Con su permanente ejercicio de pensamiento único, la izquierda ni-ni, que ni transforma cuando está en el poder ni se opone cuando pasa a la oposición, es el mejor abono para la irrupción de la extrema derecha. Las elecciones como canon democrático en el sistema capitalista de mercado suponen entronizar un péndulo político que siempre vuelve a su estado de reposo.
El ciudadano de los países más desarrollados tiene una opinión estomagante de esa democracia-tipo sustentada sobre un insulso e interminable tobogán de comicios. Urna va, urna viene, entre elecciones de todos los pelajes -municipales, regionales, nacionales y supranacionales (caso Unión Europea)-, la democracia se ritualiza como una carrera de desgaste, un viaje a ninguna parte. De la derecha a la izquierda y vuelta de la izquierda a la derecha, las ruedas de molino con que comulga el menos malo de los regímenes posibles giran como un Sísifo redivivo. Y así, cansinamente, con una jibarizada democracia de karaoke, la rutina representacional carcome vidas, proyectos e ilusiones en forma de hastío político e indiferencia ciudadana…hasta que llega el lobo.
Es un disco rayado, un dèjá vu. De esta guisa, todo vuelve donde solía. Cambia algo para que todo siga igual. La derecha y la izquierda se suceden como las estaciones del año sin alternar los principios económicos en que basan su dominio. Los vicios privados, un fecundo tópico con varios siglos de herrumbre, se siguen utilizando para incubar virtudes públicas. El ocio del amo, la opulencia del rico, la explotación de los poderosos y el derroche de los agraciados crean trabajo y riqueza a manos llenas de manera altruista. Así se justifica el sistema circunvalatorio realmente existente. ¡Qué sería de nosotros si los jefes quebraran ! O los bancos. O las multinacionales. Por eso hay que rescatarlos con la propia sangre si fuera preciso. A caballo regalado no le mires el diente. Una fábrica de minas antipersonas, una radioactiva central nuclear, el presupuesto para el mortífero ejército, no son armas de destrucción masiva sino oportunidades laborales que no hay que dejar escapar.
Todo este vaivén de máscaras y ventrílocuos pomposamente intercambiadas cada 4 años conduce de la nada a la más absoluta miseria. A veces se ensayan caballos de refresco, que a modo de “terceras vías”, “operaciones reformistas” o “upeydes” buscan dinamizar el mercado político en momentos de agobio y hartazgo con la introducción de esas “marcas blancas”. Pero son ilusiones, espejismos, que no aguantan dos asaltos. Luego, agostado el ciclo y revelado que el rey está desnudo y no tiene nada que ofrecer sino más de lo mismo, surge el tercero en discordia. La extrema derecha siempre vuelve porque huele el barbecho que ni la derecha ni la izquierda cubren. La derecha simple por carecer de prospectiva y la izquierda formal porque en su afán para mantenerse en el pódium promueve una cultura conservadora que acuna su tumba. Así, el único terreno para el cambio y el antagonismo que dejan los vectores hegemónicos es el abonado para los demiurgos de la extrema derecha, como ha sabido ver la politóloga Chantal Mouffe. La extrema derecha es hija de la canonización del consenso y del oportunismo moral.
Los resultados de las regionales francesas cumplen a carta cabal este designio. Una derecha clásica tocada por la crisis, una izquierda nominal parapetada en la política espectáculo que se mira el ombligo por el espejo retrovisor de la historia y una izquierda radical incomprendida por el gran público mediocratizado, han coronado a las huestes xenófobas de Le Pen al tercer puesto de la cosecha electoral. Mientras la izquierda transformadora se hundía y los restos del otrora poderoso Partido Comunista Francés (PCF) consumaban su liquidación, el frente de la exclusión racial y el patrioterismo redentor lograba el 11,42% de los votos (el 22% en sus feudos), paragonándose con aquel sorpasso de las presidenciales del 2002, donde captó el 17,9% de los sufragios.
La extrema derecha nace de las renuncias de la izquierda y de la impotencia de la derecha. Nunca viene sola. Llega a lomos de los fracasos mancomunados de sus mentores en el sistema. La extrema derecha siempre está convocada. Es un eterno déjà vu. Y es así y siempre lo será porque los raíles sobre los que se prospera están en el adn del modelo capitalista y depredador de mercado que dicta la estrategia de los partidos políticos y de las ideologías simulacro que usan para legitimarse. Es la propia axiología del sistema, acatada sin refutación por derecha e izquierda al alimón, la que condiciona de manera inexorable la ley del péndulo de las democracias de karaoke que nos gobiernan.
El populismo fascista es un fenómeno moderno, propio del gregarismo de una sociedad de masas con el individuo en retirada y el declive de lo público-social, lo que Arístóteles llamó zoon politikon, a manos de lo privado competitivo. Un magma que los medios de comunicación de masas, auténticas extensiones del hombre (Mc Luhan) / órganos del hombre (Santiago Alba), ha agigantado hasta proyectar un solipsismo multitudinario que busca su redención en líderes providenciales que eviten el trago de tener que pensar y decidir por sí mismos. Un miedo congénito a la libertad, a la autodeterminación, vitaminado de espíritu competitivo, autoritarismo, materialismo, servilismo voluntario, autismo ético y aldeanismo mental son los parámetros de esa axiología dominante de la clase dominante que arroja todo atisbo democrático del imaginario social. Con esta mutación se propicia la levadura que precisa la deshumanizada masa para asumir el desembarco de los “nuevos bárbaros”, sólos o a la berlusconiana manera.
El ritornello de la extrema derecha no tiene mérito. Está en el ambiente cultural y ético empobrecido que el capitalismo y sus atributos de consumo, insolidaridad, mediación, mediocridad y darwinismo social procuran cíclicamente. Aunque los momentos estelares suelen coincidir con las etapas de reflujo democrático y de Estado de Derecho que el propio sistema impulsa en su fuga hacia delante. Cuando, como ahora, una crisis desatada por el sistema financiero (la metáfora reencarnada de los Protocolos de los sabios de Sión)) saquea el patrimonio cívico y los partidos establecidos pactan todo lo pactable al margen del parlamento (teórica sede de la soberanía) por “interés general”. A nivel político y nivel laboral, donde las cúpulas de patronal y sindicatos suelen alcanzar un “diálogo social” que precariza a los representados a cambio de reforzar las posiciones de las representantes hasta convertirlos en casta., contribuyendo así al descrédito de todo lo que suene a democracia entre la base social.
Quemadas las naves que han servido durante años de arcas de Noé a derecha e izquierda, el camino para la insurgencia ultra está expedito. Aunque hay teóricos, como Carl Amery en Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI ?, que incluso sostienen que el bacilo totalitario no es una cepa del pasado sino una constante de la civilización occidental. Una extrema derecha, ¡ojo al parche !, con pátina anticapitalista y revolucionaria porque se nutre sobre todo de los estratos proletarios que han desertado del movimiento obrero y las clases damnificadas a las que disciplina en la nueva obediencia debida. Ninguna frase explica mejor el efecto llamada del pensamiento único a favor de la extrema derecha que lo dicho por el numero dos del PSOE orensano al fichar por el Partido Popular : “voy a ser tan fiel al PP como lo fui con el PSOE”.
(A José Vidal-Beneyto, que denunció la “modélica transición” como la causa de nuestro pensamiento único y tuvo la gallardía de proclamar que en España solo un periódico alternativo como Diagonal y el que suscribe habían investigado el “tenebroso pozo” de los fondos financieros del capitalismo criminal).
Rafael Cid