Entre las muchas virtudes ocultas de la desdichada crisis financiera, figura la de estar sacando a la luz las miserias de la clase política dominante. Ya no se trata del cínico planteamiento por el que los mismos que, con su sometimiento a los poderes fácticos, han facturado el desastre que se va a cebar en los trabajadores sean quienes arbitren la solución. Eso forma parte del guión. Lo que visto desde nuestro nicho geoestratégico resulta más chocante, y en el fragor de la tormenta está pasando desapercibido, es el siniestro papel que están jugando en esta tragicomedia global los hasta la víspera enardecidos cruzados de la Unión Europea del Capital. Unos perfectos sinvergüenzas.
En los últimos años, la propuesta unánime de los eurócratas se centraba en aprobar una Constitución que rematara el proceso de fusión económica, aunque la convergencia social no estaba ni se la esperaba en su hoja de ruta. La carta magna que se expuso al conocimiento de los ciudadanos era la consagración del sistema competitivo neoliberal que ahora está haciendo aguas por todos los lados mientras sus promotores se afanan en fletar un Arca de Noé que les ponga a salvo de la crecida y la posible revancha popular.
Era un trágala. Por eso cuando sendos referendos en Francia y Holanda dieron al traste con la barrabasada, los conjurados hicieron como si no fuera con ellos y siguieron con su negocio. Lógicamente, el rechazo social cosechado con el “no” de ambos pueblos desenmascaraba la operación para someter a la ciudadanía del viejo continente al rendimiento del mercado y el Capital, con pasos tan reaccionarios y bochornosos como la Directiva del Retorno y el proyecto Bolkestein. Era evidente que existía una Europa oficial y otra real y que se estaba fomentando lo que podía interpretarse como un renacer de la lucha de clases entre nuevos movimientos sociales no integrados en el sistema.
La prueba es que cuando, con un gesto que podría calificarse como de alta traición por parte de esa casta dirigente y justificar la plena desobediencia civil, rebajaron la Constitución a la categoría de Tratado para evitar el peaje democrático de la consulta popular, todos los jefes de gobierno y de Estado implicados, como una piña carroñera, creyeron libre el camino para su proyecto de una democracia filfa al servicio del dinero y sus gañanes. Sólo que se atravesó Irlanda y el nuevo “no” de los celtas recordó que aunque su prometido infierno estaba preñado de buenas intenciones seguía apestando.
Y en eso llegó la crisis y todo se vino abajo. Los mismos representantes políticos que habían hecho todo tipo de trucos y malabares para institucionalizar constitucionalmente las claves depredadoras de la desigualdad social y la servidumbre voluntaria (tanto tiene tanto vales), se llamaban ahora andana. De la noche a la mañana, sin aparente mayor problema que el de negar sus propios principios, la oligarquía política europea rompía filas y decretaba el ¡sálvese quien pueda ! En unas semanas el mito de la convergencia saltaba por los aires ante la evidencia de un crac económico-financiero que exigía redoblados esfuerzos para que la crisis la pagaron los trabajadores (ganarás su pan con el sudor del de enfrente).
Se diseño la Operación Rescate de la banca por el papá Estado, cuando el Tratado de Lisboa prohibía taxativamente ayudas dumping de ese calado. Se vulneraron axiomas como el del límite del déficit en el 3 por 100 del PIB y de la deuda en el 60 por 100 predicados en Maastricht. Cada país adoptó una política de rescate-ganga bancario acorde con los intereses de sus castas dominantes. Sarkozy jugaba, desde el trono insepulto de la presidencia europea, a Flautista de Hamelin haciendo carantoñas a un patético Bush. Merkel intentaba un papel relevante para Alemania como gripada locomotora de la crisis. Y Gran Bretaña, como de costumbre, se salía por la tangente. Europa podía esperar.
Años de ayuntamiento entre la oligarquía de los negocios y la socialdemocracia han arrojado la peor imagen de esa Europa que se fraguó en 1789 para profundizar en la igualdad, la libertad y la fraternidad : postración democrática, involución social, balcanización económica, keynesianismo de conveniencia y prepotencia del Capital. No se les puede dejar solos. Hay que revocarlos.
Fuente: Rafael Cid