fracaso de un modelo de gestión económica ineficaz a la hora de rentabilizar a pleno rendimiento el factor trabajo, salvo recurriendo a las movilizaciones generales clásicas de la guerras de conquista, calamidades y catástrofes humanitarias toleradas. Todo con el objetivo de mantener la tasa de acumulación del capital como renta vitalicia de la clase dominante.
El nuevo espíritu con el que capitalismo refundado, estudiado en profundidad por Luc Boltanski y Éve Chiapello, pretende abordar el Siglo XXI pivota sobre dos supuestos clave. El primero, la inevitable obsolescencia del factor trabajo continuamente desplazado y suplido con mérito por nuevas tecnologías megaproductivas. En segundo lugar la necesidad de asegurar un mercado de consumidores que absorba en condiciones de rentabilidad la oferta productiva en cascada. Lo que sucede es que la compulsión de ambos vectores genera un difícil equilibrio. De un lado, el creciente desempleo provocado por la invasión tecnológica, hecho que origina crecientes bolsas de excluidos cuya sedimentación incontrolada puede ser desestabilizadora para el sistema. Y por otro, el problema de falta de capacidad de compra que provoca el continuo abaratamiento salarial de la población trabajadora.
Esa es la dinámica fáctica en que se tiene que desenvolver del capitalismo refundado y el yunque donde en estos momentos ensaya respuestas que consoliden su égida. Todas ellas gravitan sobre el factor humano, y el éxito de sus propuestas depende de su acoplamiento o refutación por ese mismo factor humano, en su dimensión individual y colectiva. El capitalismo que viene tiene que expandir aún más la capacidad de consumo virtual de la gente, mediante créditos, tarjetas o plazos, aunque el sujeto adquiriente sea objetivamente insolvente (origen de crac subprime), si quiere mantener engrasada la rueda del sistema. Asimismo, ha de empezar a pensar al revés e impedir que la oferta cree la demanda, facilitando, al contrario, que la demanda condicione la oferta como método más eficaz para impedir los peligrosos estrangulamientos que provoca la sobreproducción de la burbuja tecnológica.
Ambas cosas arrastran patologías derivadas e incluso pueden producir daños colaterales. El comprador virtual es sin duda un talonario en blanco a la servidumbre voluntaria (no hay que ver la loca carrera de ciertos ayuntamientos para poner un cementerio nuclear en las vidas de sus pueblos), pero también es un activador de malestar ontológico. Hoy las personas viven endeudadas como segunda piel porque con el dinero que ganan no tienen para sufragar el ritmo de vida que el tobogán consumista provee. Ese doble vínculo entre el capitalista-fiador y el consumidor-consumido acarrea consecuencias sobre el entorno. Mina las redes sociales interactivas y la topografía urbana relacional, ya que sólo las grandes superficies, que compran prestadas grandes cantidades de mercancías a proveedores alternativos, tienen capacidad para diferir sus pagos, mientras, de retroceso, se contribuye a desplomar el pequeño comercio. De esta manera el tejido de proximidad que representa el barrio tradicional, con sus comercios de al por menor y la biodiversidad social, se baten en retirada cediendo el terreno a espacios desolados propicios para el aislamiento, el pesimismo, la insolidaridad y la inseguridad.
Del seguidismo de la oferta frente a la demanda, versión antípoda de la Ley de Say, ya teníamos precedentes en el modelo de “empresa esbelta” con una logística de producción just-in-time (en tiempo real), que externaliza aquello que no es troncal y elimina los engorrosos stocks que bloquean el capital circulante. Este sistema de producción maleable, que se inscribe en el universo teórico de la flexiseguridad aparece a veces como una garantía de autorregulación renovada. El tema ha sido analizado con sagacidad por Christian Marazzi en su obra El sitio de los calcetines, donde asegura que “el centro de gravedad de la teoría económica se ha desplazado del mercado hacia la empresa”, resaltando un nuevo paradigma microeconómico donde “el crédito al consumo juega el papel que en el régimen fordista desempeñaba el Estado social, en el sentido de que asegura que la demanda sea efectiva”.
Por todo ello, no es extraño que los teóricos de la refundación capitalista, vista la escasa resistencia-disidencia social recibida tras el flagrante expolio financiero perpetrado a escala mundial, hayan decidido poner sobre el tablero la última pieza que faltaba para la mutación definitiva : el golpe de mano al sistema de pensiones. Una reforma que en última instancia significa una colosal transferencia de renta desde el trabajo al capital, de naturaleza parecida a la que anida en la privatización y desmontaje del Estado de Bienestar. El asalto a las pensiones no persigue únicamente prolongar la edad para hacer efectivas la jubilaciones capitalizadas socialmente por los trabajadores durante toda la vida laboral para así aumentar los ingresos en poder del Estado, sino a la vez reducir la cuantía de percepción (el Estado capitalista lo considera gasto, no inversión) ampliando el periodo de cotización. No se trata de una simple readaptación de los mecanismos operativos del sistema para responder a una nueva realidad social y estadística. Lo que subyace en esta acometida frontal a los derechos sociales es la confirmación de un modelo económico que definitivamente ha renunciado al pleno empleo y sabe que su estatus implica mantener un elevado índice de paro estructural para siempre. Menos trabajo, más tecnología y que las prestaciones sociales indispensables para evitar un estallido social salgan del bolsillo de los propios trabajadores modificando sus códigos de distribución de la renta mínima vital.
Esta es la cuestión. Como dicen Bolstanski y Chiapello : trasladar al trabajador las incertidumbres del mercado ; provocar el ajuste de productividad mediante la destrucción de empleo. Que es la historia de la política económica española desde los Pactos de la Moncloa en 1977. Para mantener una economía de abundancia y despilfarro en un contexto humano paupérrimo. Con la riqueza a menudo secuestrada por una minoría improductiva y venal. Con el fetiche de la innovación tecnológica como factor de progreso. Avanzando hacia una sociedad Blade Runner. Una distopía que habrá de ser primero entendida en toda su crueldad y luego desenmascarada en su irracionalidad y profunda negatividad para ser realmente combatida y superada. Y para enfrentarla con garantías no valen voluntarismos audaces. Hay que ir a una acumulación de fuerzas políticas, sindicales, sociales y culturales, con la persistencia de una gota malaya, que genere un gran movimiento democrático de contestación al sistema.
Una marcha verde de alternativa ciudadana. De abajo arriba y solidariamente. Actuando en los puntos más débiles de la red (pueblos, ciudades, comarcas, donde el paro causa estragos y empresa por empresa, allí donde exista un activismo responsables, entre los más precarios : jóvenes, mujeres, inmigrantes, la gente del mundo rural, etc.) con el fin de deslegitimar primero y revocar después a los clanes de poder que trafican con la vida de las gentes.
Rafael Cid