Estos días hay que pellizcarse con fuerza y meter la cabeza en cubos de hielo para recuperar la cordura violentada hasta límites irracionales por la campaña mediática, política y de expertos que pretenden hacernos creer que la catástrofe nuclear de Japón es una prueba de los altos niveles de seguridad de las centrales. Suena loco, pero es así. Dicen, afirman, pregonan y argumentan, todos para uno y uno para todos, que sus instalaciones han aguantado bien a un terremoto y a un tsunami, y eso pregona su capacidad para enfrentarse a la adversidad. Como si tal cosa.
Es la misma doctrina con
que intentaron solapar la gravedad de la crisis financiera. Los
subprimes eran productos totalmente garantizados, los bancos
solventes a carta cabal y los gobiernos habían tomado todas las
medidas oportunas para prever cualquier eventualidad, por difícil
que se presentara. Todo bajo control. Las agencias de rating habían
calificado con la triple A al coloso (luego en llamas) Lehman
Brothers. Nada que temer. Y hoy, cuatro años después del estallido
Es la misma doctrina con
que intentaron solapar la gravedad de la crisis financiera. Los
subprimes eran productos totalmente garantizados, los bancos
solventes a carta cabal y los gobiernos habían tomado todas las
medidas oportunas para prever cualquier eventualidad, por difícil
que se presentara. Todo bajo control. Las agencias de rating habían
calificado con la triple A al coloso (luego en llamas) Lehman
Brothers. Nada que temer. Y hoy, cuatro años después del estallido
de la burbuja hipotecaría todavía andamos a gatas, con cerca de 5
millones de ciudadanos en la cola del paro y la miseria llamando a la
puerta de toda una generación.
No han aprendido nada.
Nosotros tampoco. Aguantamos pasivos, como víctimas propiciatorios,
a la próxima oleada de mentiras que el poder dicte para defender su
statu quo. Se habla de hacer test de stress a las centrales nucleares
para vigilar su grado de seguridad con el cinismo que despide la
conciencia de la propia impunidad. Sin advertir siquiera que venimos
escarmentados en cabeza ajena. El test de stress de la banca
irlandesa fue magnífico y eso no evitó que el país se fuera a
pique y necesitara ser rescatado.
Se intenta espantar las
peticiones de transparencia y la exigencia de responsabilidades con
brindis al sol tales como razonar que no conviene tomar medidas en
caliente. Un diario de ámbito nacional reconviene en su portada al
respecto con el titular “Bajo la psicosis nuclear” ¿Les suena?
No hay que preocuparse, España va bien, vamos hacia el pleno empleo,
los refractarios son antipatriotas, es la hora de arrimar el hombro,
esto sólo los solucionamos entre todos, no escarben en la herida.
Curiosa pedagogía de la
amnesia de parte de aquellos que están siempre listos para desatar
una guerra preventiva por unas armas de destrucción masiva que sólo
existen en sus delirios y sin embargo son incapaces de prever una
crisis económica global y una hecatombe nuclear en una de las zonas
con más sísmicas del planeta y en unas coordenadas donde se acaba
de producir el mayor tsunami que se recuerda. Ya saben, no actúen
en vivo, no pidan responsabilidades sobre el Gal, los Eres, el atroz
desempleo, el saqueo de los recursos públicos, la contrarreforma
laboral, el pensionazo, ellos vigilan el camino, por nuestro propio
bien, en nuestro nombre.
La huella económica y la
huella nuclear incuban la huella ecológica y alfombran el camino
hacia la barbarie. El lucro sin escrúpulos, el cortoplacismo como
única política y la deshumanización perentoria son el santo y seña
de la civilización capitalista neoliberal del siglo XXI. Para salir
de la crisis económica hay que someterse a los mercados y a la
señora Merkel. Es ley de vida o muerte. Para conjurar el peligro
atómico hay que meter la cabeza abajo el ala, los expertos dicen,
pero sin hacer demasiado caso en esto a la señora Merkel, porque no
todos los países tienen la misma problemática, aunque la
radioactividad no entienda de fronteras.
Sin duda hay una lógica
en su locura y se llama dinero. La energía nuclear es el nuevo maná
que llama a las puertas de la plutocracia mundial. Y quien se
interponga en su camino será estigmatizado y fulminado. Ellos, que
han desatado una guerra terrible por el control del petróleo en
Irak, se juegan demasiado por un simple accidente nuclear que nadie
podía prever. Además, como emprendedores que son, con sus
inversiones en las nucleares van a crear (son Dioses) muchos puestos
de trabajo. Aunque nunca legarán a crear tantos puestos de trabajo
como Hitler. Entonces sí que hubo pleno empleo de verdad, las
fábricas de armamento a tope, los hombres convertidos en
funcionarios, los países europeos colonizados por una raza superior.
Todo bajo control. Las expectativas racionales funcionan. Los
mercados se autorregulan. Una catástrofe nuclear no marca tendencia.
Palomares, Harrisburg, Chernóbil o Fukushima siempre serán
anécdotas llevaderas, simples percances, para los confabulados del
club de la comedia, y nosotros, los críticos, unos acomplejados.
No sé porque me acuerdo
estos días del caso de la talidomida, un sedante que se comercializó
a principios de los años sesenta para combatir las náuseas del
embarazo. Era un producto de la multinacional alemana Chemie
Grunenthal que había superado con creces todos los controles
clínicos y farmacológicos. Y, por supuesto, cuando se detectó
una profusión de nacimientos con malformaciones genéticas la
comunidad científica no osó poner bajo sospechar a la talidomida.
Todo menos fijarse en ese fármaco inatacable. Hasta el punto que el
jefe químico a la firma (qué buen vasallo su hubiera buen señor)
compareció ante los medios de comunicación para blasonar sus
bondades anunciando que su propia esposa lo tomaba. Nueve meses
después dio a luz a un bebé deforme. Me lo contó el descubridor de
la superchería, el doctor Klaus Knapp, un profesional honesto que
sufrió en su propia carne la experiencia que espera a todo aquel que
se sale del redil.
Por eso, para estar
siempre en el lado bueno, nuestros líderes José María Aznar y
Felipe González han fichado por Endesa e Iberdrola, dos de nuestras
eléctricas que tienen intereses en el negocio radioactivo. Dos
empresas que integran el Foro Nuclear, un lobby proradioactivo al el
que también pertenece SEAOPAN, la patronal de obras públicas que
preside David taguas, el anterior jefe del gabinete económico de
zapatero. Una familia atómica.
Rafael Cid